Reflexiones Cristianas
“Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; Átalas a tu cuello, Escríbelas en la tabla de tu corazón; y hallarás gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres.” (Proverbios 3:3-4)
Hace algunos años, vi una película donde se ve un malhechor nervioso y angustiado, atado de pies, manos y cuello, a punto de ser colgado. Cerca de él, está un juez que se pone a leer su sentencia en frente de un público curioso y bullicioso.
El juez detalla una por una las fechorías del hombre y concluye que por su desobediencia a las leyes, por negar la verdad de sus actos y por su crueldad éste debe morir en la horca. La escena concluye mostrando a la multitud que abuchea al bandido mientras el verdugo se dispone a jalar de la soga…
Este hombre, por haber obrado mal, fue juzgado sin clemencia, se falló a sí mismo, quedó mal ante la gente y perdió la vida.
Bien sabemos que siendo genuinos y mostrando misericordia ante las personas, podemos hallar gracia ante los ojos de Dios y elogio de nuestro prójimo. No obstante, muchas veces esto no sucede cuando nos declaramos en rebeldía contra la verdad. Entonces, comenzamos nosotros también a vivir una vida fugitiva, una vida en la que, rodeados de mentiras y falsedades, nos acostumbrados a escapar de lo verdadero.
Perdemos también la misericordia ante los demás y nos convertimos en seres inclementes que no nos importa nada excepto nosotros mismos, entonces buscamos salir del paso, ignoramos las faltas y seguimos errantes escondiéndonos en la oscuridad para no ser atrapados.
Nuestro Salvador Jesucristo nos exhorta: “…Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Juan 8:31).
No necesitamos esperar más para conocer la libertad que la palabra de nuestro padre celestial puede darnos a través de la verdad de sus enseñanzas que nos iluminan el camino hacia libertad.
Hay muchas formas de mostrar misericordia con nuestros hermanos, como ofreciendo consuelo, perdonando las ofensas, teniendo paciencia, compartiendo las buenas nuevas, compartiendo el pan o abriendo nuestras puertas al necesitado. No quepa duda que en este sentir, podremos hallar bendición y gracia del señor, porque nuestras obras darán buen testimonio de nosotros.
Y sobre todo, recordemos lo que este texto bíblico nos enseña, que nos atemos al cuello virtudes (y no sogas de muerte), como joyas preciosas que causarán la buena opinión de los demás, pero más que eso, como recordatorio del buen obrar que nos es confiado. Y lo que es aún más divino, grabemos la verdad y la misericordia en el libro de nuestros corazones, para que nuestro obrar no sea hueco, sino genuino, abundante en gracia y amor.
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