La perseverancia | Estudios Bíblicos
Estudios Bíblicos Lectura bíblica principal: “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. 10 Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! 11 Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras.” 2 Juan 1:9-11
Introducción
Hay días en los que uno se levanta y se pregunta, con el corazón medio cansado… ¿vale la pena seguir? A veces no es por algo grande o trágico. A veces es por las muchas cosas pequeñas que se nos acumulan. La rutina, los fracasos, los sueños que no se cumplen, las promesas que parecen tardar… Y, si somos honestos, también está ese silencio de Dios que a veces sentimos. Esa aparente distancia que puede hacer tambalear hasta al más firme.
Pero aquí estamos. Todavía en pie.
Y la razón por la cual seguimos caminando no es porque seamos fuertes, sino porque Dios nos sostiene cuando decidimos perseverar. Y es precisamente esa palabra, perseverancia, la que queremos estudiar juntos hoy.
Ahora… ¿qué significa perseverar según la Biblia? ¿Será solo seguir insistiendo aunque estemos agotados? ¿O hay algo más profundo, más espiritual detrás de esta palabra?
Cuando hablamos de perseverancia, no estamos hablando de terquedad. No se trata de seguir haciendo lo mismo solo por orgullo. No. La perseverancia bíblica tiene una meta. Tiene un propósito. Y tiene una fuente: la verdad de Cristo.
En los versículos que estamos explorando hoy el apóstol Juan no se anda con rodeos. Él dice algo fuerte, algo que confronta: “el que no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios.” Eso… no es poca cosa. Es una declaración que nos sacude. Nos hace detenernos y pensar, ¿estoy perseverando en lo correcto? ¿Estoy caminando en la verdad, o simplemente avanzando sin dirección?
Y es que en estos tiempos, donde las opiniones cambian cada hora y las verdades se negocian por popularidad, la perseverancia en la doctrina de Cristo se ha convertido en un acto radical. Un testimonio en sí mismo.
Contexto Histórico
Ahora bien, como acostumbro a decir, para tener un mejor entendimiento del mensaje que Dios tiene para nosotros en el día de hoy, nos será necesario hacer un breve repaso de historia.
Según los erudito esta carta fue escrita por el apóstol Juan ya en su vejez, probablemente entre los años 85 y 95 d.C., cuando la iglesia enfrentaba una oleada peligrosa de falsas enseñanzas, especialmente las del gnosticismo, que negaban que Jesús había venido en carne. Esta doctrina se infiltraba en las comunidades cristianas de Asia Menor, sembrando confusión y desviando a muchos.
Juan, con el corazón pastoral que lo caracterizaba, no solo advierte, sino que da instrucciones claras. Y lo hace porque sabe que la perseverancia no es un lujo del creyente maduro, sino una necesidad para todo hijo de Dios. Y esa perseverancia comienza con la decisión de permanecer firmes en la verdad.
Por eso, en este estudio vamos a explorar juntos lo que significa verdaderamente la perseverancia. Veremos qué produce en nuestras vidas, cómo se forma, cómo se fortalece, y cuál es su fruto final. Y sí, vamos a hablar también de aquellos hombres y mujeres en la Biblia que perseveraron cuando todo parecía perdido. Porque si ellos lo lograron, no por su fuerza sino por la gracia de Dios… nosotros también podemos perseverar.
Así que preparemos el corazón. Examinemos nuestra caminata. Y preguntémonos con sinceridad:
¿Estoy perseverando en la verdad… o me estoy desviando sin darme cuenta?
I. La perseverancia comienza con la verdad
Nadie puede perseverar sin dirección… y nadie puede perseverar en la verdad si no la conoce. Esta es una de las razones por las que muchos creyentes terminan estancados, confundidos, o peor aún, desviados. Lo que el apóstol Juan nos dice es que no es algo liviano: si no permanecemos en la doctrina de Cristo, no tenemos a Dios. Fuerte, ¿verdad? Pero completamente necesario.
La perseverancia no es un simple deseo de continuar. No es aguantar por aguantar. Es una decisión firme, alimentada por la verdad, y sostenida por la convicción de que la Palabra de Dios no cambia.
