Esperanza contra Esperanza

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Texto Principal: Romanos 5:18

“El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia.”

INTRODUCCIÓN

Nada habla más fuerte ni más alto que la experiencia narrada de la boca de quien vivió lo relatado.

Son muchas las veces que escuchamos predicaciones y sermones de personas que denotan tanta convicción y certeza, que se nos antoja de a ratos creer, que esa persona no tiene la más mínima idea de lo que significa realmente el dolor.

Vemos a una persona parada frente a nosotros hablando con tanta propiedad sobre cómo vencer ante las tribulaciones y superar las pruebas, o derrotar al enemigo, como si esperara a que le lanzaran un cohete para demostrar cuan invencible es, que empezamos a sentir que estamos en el lugar equivocado porque ni somos invencibles ni tenemos esa misma entereza.

¿Cómo se habla de superar el dolor cuando tienes el alma herida? ¿Cómo animas a la gente a tener fe cuando todo tu mundo se desmorona a tus pies? ¿Cómo le dices a la gente que Dios existe cuando lo has perdido todo?

Parece contradictorio que una persona que sufre enseñe a superar el dolor, o que una persona débil inste a ser fuerte, o que alguien lleno de miedo diga: No temas. Pero seamos honestos, ¿a quién le haríamos más caso? ¿A alguien que luce invencible y casi sobrehumano o a alguien que está igual de golpeado que nosotros pero sigue luchando?

Es fácil ser feliz cuando todo sale bien. Es fácil sonreír cuando consigues lo que quieres. Es fácil celebrar cuando obtienes la victoria pero, intenta celebrar cuando todo te sale mal, cuando no recibes lo que esperabas o cuando lo pierdes todo.

Abraham fue conocido como el padre de la fe y no vayas a pensar que se debió a una habilidad superhumana a la que tú y yo no tenemos acceso. Fue un hombre con tantas virtudes o defectos como las que tenemos todos los mortales de este mundo.

Su historia, la conoces bien. Originario de Ur de los Caldeos. Dejó de lado su casa, su parentela, todo cuanto conocía para aventurarse a ir y vivir en un lugar desconocido, tan sólo porque el Dios que no conocían sus padres le pidió que lo hiciera.

Hasta ese momento, Abraham era como cualquier otro hombre sobre la tierra con su vida, sus tradiciones y hasta sus dioses, pero Dios le habló haciéndole una promesa de descendencia y Abraham no se lo pensó dos veces para hacerle caso.

En la biblia encontramos evidencia de que muchos personajes usados por Dios, tuvieron que ser convencidos por él para hacer Su Voluntad y completar su Plan, pero Abraham no pidió referencias ni cartas de presentación.

Quizá podría pensarse que fue extraordinariamente ingenuo o un hombre muy desesperado que como ansiaba más que nada tener un hijo, cuando Dios le hizo esta oferta lo aceptó enseguida y por eso le obedeció en todo.

Pero siendo Dios omnisciente, no dejó que la fe de Abraham fuera sepultada por la absurda suposición de que ésta se debió a su increíble necesidad paterna o al confuso trueque de Yo te doy si Tú me das, así que para que su fe saliera a flote no sólo ante la presencia divina sino como ejemplo para las futuras generaciones, de las cuales tú y yo somos parte, Dios le pidió a Abraham aquello que le había prometido y por lo cual, aparentemente Abraham le servía de forma incondicional: su hijo.

Imagina que le has rogado a Dios sin descanso por un determinado propósito. Casi te quedas en el esqueleto de tanto ayunar, tus rodillas se asemejan a las de un camello luego de tanto orar, tus ojos ya preocupan por lo inflamados que están a causa de las vigilias constantes y las lágrimas interminables. Pero todo eso se olvida cuando Dios te da ese que tanto habías pedido; y de repente, cuando menos lo pensabas, el día que nadie te advirtió ese mismo Dios al que le oraste con tanto fervor te dice: “Entrégame lo que te di y mátalo”

¿Será que reaccionarías como Abraham y aceptarías sin poner objeciones o titubearías con miles de pretextos como Jonás cuando se le ordenó ir a Nínive y predicar?

