Firmes en la Verdad que No Cambia | Mensajes Cristianos
Mensajes Cristianos Lectura Bíblica de Hoy: Juan 17:17
Introducción
La realidad es que vivimos en un mundo rodeado de opiniones. Hoy más que nunca escuchamos ideas que suenan convincentes, incluso lógicas, pero que están completamente separadas de lo que enseña la Palabra de Dios. Las leyes cambian. Las costumbres cambian. Y con frecuencia, las leyes se ajustan para que encajen con conceptos modernos, modas populares, o para no ofender a nadie.
Y lo más triste es que muchos dentro de la iglesia han comenzado a aceptar esas ideas. Muchos creyentes, con tal de evitar el rechazo, con tal de encajar, terminan cediendo terreno. Y poco a poco comienzan a adoptar valores que no vienen de Dios, sino del mundo.
Y es por eso, hermanos, que hoy vemos cómo lo que antes se llamaba bueno ahora se tacha de fanatismo, y lo que Dios siempre ha llamado pecado, hoy se celebra como libertad o progreso. Estamos viviendo en medio de una generación que ha decidido borrar a Dios del centro, y que se burla de Su verdad.
Y en medio de todo esto, la pregunta es inevitable: ¿Cómo podemos permanecer firmes cuando todo a nuestro alrededor cambia? ¿Cómo sostenemos una fe verdadera cuando el mundo nos dice que esa fe ya no es válida, que ya no es necesaria?
I. La verdad es absoluta, no relativa
Cuando Jesús oró al Padre por Sus discípulos, no usó palabras confusas. No dejó espacio para interpretación personal. Él no dijo “una verdad”, ni tampoco dijo “su verdad”. Él fue claro. Dijo: “Tu palabra es verdad.”
Y esa afirmación, hermano, no fue algo pequeño. Fue algo profundo. Porque con eso, el Señor nos está enseñando que la verdad no se define por lo que la mayoría piensa. Tampoco depende de cuántos la aceptan o la rechazan. La verdad, si es de Dios, permanece firme aunque el mundo entero se oponga.
Hoy vivimos en tiempos donde todo parece ser relativo. Donde se nos dice que cada quien tiene derecho a su propia verdad. Y esa mentalidad ha invadido no solo la cultura, sino también muchas iglesias.
Lamentablemente hoy en día la palabra arrepentimiento ha desaparecido del vocabulario de muchos predicadores, y solo se predica lo que agrada. Hoy en día se omite lo que confronta, y se calla lo que molesta.
Pero la verdad de Dios no fue dada para agradar al oído humano. Fue dada para alumbrar, para corregir, para guiar. Y eso no ha cambiado. En Juan 14:6 el Señor dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida…” Y quiero que nos fijemos muy bien en que Él no dijo: “Yo enseño la verdad.” Él dijo: “Yo soy la verdad.” Y si Él es la verdad, entonces todo lo que se aparte de Él —por bonito que suene— es error.
Hermanos, la cultura puede redefinir las palabras. Puede cambiar los términos. Puede presionar para que aceptemos lo inaceptable. Pero la verdad de Dios no se acomoda a los tiempos. No se dobla ante las tendencias, y no busca ser popular. Solo busca ser obedecida.
El profeta Isaías lo dijo así: “La hierba se seca, la flor se marchita, pero la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.” (Isaías 40:8)
Y si Su palabra permanece, entonces nosotros también debemos permanecer. No podemos andar modificando el mensaje para hacerlo más aceptable. No podemos andar buscando formas de suavizar lo que Dios ya estableció con claridad. Porque si lo hacemos, ya no estamos predicando la verdad, sino una imitación que no tiene poder.
Y te digo esto con temor y con amor: si queremos permanecer firmes, tenemos que estar convencidos de que la verdad de Dios es suficiente, y no necesita ser ajustada. La verdad de Dios no necesita ser rediseñada, solo necesita ser vivida con fidelidad.
II. La verdad santifica al creyente
Cuando el Señor oró por Sus discípulos, no pidió que el Padre los prosperara. Tampoco pidió que tuvieran éxito, ni que fueran protegidos de toda dificultad. Lo que Él pidió fue esto: “Santifícalos en tu verdad.”