Ahora bien, esto nos lleva a un punto fundamental: ¿Cómo sabemos si estamos perseverando en la verdad? ¿Cómo se ve eso en la vida práctica? Vamos a descubrirlo en esta primera sección.
a. La verdad no se adapta a nosotros, nosotros nos adaptamos a ella
Vivimos en una época donde todo es negociable. Las verdades se diluyen, los valores se moldean según el público, y la palabra “absoluto” suena como algo anticuado. Pero lo cierto es que la Palabra de Dios no se acomoda a la cultura. Nunca lo ha hecho. Nunca lo hará.
En el vers. 9, el apóstol hace una clara advertencia:
“Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios.”
Aquí, la palabra clave es doctrina. Esta no es cualquier enseñanza… es la enseñanza de Cristo, el fundamento sobre el cual todo creyente debe edificar su vida.
No se trata de emociones, ni de experiencias espirituales pasajeras. Se trata de doctrina firme, inquebrantable.
Permanecer en la verdad significa confrontarnos con ella. A veces será incómoda. A veces dolerá. Pero siempre transformará.
Por ejemplo, el Señor mismo oró por nosotros diciendo:
“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.” (Juan 17:17)
Y si Su Palabra es verdad, entonces no debemos buscar ajustarla a nuestros deseos… sino permitir que nos moldee. Aunque duela. Aunque cueste.
La perseverancia comienza con rendirse a esa verdad.
b. El que no persevera, se extravía
Esto lo dice Juan sin rodeos. No hay un punto medio. No dice “el que no persevera está en pausa,” o “está pasando una mala temporada.” No. Dice: “se extravía.” Es decir, se sale del camino. Se pierde.
Y es aquí donde debemos reflexionar con seriedad… porque perseverar en la verdad no es una opción, es un mandato. Muchas personas piensan que con “creer en Dios” ya están bien. Pero Juan dice claramente que no basta con creer. ¡Hay que perseverar!
Pensemos por un momento en aquellos que comenzaron bien. Aquellos que alguna vez sirvieron con pasión, amaban la Palabra, eran ejemplo para otros… pero hoy ya no están. Algo ocurrió. Se desviaron. Tal vez fue el orgullo, la comodidad, el pecado oculto… O tal vez simplemente dejaron de perseverar.
Es por eso que Hebreos 10:23 nos exhorta con firmeza:
“Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.”
Perseverar no es solo continuar. Es mantenerse en el rumbo correcto. Es vigilar nuestros pasos. Es tener los ojos puestos en el Señor, aún cuando los caminos se tornen difíciles.
c. Perseverar en la verdad produce comunión con el Padre y el Hijo
Esta parte del versículo es hermosa. Nos dice:
“El que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo.”
¡Qué promesa tan poderosa! Aquí no se habla de religión… se habla de relación. De comunión íntima y constante con Dios.
La verdad no solo nos guía… nos conecta con Él. Perseverar en la verdad no es simplemente repetir versículos o asistir a cultos. Es vivir cada día conforme a lo que Dios ha dicho. Es una caminata diaria. A veces cansada, sí. Pero cada paso nos lleva más cerca del corazón del Padre.
Y esa comunión no solo nos sostiene… nos transforma. Como dice 2 Corintios 3:18:
“Somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”
El que persevera en la verdad refleja a Cristo. Habla como Cristo. Ama como Cristo. Y, aunque falle, se levanta por la verdad que lo sostiene.
Esto nos lleva directamente al próximo punto, porque si perseverar en la verdad nos conecta con Dios, entonces… ¿qué pasa cuando esa verdad se pone a prueba por las circunstancias?
II. Perseverar cuando todo se pone cuesta arriba
Sabemos que la vida cristiana no es una autopista plana. Hay subidas empinadas. Hay días grises. Y, seamos francos, hay momentos en los que uno simplemente quiere parar y sentarse al borde del camino. Decir “hasta aquí llegué.” Pero ahí es precisamente donde la perseverancia se vuelve vital. No como una muestra de orgullo humano, sino como una evidencia de que Dios está obrando en nosotros.
Lo curioso es que muchos piensan que perseverar es solo para los fuertes, para los que tienen una fe gigantesca. Pero la Biblia nos muestra algo diferente. Los más grandes en la fe también tuvieron sus momentos de duda, sus crisis, sus lágrimas. Y, aun así, perseveraron.
Antes de seguir con los ejemplos bíblicos, tomemos un momento para examinar el significado de esta palabra que estamos usando tanto: perseverancia.