Pues, déjame decirte que la respuesta de Abraham ante esta extraña solicitud es precisamente lo que le dio el título de hombre de fe y aún más, porque también fue conocido como amigo de Dios. Abraham creyó en Esperanza contra Esperanza.

¿Qué significa?

Que mientras el resto del mundo condiciona su fe, su devoción, su obediencia y hasta su estado de ánimo a lo que pueda o no recibir de Dios, Abraham depositó su fe directamente en Dios.

¿No es lo mismo?

De ninguna manera. Creer que Dios puede darte algo es una cosa, y creerle a Dios aún sin darte nada es otra.

Abraham recibió de Dios la promesa de su hijo, Isaac, pero cuando Dios le pidió que lo sacrificara, tampoco se lo pensó ni vaciló al respecto; al igual que lo hizo cuando Dios le pidió que dejara su tierra y parentela, Abraham ascendió al monte con la plena disposición de obedecer a Su Palabra.

Abraham no condicionó su fe en Dios a lo que pudo recibir de él, porque para Abraham, mayor que la promesa recibida era aquel que hizo la promesa en primer lugar.

Vamos a leer en el evangelio de Mateo capítulo 23 versos 19 al 22:

“¡Necios y ciegos! Porque ¿cuál es mayor, la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda? Pues el que jura por el altar, jura por él, y por todo lo que está sobre él; y el que jura por el templo, jura por él; y por el que lo habita; y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios, y por aquel que está sentado en él.”

Jesús confronta a los fariseos y escribas por sus acciones hipócritas. Demandaban actos de nobleza que ellos mismos no ejecutaban y la reverencia hacia Dios se había vuelto mera formalidad en ellos, dando más importancia a las ofrendas que al Dios a quién debían ofrecerlas.

Estaban más pendientes del tamaño, cantidad y opulencia de su ofrenda que de agradar a Dios en su vida. Pues, esto, es más importante para Dios que carneros engordados o multitud de bueyes degollados sobre el altar.

Asimismo, la fe con la cual nos presentamos ante Dios no puede ni debe estar limitada a cuanto podamos recibir de él.

Abraham fue obediente, tuvo fe y por esa razón, se sostuvo ante la petición que Dios le hizo sin doblarse; porque miraba más allá de lo terrenal, de lo visible. Estaba convencido que quien le prometió un hijo era mayor que el hecho mismo de tener a su hijo consigo. Isaac por sí solo, no nació invencible y dotado de alguna magia que lo hiciera inmortal, del mismo modo, aquello por lo cual oramos a Dios no se recubre ni está hecho de un material impenetrable a prueba de balas, pero quien nos concedió esa y otras peticiones es en toda regla Todopoderoso e Invencible. No sufre mella ni puede ser robado.

En el mismo evangelio de Mateo pero en el capítulo 6 versos 19 al 21 encontramos lo siguiente:

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.”

¿Dónde está tu corazón? ¿En algo material que puede ser robado o perdido? ¿Dónde depositaste tu fe? ¿Sobre algo corruptible que puede ser violentado o contaminado en cualquier instante?

Abraham creyó en Esperanza contra Esperanza. En Creador contra Promesa. En cielo contra tierra. Su fe no se acabó cuando lo que tanto ansiaba quedó en riesgo de perderse. Al contrario, fue allí cuando su fe salió a relucir.

Todo lo que podemos ver y tocar tiene fecha de vencimiento o riesgo de perderse, pero Dios jamás se extinguirá y mientras Él viva, sus promesas también seguirán.

Si quieres apostar a lo seguro, apuesta a esto: apuéstale a Cristo, porque escrito está: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” (Mateo 24:35)

Dios te bendiga.

Redactado por: Emily Sánchez

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