El precio de ser discípulo

A veces resulta difícil porque estamos acostumbrados a pensar mal, y Dios quiere que pensemos en cosas buenas. En Filipenses 4:8, encontramos claves sobre en qué pensar para poder olvidar nuestra antigua forma de pensar. Pensemos en todo lo bueno, justo, puro, amable, que sea de buen nombre, si tengo alguna virtud, o algo digno de alabanza, pensemos en eso.

El precio de seguir a Jesús implica renunciar a nuestra forma de ser.

Esto resulta dificilísimo, porque generalmente somos felices con nuestra forma de ser, incluso algunos hasta estamos orgullosos de como somos. Cada uno de nosotros sabe, en lo profundo de su corazón, cual es el aspecto de su personalidad, a la cual debemos renunciar para seguir a Jesús. Y no solo saber a qué debemos renunciar, sino tener el valor para renunciar a eso.

El precio de seguir a Jesús implica olvidarnos de nuestros sentimientos.

Si queremos ser discípulos de Jesús, si somos servidores de Dios, ya no importa lo que nosotros queremos sino lo que Dios quiere. Si todavía nos hemos tomado la decisión de ser siervos de Dios, y someternos a Su voluntad, entonces no podremos seguir a Jesús como él espera.

En Lucas 22:39-46, se narra una de los momentos más difíciles de Jesús. Cuando estaba en Getsemaní, se da a entender que Jesús pasaba por un momento terrible porque sabía el sufrimiento que le esperaba. Jesús, aún en su sufrimiento y gran agonía, es capaz de orar al Padre diciéndole: “si quieres pasa de mi esta copa, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Si aceptamos el precio de seguir a Jesús, debemos aceptar la voluntad del Padre para nosotros, aunque nuestros sentimientos nos digan lo contrario.

La segunda condición para ser discípulo de Jesús es, aceptar nuestra responsabilidad.

Cuando hemos entendido que necesitamos negarnos a nosotros mismos; renunciar a nuestra manera egoísta de vivir; olvidarnos de nosotros mismos, de nuestra antigua forma de pensar, de nuestro pasado;   renunciar a ciertos rasgos de personalidad que no están acordes a lo que Dios quiere; entonces, solo entonces, es más sencillo aceptar nuestra responsabilidad.

Cuando has entendido que la vida no se trata de nosotros sino de Dios, entonces aceptar nuestra responsabilidad no resulta tan difícil. Por muchos años, al predicar sobre este versículo, gran parte de los predicadores se enfocaban en que la cruz de cada quien representaba una especie de castigo de parte de Dios. Necesitamos entender que Jesús vino específicamente a reconciliar a la humanidad con el Padre a través de su muerte en la cruz (2 Corintios 5:18-19). La cruz no era su castigo, era su misión. Jesús aceptó su misión, y la convirtió en su responsabilidad.

Dios no quiere que nosotros suframos lo que sufrió Cristo, porque precisamente Jesús vino a tomar nuestro lugar. Él murió por nuestros pecados, y pagó por ellos en la cruz del Calvario, para que nosotros no tuviésemos que pagar por ellos. Por tal razón, cuando Jesús nos dice que tomemos la cruz, nos habla sobre tomar nuestra responsabilidad, nuestra tarea, nuestro llamado, nuestra misión, así como él tomó la suya.

Cuando leí el versículo en diferentes versiones y traducciones de la Biblia, encontré algo que se repetía constantemente, y era la expresión: cada día. Si pensamos en esto, Jesús no fue crucificado cada día, pero si cumplió con su misión cada día, hasta completarla en la cruz. Fue precisamente en la cruz donde dijo: “consumado es” (Juan 19:30).

Según los estudiosos de la Biblia, la frase “consumado es”, que en griego es solo la palabra tetelestai,  literalmente se traducía en “cuenta pagada”, o “cuenta anulada”. Era la expresión que usaban los comerciantes para indicar que una factura había sido cancelada, una cuenta había sido pagada.