Según el lexicón griego de Blue Letter Bible, la palabra que se traduce como perseverancia o paciencia en muchos pasajes del Nuevo Testamento es ὑπομονή “hupomonē” (G5281). Esta palabra no significa simplemente “aguantar”, sino más bien: “una actitud valiente, firmeza en las pruebas, constancia en el sufrimiento con esperanza”.
Es decir, no se trata de soportar con resignación, sino de mantenerse firme con la mirada puesta en la esperanza eterna. Esta definición enriquece muchísimo nuestra comprensión del llamado bíblico. Porque no se trata solo de seguir respirando, sino de caminar con propósito y convicción… aun cuando el terreno esté difícil.
Veamos juntos cómo perseverar cuando la vida nos aprieta por todos lados.
a. Los gigantes también sufren, pero no se rinden
A veces idealizamos a los personajes bíblicos. Pensamos que ellos lo tenían más fácil porque veían milagros, o escuchaban la voz de Dios directamente. Pero no es así.
Tomemos por ejemplo a Elías. El profeta que llamó fuego del cielo, que enfrentó solo a los profetas de Baal… también fue el mismo que en 1 Reyes 19:4 dijo: “Basta ya, oh Jehová, quítame la vida.”
¿Le suena familiar? Esa sensación de estar cansado, solo, sin salida. Pero Dios no lo reprendió. Lo fortaleció. Le dio comida. Le habló con ternura. Y luego lo envió de nuevo al camino. Porque la perseverancia no es nunca negar el cansancio… sino seguir caminando aunque duela.
El apóstol Pablo también lo dijo en 2 Corintios 4:8-9:
“Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos.”
Eso… eso es perseverar.
b. Cuando las pruebas se alargan, la fe madura
A veces las pruebas no son de un solo golpe, sino largas. Son como esas tormentas que no pasan en una hora, sino que se quedan por días. Y es ahí donde muchos flaquean… no porque no crean en Dios, sino porque no ven respuesta rápida.
Pero la Biblia nos enseña que la perseverancia forja carácter. En Romanos 5:3-4 leemos:
“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza.”
Es como si el sufrimiento fuera un terreno donde la fe echa raíces profundas. Donde lo superficial se cae, y lo eterno permanece. Donde ya no dependemos de lo que sentimos, sino de lo que sabemos con certeza: que Dios sigue siendo fiel, aunque todo alrededor parezca lo contrario.
Charles Spurgeon, el gran predicador del siglo XIX, nos da una imagen poderosa sobre esto en su sermón The Final Perseverance of the Saints Spurgeon Sermon No. 1361:
“The righteous shall hold on his way.” It will frequently be very difficult for him to do so, but he will have such resolution, such power of inward grace given him, that he will “hold on his way” with stern determination, as though he held on by his teeth, resolving never to let go.”
Traducción: “El justo seguirá su camino.” Con frecuencia le será muy difícil hacerlo, pero tendrá tal resolución, tal poder de gracia interna dado por Dios, que “seguirá su camino” con una firme determinación, como si se aferrara con los dientes, resuelto a no soltarse jamás.“
Y esa es la clase de perseverancia que da testimonio… no de nuestra fuerza, sino de la gracia que Dios nos otorga desde adentro.
c. La perseverancia tiene propósito eterno
A veces lo más duro no es el dolor, sino la sensación de inutilidad. Como que todo esfuerzo es en vano. Pero permítame decirle algo: nada de lo que se hace para Dios se pierde.
Aquí conviene detenernos un momento para entender mejor el trasfondo del pasaje que estamos usando como base de este estudio. En los versículos que estamos explorando hoy el apóstol advierte a la iglesia que no reciban ni saluden a los que no traen la doctrina correcta. No está hablando de simples desacuerdos teológicos. En aquel tiempo, el problema más serio era el gnosticismo, una enseñanza hereje que negaba que Cristo había venido en carne. Esto era un ataque directo a la verdad central del evangelio.
Los creyentes de esa época estaban siendo presionados a ser “tolerantes”, a no causar divisiones. Pero Juan es claro: perseverar en la verdad era esencial, aunque eso significara cortar ciertas relaciones.
Esto nos dice algo importante: la perseverancia no es solo personal, es doctrinal. Perseverar es aferrarse a la verdad cuando otros están soltando la cuerda. Es estar dispuesto a quedar solo… pero no soltar lo que sabemos que es de Dios.
