Predicas Cristianas
Predicas Cristianas… Texto Biblico: Romanos 8:28
Introducción
En un estudio de 300 personas exitosas, como Franklin Delano Roosevelt, Hellen Keller, Winston Churchill, Mahatma Gandhi y Albert Einstein, indica que uno de cada cuatro tenía limitaciones tales como: ceguera, sordera o parálisis. Tres de cuatro habían nacido en la pobreza, venían de hogares destrozados, o por lo menos de situaciones tensas o perturbadoras. Con todo estos hombres y mujeres fueron vencedores por sobres sus problemas.
Los cristianos no estamos exentos de limitaciones, problemas u obstáculos que nos impiden obtener una vida cristiana victoriosa. Sin embargo no es voluntad de Dios que nuestra vida sea de fracaso, mediocridad, conformismo; enfáticamente decimos ¡NO! y Pablo escribe a la iglesia de Roma, sin conocerla este tratado acerca de la victoria en Cristo que son estos versículos y de donde Dios quiere que nosotros tomemos sabiduría.
I. Somos más que vencedores cuando amamos a Dios por sobre todas las cosas (v.28)
«Y sabemos que a los que aman a Dios…»
Copernico descubrió que la tierra gira alrededor del sol y no como se creía que era el sol y todos lo demás planetas los que giraban alrededor del la tierra. Los seres humanos creemos que la vida debe girar alrededor de nuestra persona y nuestros planes; cuando no conocemos a Dios a través de Jesús, se podría justificar esta forma de pensar y actuar, pero una vez que cedemos nuestro el lugar de nuestro “YO” a Cristo en nuestra vida y lo sentamos como Señor y dueño, entonces Dios viene a ser el centro y nuestra vida gira a su alrededor de lo que él es y lo que él quiere. Nosotros debemos hacerlo Su voluntad no por el temor, sino por amor a Él y por lo que ha hechos por nosotros. Así lo expresa el soneto al crucificado que dice:
No me mueve mi Dios para quererte
el cielo que me tienes prometido
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor: muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
-Anónimo-