Divina justificación

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Ya comenzaba la corte y en la sala de la audiencia no cabía una persona más, puesto que el juicio que se celebraba era del interés de muchos. El juez principal y los demás que le acompañaban, vistiendo la habitual toga de color negro, aguardaban por el rutinario informe del secretario.

El fiscal, desde su silla y aunque también esperaba, mostraba una ligera sonrisa, que decía por sí sola los deseos que tenía de entrar en acción. Mientras tanto el lugar de la defensa se veía vacío. El abogado defensor brillaba por su ausencia porque AURO MIRÁN, que era el acusado, había solicitado al juez, que en nombre de su inocencia, le permitieran responder las preguntas sin ser representado, porque él confiaba en que se haría justicia. Y allí permanecía sentado en el banquillo de los acusados, tranquilo y seguro.

Por fin el secretario termina de leer todo una gama de frases hechas y palabras técnicas, dejando saber, entre ellas, los cargos que se le imputaban a Mirán. Se le acusaba de tenencia de gallos finos y de actos preparatorios con el objetivo de pelearlos. Acto seguido, el juez le da la palabra al ministerio fiscal, quien comienza su interrogatorio de esta manera:

-Ciudadano Auro Mirán, ¿podría decirme, qué grado de escolaridad tiene usted?

-Tengo escasamente un tercer grado.

-Entonces, ¿cómo se arriesga a no ser representado, cuando con ese bajo nivel, lo más posible es que no pueda dejar clara su inocencia, suponiendo que lo sea? A no ser que, siendo culpable, ya no le importe ser condenado.

-No Señor Fiscal, se trata de que, siendo inocente, como lo soy, espero justicia de este tribunal.

-Muy bien, ahora quiero que me responda esta pregunta: A usted se le acusa de la posesión de gallos de combate y de actos preparatorios para pelearlos, ¿podría decirme qué significa que los gallos estén tusados y qué la esponja con alcohol aromático que se le ocupó, cuando sabemos que esto último se usa para los gallos que van a pelear?

-Un admirador de los gallos finos como yo, no estaría conforme teniéndolos como otros gallos cualesquiera, me complazco en cortarles sus plumas y lucirlos bien tusados. En cuanto al alcohol aromático, a propósito de las campañas de salud pública, como ciudadano disciplinado y responsable que soy, cumplo con la ley, evitando con esta solución aromática, la multiplicación de piojillos, que son propicios en esta clase de animales.

-Admirable –respondió el fiscal con aires de tener más municiones en este duelo –pero todavía tengo otras inquietudes. Cuénteme acerca del corral con aserrín diseminado por todas partes, que según tengo entendido, eso no es otra cosa que el escenario de combate de los gallos.

-Con todo el respeto que usted merece señor fiscal; pero tengo que decirle que eso no es un escenario de combate, sino un estanque para almacenar ese aserrín que se usa para regar por el patio para absorber el excremento que dejan los gallos, cuando se sueltan para que caminen un poco. Esto lo hacemos también como una medida sanitaria preventiva.

Algo más –apuntó el fiscal –Dígame algo respecto a la romana que también se le ocupó y sabemos que se usa para pesar los gallos antes de la pelea.

-¡Ah! –Mirán hizo una pausa y su rostro se vio entristecido por un momento; pero después continuó un poco entre sollozos: -referente a esa romana, quiero explicar que se trata de un recuerdo de mi abuelo, que era un mambí, un soldado del Ejército Libertador Cubano, de gran gusto por los gallos finos y me dejó esa herencia, que yo cuido celosamente, y si ustedes me la devuelven seguiría cuidando de ella, como digno nieto que de él soy.

-Por último, ¿qué tiene que alegar si le dijera que tengo testigos oculares que sostienen haberlo visto peleando estos dos gallos, que hoy se ven herios, en ese estanque que usted dice tratarse de un almacén para guardar aserrín higiénico? –y diciendo y haciendo, el fiscal mostraba, ante la vista de todos, a dos gallos fuertemente heridos.

-Bien, –respondió Mirán con asombrosa serenidad –una cosa es que yo los haya peleado, cuestión ésta que no haría nunca por respeto a la ley, y otra que se hayan soltado.

Ahora bien, si por unos instantes permanecí observándolos, no fue por placer, sino sorprendido del valor y la pureza de esa cría fina que yo poseía. Si de algo debo confesarme culpable, es de haber sido retardo en los reflejos y no separarlos antes que pasaran los dos o tres minutos que duró la pelea. Pero bien, supongamos que yo suelte esos mismos gallos aquí ahora mismo. De hecho, toda la sala se pondría de pie a observar, y a los jueces, le tomaría varios minutos en reflexionar y separarlos. ¿Habría que condenar a todos los presentes por semejante falta de reflejos?. Pues muy bien, ese ha sido mi pecado.

-Señor juez, –dijo el fiscal –este ciudadano es un impostor y pido que sea condenado y castigado como exige la ley. ¡He terminado!.

Después de unos breves minutos de deliberación regresaron, usando de la palabra el juez principal: -Señor Auro Mirán, usted se ha hecho una defensa impresionante. No creo que algún abogado la hiciera mejor. Pudo ser una justificación divina de haber sido menos carnal y más espiritual. Por lo tanto, no la aceptamos y lo consideramos responsable de los hechos.

No pude captar en aquel entonces la intención de la conclusión del juez; pero por lo pronto quiero dejarlos con esto: –Así que, como por la trasgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Romanos 5:18.

© Antonio J. Fernandez. Todos los derechos reservados.

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Antonio J. Fernández
Mi nombre es Antonio Fernández, soy profesor universitario de matemática, y hace más de 20 años que sirvo al Señor. Mi esposa y yo asumimos el compromiso de serle fiel cada día de nuestras vidas, y de predicar Su palabra para cumplir con la misión que Él nos entrego.

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