Dios puede resucitar tus sueños: La historia de Ana

En ese entonces todo era muy rústico, los conocimientos médicos eran supremamente primitivos, extremadamente escasos y absolutamente inútiles para el caso de Ana.

C. La voz de su entorno: burla y resignación (1 Samuel 1: 6-8).

Dicen estos versículos que Penina se burlaba de Ana por no poder tener hijos, la irritaba y la ridiculizaba por ser estéril. Esto entristecía mucho a Ana y agravaba la sensación de frustración dentro de ella. Por su parte Elcana, su esposo, lo único que se le ocurrió para consolarla fue prácticamente pedirle que se resignara y que no se afligiera más.

II. La historia de Ana – La esperanza de Ana: Dios

Ana creía en Dios. Su escenario era el peor posible en términos humanos, pero tenía tanta fe que no dejó que se sepultaran sus anhelos y fue a buscar a Dios con todo su corazón.

A. Fue a buscar la presencia de Dios (1 Samuel 1: 9-10).

Ana se levantó y fue al templo a orar. Esto nos habla de que Ana sacó fuerzas de donde no tenía para ir a buscar la ayuda de Dios. Allí, derramó su corazón delante de él y lloró y lloró hasta que quizás sus ojos se secaron. Es delante de Dios que debemos dejar todo nuestro ser, no frente a otros humanos ni ante la tumba donde yacen los restos de nuestros sueños.

B. Puso su confianza en él (1 Samuel 1: 15).

El hecho de desahogar el corazón delante de Dios como lo hizo Ana es lo que tú y yo debemos hacer. No pongamos nuestras peticiones, nuestros sueños y anhelos en manos de quienes poco o nada pueden hacer.

C. Hizo una promesa a Dios (1 Samuel 1:11).

Es interesante que Ana hiciera una promesa a Dios si él le respondía su oración. Ese sueño cumplido de Ana iba a ser para glorificar a Dios. ¿Vas a glorificar a Dios con tus sueños también?

III. La historia de Ana – La respuesta de Dios: cumple su sueño

A. Dios se acordó de Ana (1 Samuel 1:19).

Dice el pasaje que Dios se acordó de Ana. Esa oración de ella definitivamente subió hasta el cielo y no fue ajena al oído de Dios. Esta es una muestra de que Dios no echa en saco roto nuestras plegarias.

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Gabriel González

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