Jesús lo dijo sin rodeos en Mateo 24:13:
“Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.”
Y en Hebreos 12:1-2 se nos exhorta a correr con paciencia —con perseverancia— la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús. Porque esta carrera no se trata de velocidad… se trata de llegar. Y llegar firmes. Y llegar fieles.
Es por eso que perseverar, incluso cuando cuesta, es una declaración profética: “Señor, confío en ti. Y aunque no entienda, no me detengo.”
Ahora… si perseverar en medio de la prueba nos forma, nos fortalece y nos conecta con Dios, ¿qué ocurre cuando perseveramos por amor a otros? Eso es lo que vamos a ver en el siguiente punto.
III. Perseverar por amor a los demás
Cuando pensamos en perseverancia, muchas veces lo primero que viene a la mente es la lucha personal. Ese momento en el que uno se arrodilla solo en su cuarto, en silencio, con lágrimas que nadie ve. Y sí, esa imagen es real… muy real. Pero hay otra dimensión de la perseverancia que a veces no se menciona tanto: perseverar por amor a otros.
La vida cristiana no se vive en aislamiento. No fuimos llamados a caminar solos. En el diseño de Dios, la iglesia no es un edificio, ni un club religioso. Es una familia, y como toda familia, tiene momentos de alegría, pero también momentos de lucha. Y es ahí donde la perseverancia se convierte en un regalo para el hermano, no solo una disciplina para uno mismo.
Es más, el amor verdadero persevera, incluso cuando duele. Incluso cuando el otro no responde como quisiéramos. Incluso cuando parece que no vale la pena. Pero lo hermoso es que cuando perseveramos por amor, estamos reflejando a Cristo más de lo que imaginamos.
a. La perseverancia es un testimonio viviente
Una cosa es decir que creemos en Dios. Otra cosa muy distinta es seguir amando, sirviendo, perdonando… cuando todo parece en contra.
La carta de 2 Juan que hemos estado estudiando nos da un ejemplo poderoso de esto. En el versículo 10, el apóstol advierte:
“Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!”
¿Eso suena duro? Quizás. Pero lo que está en juego es la pureza del evangelio. Es decir, la eternidad de muchos. Así que perseverar en la doctrina verdadera no solo nos protege a nosotros… es una manera de amar al prójimo.
¿Y cómo así?
Bueno, si dejamos entrar enseñanzas falsas, estamos dejando que otros se desvíen. Pero si perseveramos en la verdad —aunque nos llamen cerrados o anticuados— estamos diciendo: “Yo te amo tanto que no te voy a mentir. No voy a cambiar el evangelio para agradarte. Voy a decirte la verdad porque tu alma vale mucho.”
En 1 Corintios 13:7, ese capítulo que tanto amamos sobre el amor, encontramos una frase que a veces olvidamos:
“El amor… todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”
Y ahí está. El amor verdadero no se rinde. El amor verdadero no abandona. Ni siquiera cuando el otro no responde. Ni siquiera cuando no hay gratitud. Perseverar en amar, incluso en el silencio, es una forma de evangelismo que va más allá de las palabras.
b. Perseveramos cuando servimos con constancia
No se trata de servir un día y al siguiente desaparecer. No se trata de hacer las cosas cuando “se siente” bonito. Se trata de ser constantes, aun cuando nadie aplaude. Aun cuando nadie parece notar el esfuerzo.
¿Alguna vez has preparado una enseñanza para un grupo pequeño y solo llegó una persona? ¿Alguna vez limpiaste la iglesia sabiendo que nadie iba a darte las gracias? ¿Alguna vez sembraste con lágrimas, sin ver cosecha? Eso, hermano… eso es perseverancia. Y Dios lo ve.
Gálatas 6:9 nos da esta promesa:
“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.”
Este es un versículo que merece ser subrayado, memorizado, repetido. Porque hay temporadas donde sembramos sin ver fruto. Hay temporadas donde damos y damos y parece que todo cae en tierra seca. Pero la Palabra dice que sí hay cosecha… solo que no siempre es inmediata.
