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Creo luego existo
El famoso filósofo del siglo XVII René Descartes fue quien pronunció aquella célebre frase: “Cogito ergo sum”, o lo que significa: Pienso, luego existo.
Dicho pronunciamiento venía derivado de lo que se conoció en su época como la primera verdad, y es que para este filósofo, la duda representaba el mecanismo más viable para obtener veracidad sobre un determinado conocimiento o descubrir al conocimiento en sí mismo.
Como Descartes existen y han existido más personas en el mundo que tienen una enorme necesidad por descubrir en profundidad lo que conocen o entender el por qué de lo que ocurre. En la biblia, uno de los personajes más icónicos de esta tendencia humana fue Tomás, uno de los 12 discípulos de Jesús.
Cuando el Señor Jesucristo había sido crucificado y puesto en la tumba, todos como era natural, lloraban y lamentaban su pérdida, pero al resucitar y presentarse ante sus discípulos y conocidos durante cuarenta días, se despertaron ciertos pensamientos y emociones que no habían sido visibles o manifiestos hasta ese momento. Una de esas reacciones fue la de Tomás.
En el libro de Juan capítulo 20 versos 24 y 25 se relata lo sucedido: “Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”
Como se puede apreciar en el texto, Tomás no estaba dispuesto a conceder fe a cambio de un relato sobrenatural, incluso si dicho relato representaba la mejor noticia de su vida; y es que como muchos que comparten su postura, creer de inmediato esa historia implicaba lo siguiente:
1.- Orgullo. Tomás no quería ser tomado por tonto al dar por sentado instantáneamente algo insólito y jamás visto.
2.- Miedo. Tomás no quería aceptar que algo que él por sí mismo no podía hacer, fue hecho.
3.- Complejo de inferioridad. Tomás tendría que admitir que le faltaba inteligencia para explicar lo ocurrido.
En predicaciones, seminarios, charlas y talleres hemos leído y escuchado muchísimo acerca de la incredulidad de Tomás, que no pudo creer sin antes ver, de cómo fue reprendido por Jesús cuando se le apareció y en el verso 29 del mismo capítulo le dijo: “…Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.” Si bien los discípulos en general también padecieron de ese problema y la prueba está en el verso 14 del libro de Marcos en el capítulo 16 “Y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón…”. La diferencia con respecto a Tomás, es que él lo confesó de viva voz mientras que los demás se lo guardaban para sí mismos en sus pensamientos.
A raíz de esto, se habla sin parar de la falta de fe y de cómo si queremos ver, primero debemos creer, lo cual no está equivocado, ya que en el libro de Marcos capítulo 16 verso 17 dice el Señor: “Y estas señales seguirán a los que creen…”
Nótese el término Seguirán, es decir que viene detrás. Lo que la fe construye se gesta a nuestras espaldas para que así nunca tengamos que detenernos en el camino mirando hacia atrás ni perder de vista lo que queda por delante, esto es la meta en Cristo Jesús.
El apóstol Pablo dijo en el libro de Filipenses capítulo 3 versos 13 y 14: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Cristo Jesús”.
La fe se convierte entonces en el mecanismo por excelencia para desprenderse tanto de paradigmas del pasado como de complejos inútiles que impiden el progreso. La fe así entendida, es el sinónimo más puro y evidente del avance y la evolución.
Detengámonos un momento aquí, porque parece contradictorio esto último, ya que el uso de las palabras: fe, avance y evolución nunca se han conjugado en la misma oración, por considerárselas opuestas entre sí.
Los científicos en la actualidad se sienten representados en la incredulidad de Tomás. Opinan fuertemente que para llegar a la verdad de las cosas, se necesita dudar de ellas en totalidad. Tal y como lo propuso Descartes en su momento.
La duda, el cuestionamiento y la inconformidad son los pilares del estudio metódico de los amantes de la ciencia. Se dice que para que puedan descubrir algo nuevo deben primero cuestionarse lo existente y replantearse un nuevo escenario a partir de allí. La fe no califica para sus estándares de estudio e investigación.
Quizás sea porque si la fe da por sentado todo, aún lo irracional e inexplicable, y no necesita de evidencias, luego los científicos no tendrían ningún trabajo qué hacer, puesto que siempre responderían ante lo desconocido con un Yo creo, y esto por supuesto, no satisfaría el hambre de respuestas y la sed del conocimiento.
Pero, hablemos ahora de la ciencia, hablemos del conocimiento. ¿De dónde viene?
Si decimos que la ciencia tal y como la conocemos es el resultado de estudios, investigaciones, pruebas, experimentos y demás, cocinados a fuego lento en las mentes inquietas y curiosas de seres inconformes, luego, tendríamos que decir que dichos seres no eran tan inteligentes después de todo, ya que pasaron por alto y quién sabe por cuánto tiempo, algo que de plano ya existía, pero que no fueron capaces de ver ni conocer.
Así que, si partimos de este punto, la ciencia es preexistente a la inquietud del ser humano y aguarda quieta y reposadamente en el mar de la tranquilidad; a la espera de que un buzo intrépido y temerario se sumerja en sus profundidades para sacarla a la superficie, donde pueda entonces ser vista y conocida por todos.
Basados en lo anterior, podemos decir que la fe tiene el mismo patrón. Espera en lo oculto a que alguien esté dispuesto a exponerla y hacerla pública.
Vamos a hacernos las siguientes preguntas: ¿Existía la corriente eléctrica antes de ser inventada? ¿Existía el teléfono antes de su invención? ¿Los vehículos automotores se inspiraron en qué para ser creados? ¿A quién se le ocurrió diseñar un cohete que llegara a la luna? ¿Cómo surgió la idea de comunicar a las personas mediante una pantalla como la del televisor?
Podríamos seguir formulándonos muchas más interrogantes pero las respuestas terminarán siendo las mismas:
• Existía, simplemente no había sido descubierto
• Fue el resultado de un sueño, un accidente, una idea
• Se le ocurrió a un loco soñador
El libro de Hebreos capítulo 11 verso 1 nos dice de la fe: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.”