Y esto es importante. Porque hoy en día muchos quieren bendición, quieren crecimiento, quieren dirección, pero no quieren ser santificados. No quieren pasar por ese proceso. Pero, hermanos, si la verdad no transforma entonces no estamos creciendo. Y si no hay crecimiento, no habrá firmeza.
Y cuando estudiamos bien lo que Jesús dijo, encontramos que esa palabra —verdad— no es algo genérico. En el griego original, la palabra que se usa es ἀλήθεια (alētheia), y esa palabra significa “realidad divina revelada”. Es decir, no es cualquier tipo de verdad. No es una verdad personal, ni cultural, ni emocional. Es una verdad que viene directamente de Dios. Una verdad que se opone al error, al engaño, a la ilusión. Y esa es la verdad que transforma.
Y la pregunta es: ¿estamos siendo transformados por esa verdad? ¿O simplemente la escuchamos, pero seguimos igual?
Porque el cambio real no comienza en lo externo. No comienza con lo que hacemos. Comienza con lo que creemos. Con lo que permitimos que Dios haga en nuestro interior.
Pablo habló de esto en Romanos 12:2 cuando dijo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento…” Y esa renovación no ocurre de forma automática. No ocurre solo por asistir a un culto, ni por estar en un ambiente cristiano. Esta renovación ocurre cuando la palabra de Dios penetra, y uno la acepta, y uno se rinde a ella.
Y si no estamos rindiéndonos a esa palabra… entonces, aunque sepamos versículos, aunque asistamos a la iglesia, no estamos siendo santificados. Y esto es algo que Santiago expresó sin rodeos cuando nos dice: “Pero sean hacedores de la palabra, y no solamente oidores, engañándose a ustedes mismos.” (Santiago 1:22)
Lamentablemente hay muchos que conocen la Escritura, pero no la viven. Muchos que saben lo que Dios demanda, pero no lo aplican. Y así, sin darse cuenta, se engañan a sí mismos.
Ahora bien, el Señor no pidió que fuéramos religiosos. Él no pidió que fuéramos simplemente estudiosos. Él pidió que fuéramos santificados. Y esa santificación solo ocurre cuando la verdad de Dios gobierna el corazón.
hermanos, no basta con tener una Biblia abierta, esa palabra tiene que estar activa en nuestra conciencia. Tiene que estar obrando. Tiene que estar moldeando nuestra manera de pensar, de hablar, de decidir.
Porque si la verdad no nos cambia entonces la cultura nos va a cambiar. Y si la cultura nos cambia… vamos a terminar cediendo en el momento donde Dios nos llamó a permanecer firmes.
III. La verdad nos prepara para el conflicto
El Señor al orar por los Suyos, no pidió que fueran sacados del mundo. Él no pidió que fueran apartados físicamente, ni que fueran librados de toda dificultad. Él pidió algo muy distinto: que fueran guardados en medio del mundo, y que fueran santificados en la verdad.
Eso, hermano, nos dice mucho. Porque significa que vamos a estar rodeados de error. Vamos a vivir en medio de una sociedad que no conoce a Dios, que no ama Su Palabra, y que se opone constantemente a todo lo que Él ha establecido. Y no solamente eso, sino que también vamos a ser confrontados. Vamos a ser presionados. Vamos a ser ridiculizados por creer en lo que Dios ha dicho.
Y quiero que entiendas esto: no es que estemos buscando conflicto. No es que tengamos un espíritu de pelea. Pero el simple hecho de vivir conforme a la palabra de Dios, nos va a poner en conflicto con lo que este mundo celebra.
Hoy en día hay ideas que son aceptadas como verdades, pero que están completamente en contra de la Escritura. Se niega la creación. Se distorsiona la identidad del ser humano (Génesis 1:27). Se promueven estilos de vida que Dios llama pecado (Levítico 18:22; Romanos 1:26-27). Y se espera que la iglesia los acepte. Se espera que los creyentes se acomoden. Que guardemos silencio para no ofender.
Pero si nosotros hemos sido llamados a ser santificados en la verdad, entonces no podemos quedarnos callados cuando la mentira avanza. No podemos ceder terreno donde Dios nos ha llamado a estar firmes.