En Colosenses 2:13-14, encontramos que la humanidad estaba condenada debido a sus pecados, pero que Jesús vino a saldar esa deuda en la cruz, y fue su sangre preciosa el sello perfecto por el cual nuestra cuenta fue pagada.  Había un acta que condenaba a la humanidad, pero Jesús vino a saldar esa deuda, esa fue su cruz, esa fue su misión.

Las preguntas que debemos hacernos son: ¿cuál es nuestra cruz?, ¿cuál es esa tarea, misión, ocupación, o trabajo que el Padre nos ha dado que debemos cumplir cada día? Seguramente hay tareas generales como orar, predicar, y hacer discípulos; pero también hay otras menos generales y más específicas, que Dios ha determinado para cada uno de sus hijos. Así como Jesús cumplió con su tarea de salvar a la humanidad, nosotros tenemos una responsabilidad que debemos tomar cada día.

La tercera condición para ser discípulo de Jesús y la última de esta prédica cristiana es, querer seguirle.

Hay un viejo dicho popular que dice “El que quiere algo busca la forma, el que no quiere busca excusas”. En Juan 6:60-71, encontramos la ocasión cuando muchos discípulos dejaron de seguir a Jesús. Muchos discípulos dejaron de andar con Jesús, dejaron de seguirlo porque comenzó a hablarles de cosas espirituales. Dice la Biblia que algunos comenzaron a cuestionar a Jesús, y sus enseñanzas. Seguramente, lo que Jesús comenzó a enseñar les confrontó porque Jesús sabía quienes eran los que creían en él, y quienes no.

Lamentablemente, muchas personas están bien con la iglesia pero mal con Dios. Comienzan muy bien en su caminar con Dios, empiezan a congregarse de forma periódica, pero cuando se inicia una instrucción más profunda y detallada, cuando se les enseña las actitudes que hay dejar, las actividades a las que se deben renunciar, y los sacrificios que se tienen que hacer, entonces empiezan a enfriarse, y desanimarse.

Si vamos a seguir a Jesús, no nos debe importar si nuestro mejor amigo deja de congregarse, si cambian al pastor, o si la iglesia cierra. Jesús, cuando comenzó su ministerio, invitó a aquellos que posteriormente serían sus discípulos a que le siguieran. Era un llamado opcional, donde cada discípulo tomó la determinación de seguirle, sin importar las consecuencias que traería esa elección. Algunos dejaron su familia, otros dejaron su trabajo, pero todos estuvieron dispuestos a dejar todo para seguir a Jesús.

Se puede decir que los discípulos quisieron seguirle, y lo quisieron más que cualquier otra cosa. Cuando estudiamos las vidas de los apóstoles, encontramos que la gran mayoría de ellos sufrieron persecución, maltrato, y muertes violentas. Sin embargo, no negaron su fe porque sabían en quien habían creído. Es que los verdaderos discípulos quieren seguir a Jesús, cueste lo que les cueste.

Conclusión

Esta prédica cristiana fue titulada: el precio de seguir a Jesús. En un mundo como este, ser un discípulo de Jesús no es una tarea sencilla. Hay ciertas condiciones que Jesús mismo especificó cuando andaba por esta tierra. Si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús, debemos:

1. Negarnos a nosotros mismos, abandonar nuestra manera egoísta de vivir, olvidarnos de nosotros mismos, renunciar a todo aquello que nos impida seguir a Jesús.

2. Tomar nuestra cruz cada día, nuestra responsabilidad, nuestra tarea, nuestra misión, aquello para lo cual Dios nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.

3. Querer seguirlo, aunque haya otros que se aparten, aunque nos cueste algo valioso, y aunque no sea una decisión aprobada por nuestra familia, o por la sociedad.

Este es el precio de seguir a Jesús. ¿Estás listo para pagar el precio?

Dios te bendiga.

© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.

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