Y aquí hay algo importante: tu perseverancia puede estar sosteniendo la fe de alguien más. A veces creemos que nadie nota lo que hacemos. Pero un joven te está observando. Una hermana en crisis se fortalece por tu ejemplo. Un incrédulo ve en ti algo que no entiende… y quizás algún día quiera saber más. Eso no lo sabrás siempre al momento. Pero el cielo lo registra.
c. El amor perseverante construye comunidad
En los tiempos en que fue escrita esta epístola, la comunidad cristiana estaba bajo presión. Las iglesias eran pequeñas, muchas veces clandestinas, y vulnerables a todo tipo de ataques: doctrinales, sociales, incluso físicos.
¿Y cómo sobrevivieron? Perseverando juntos. Ayudándose unos a otros. Corrigiéndose. Enseñándose. Sirviéndose. Eso mismo vemos en Hechos 2:46-47:
“Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón… Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”
Fíjate bien: la perseverancia de la comunidad no solo los fortalecía… ¡atraía a otros! Porque la gente allá afuera está cansada del egoísmo, del abandono, de las relaciones superficiales. Cuando ven un grupo que se ama, que se sostiene, que se busca… algo dentro de ellos despierta.
Hoy, más que nunca, el mundo necesita ver iglesias que perseveran en unidad, no en apariencias. Iglesias que se aman, no solo que se saludan los domingos. Iglesias que lloran juntas, ríen juntas, oran juntas. Porque esa perseverancia en el amor mutuo es una señal del Reino.
Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿Estamos siendo esos creyentes que edifican a otros con perseverancia? ¿O somos de los que desaparecen al primer conflicto, al primer desacuerdo, al primer cansancio?
Quizás este es el momento para recordarnos que la perseverancia no es solo aguantar… es amar con compromiso. Y ese tipo de amor… cambia vidas.
Conclusión
Después de todo lo que hemos reflexionado, orado y examinado… la pregunta que nos queda flotando en el corazón es bastante directa: ¿Estamos perseverando como el Señor nos llama a hacerlo?
Porque no basta con empezar bien. No basta con conocer la verdad o asistir a la iglesia. La vida cristiana no es una carrera de velocidad… es un maratón de fidelidad. Y en ese camino, habrá días fáciles, pero también días que van a doler. Días en que querrás rendirte. En que sentirás que nadie te escucha, que nada está cambiando, que no tiene sentido seguir. Pero justo ahí… justo en ese punto… es donde la fe se convierte en perseverancia.
Y lo digo con toda sinceridad: no es cuestión de emoción, es cuestión de decisión. Una decisión que nace de saber quién es nuestro Dios, qué ha hecho por nosotros y lo que ha prometido.
El apóstol Pablo lo dijo así en 2 Timoteo 4:7:
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.”
Eso es lo que queremos poder decir al final. No que fuimos perfectos, no que lo entendimos todo, pero sí que nos mantuvimos fieles. Que no abandonamos la verdad. Que no dejamos de amar. Que no dejamos de servir. Que no retrocedimos.
Y, hermano… hermana… no estás solo en esta carrera. Tienes una familia en Cristo. Tienes la guía del Espíritu Santo. Tienes la Palabra como lámpara. Y por encima de todo, tienes un Dios que no se cansa de ti, aunque tú te canses de ti mismo.
Ahora, si hoy reconoces que has estado debilitado, que tal vez te has detenido, que la pasión ha menguado o que tus pasos han flaqueado… no te condenes. Este es el momento de retomar fuerzas. Este es el momento de perseverar otra vez.
El Señor te llama, no para reprenderte, sino para impulsarte. Para decirte: “Sigue caminando, yo estoy contigo.” Como nos recuerda Isaías 40:29:
“Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas.”
Por tanto, aquí va el llamado claro… directo… sin rodeos:
- Persevera en la doctrina, aunque otros se desvíen.
- Persevera en el servicio, aunque no veas fruto inmediato.
- Persevera en el amor, aunque haya rechazo.
- Persevera en la fe, aunque haya dudas.
Hazlo no porque sea fácil, sino porque vale la pena.
Y recuerda siempre las palabras de nuestro Señor en Apocalipsis 2:10:
“Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.”
Así que, ¿qué esperas para perseverar? Hoy es el día. Hoy es el momento. Que no te detenga el cansancio, la crítica, la falta de resultados, ni siquiera tus propias fallas.
Levántate. Afirma tus pasos. Mira hacia el cielo. Y sigue.
Porque el que persevera… no lo hace en vano.
© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.