Y esto no es algo nuevo. Esto es algo que el apóstol Pablo ya anticipaba. En Efesios 6:14, él escribió: “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad…”
Pablo no dijo “defiéndanse con sus ideas”. No dijo “resistan con argumentos humanos”. Dijo: ceñidos con la verdad. Y esa imagen tiene mucho sentido. El cinturón era lo que sostenía toda la armadura del soldado. Si no estaba bien ceñido, todo lo demás se desmoronaba.
Y es exactamente igual en lo espiritual. Si no estamos bien afirmados en la verdad, no vamos a resistir el día malo. Vamos a tambalear. Vamos a correr. Vamos a ceder.
Pero si estamos bien ceñidos… si la palabra de Dios es lo que nos sostiene, entonces podremos permanecer firmes, aunque todos a nuestro alrededor se estén rindiendo.
Y escúchame bien: no se trata de hablar con arrogancia. No se trata de atacar a nadie. Se trata de hablar con claridad. Con firmeza. Con temor de Dios. Pero también con gracia. Porque la verdad, cuando se proclama en amor, alumbra. Y cuando se calla, la oscuridad avanza sin resistencia.
Y eso es lo que estamos viendo hoy. Mucha oscuridad… porque muchos han dejado de hablar. Han dejado de pararse en la brecha. Han cambiado el mensaje para hacerlo aceptable. Pero la verdad de Dios no fue dada para ser popular. Fue dada para santificar. Para salvar. Para libertar.
Y si nosotros creemos eso, entonces no hay lugar para el silencio. No hay espacio para la cobardía. No podemos adaptarnos al mundo y esperar que el mundo vea a Cristo en nosotros.
Hermanos, si de verdad queremos ver un mover de Dios, si de verdad queremos que Su luz brille en medio de tanta confusión… entonces tenemos que ceñirnos con la verdad, y hablar. No con enojo. No con orgullo. Pero sí con convicción. Porque el que guarda silencio cuando debe hablar, termina aprobando lo que Dios condena.
Para concluir
Hermanos, si hemos de permanecer firmes en este tiempo, no hay otra manera de hacerlo que volviendo a lo que no cambia. Porque todo lo demás cambia. Las opiniones cambian. Las leyes cambian. La cultura cambia. Pero la palabra de Dios permanece para siempre (Mateo 24:35).
Y si Su Palabra permanece, entonces nuestra fidelidad a ella no puede ser opcional. No puede ser negociable. No puede depender de si nos aplauden o nos critican.
El Señor oró por Sus discípulos, y oró también por nosotros. Y en esa oración, dejó claro lo que nos iba a sostener en medio de un mundo que lo rechaza: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.”
Ese sigue siendo el clamor. Ese sigue siendo el llamado. Y ese sigue siendo el camino.
No se trata de buscar ser diferentes por el simple hecho de serlo. Se trata de ser transformados por una verdad que viene de lo alto. Una verdad que no se compra, que no se fabrica, que no se adapta. Se trata de dejar que Dios nos aparte, nos limpie, nos moldee… para que en medio de tanta confusión, podamos reflejar lo que Él ha dicho, no lo que el mundo quiere escuchar.
Hoy más que nunca, la iglesia necesita permanecer firme. No en doctrinas de hombres. No en tradiciones vacías. Sino en lo que Dios ha dicho.
Y eso comienza contigo. Comienza conmigo. Comienza con cada uno de nosotros que ha creído en el Señor y ha sido llamado a vivir para Su gloria.
Así que te invito, no a emocionarte, sino a decidir. A tomar una decisión real. Una oración honesta. Que puedas decirle hoy al Padre:
“Santifícame en tu verdad. Que no me conforme a este mundo. Que no me desvíe con el error. Que permanezca firme en lo que Tú has dicho, aun cuando eso me cueste. Aun cuando eso me haga quedar solo.”
Porque si Su palabra es verdad —y lo es— entonces no hay espacio para una vida a medias. No hay lugar para la tibieza. No hay justificación para el silencio.
Hermanos, es tiempo de volver a la verdad. De amarla. De vivirla. De proclamarla. Y de confiar que el Dios que no cambia, también sostendrá a los que no negocian Su verdad.
Amén.
© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.