¿Qué es la Pascua? El mensaje más poderoso

José R. Hernández

¿Qué es la Pascua?

¿Qué es la Pascua? | Estudios Bíblicos

Estudios Bíblicos – Lectura Principal: “Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho.” 1 Corintios 15:17-20

Introducción

Cada año, millones de personas celebran lo que el mundo llama “Easter” o “Pascua”. Para algunos, es simplemente un domingo especial lleno de colores pastel, huevos decorados y conejos de chocolate. Para otros, es un día de tradición religiosa, liturgias solemnes o festivales familiares. Pero… ¿es eso realmente lo que representa la Pascua? ¿Es eso lo que el Evangelio nos invita a recordar y proclamar?

La verdad es que la Pascua bíblica no tiene nada que ver con conejos ni rituales vacíos. Su mensaje no se reduce a una tradición anual. La Pascua en la Escritura representa el momento más trascendental en la historia del universo: la resurrección gloriosa de Jesucristo, el Hijo del Dios viviente. No es una fábula ni una enseñanza simbólica. Es un evento histórico confirmado, testificado por testigos oculares y sostenido por la Escritura como la base de toda esperanza cristiana.

En 1 Corintios 15:17, el apóstol Pablo fue directo y sin rodeos: “Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana.”

Es decir, todo lo que creemos, todo lo que predicamos, todo lo que esperamos… depende por completo de la resurrección. No estamos celebrando un símbolo ni una tradición litúrgica, estamos afirmando con gozo que Jesús vive y que su resurrección lo confirma todo: Su identidad, Su sacrificio, Su poder, Su promesa… y Su victoria final sobre la muerte.

Este día no es solo un recordatorio histórico. Es un día de confirmación. La resurrección es la validación suprema de que Jesús dijo la verdad, vivió en santidad, murió en obediencia y resucitó con poder. Esta ha sido una enseñanza fundamental que ya he tenido el privilegio de compartir con mi propia congregación: la tumba vacía no es el fin de una historia, sino la garantía de que toda la Palabra se ha cumplido.

No podemos ignorar que la resurrección no fue un evento aislado, sino la culminación de un plan eterno de redención. Desde Génesis hasta Apocalipsis, la Biblia apunta a este momento: la derrota del pecado y la muerte, y la victoria de Cristo como el primogénito de entre los muertos.

Pascua, entonces, no es un evento para admirar desde lejos… es un llamado a vivir como resucitados. A caminar en novedad de vida. A proclamar que el sepulcro está vacío, y que la tumba no pudo retener al Rey de gloria.

A lo largo de este estudio bíblico, vamos a explorar qué enseña realmente la Biblia sobre la Pascua, cuál es el mensaje central de la resurrección, y qué lecciones transformadoras están esperando ser redescubiertas por cada creyente que toma en serio la cruz… y también la tumba vacía.

Pero antes de seguir, hagámonos una pregunta honesta y necesaria: ¿Estamos viviendo como si Cristo realmente hubiera resucitado? Porque si la tumba está vacía —y lo está— entonces nada puede seguir igual.

I. La Pascua bíblica: fundamento de la fe cristiana, no de tradiciones humanas

La pregunta ¿Qué es la Pascua? no se responde observando costumbres modernas, sino escuchando lo que la Palabra de Dios declara sin ambigüedad. La Biblia no enseña que la Pascua se trata de conejos, huevos coloridos, dulces ni rituales impuestos por la cultura o por la religión tradicional. Tampoco está relacionada con la celebración de fertilidad de la diosa pagana “Ishtar” o “Eostre”, aunque muchos elementos modernos de lo que el mundo llama “Easter” sí tienen origen en esos cultos antiguos.

Cuando uno se detiene a examinar los Evangelios, las epístolas y el testimonio profético, se encuentra con una verdad majestuosa, sencilla y poderosa: la Pascua en su sentido cristiano es la celebración de la resurrección literal, histórica y gloriosa de nuestro Señor Jesucristo. Nada más. Nada menos.

Sin resurrección, no hay evangelio. Sin tumba vacía, no hay fe cristiana. Por eso, antes de analizar símbolos, tradiciones o distorsiones modernas, necesitamos afirmar con convicción este punto: la Pascua no es una tradición humana, sino una afirmación divina de la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado.

Ahora bien, si alguien se está acercando a la fe cristiana por primera vez, quizás se esté preguntando: ¿Por qué es tan importante esta celebración? ¿Qué diferencia hace creer en la resurrección? ¿No es suficiente con que Jesús haya sido un buen maestro? ¿Por qué insistimos tanto en que Él resucitó físicamente?

Estas no son preguntas menores. Son preguntas vitales. Y la respuesta no se encuentra en la tradición ni en la costumbre, sino en las Escrituras. A lo largo de este estudio, vamos a mostrar que la resurrección es la piedra angular del evangelio. Que sin ella, todo se derrumba. Y que con ella, todo cobra vida.

a. La resurrección es la confirmación total del Evangelio

Durante Su ministerio, Jesús habló muchas veces de su muerte, pero también de su resurrección. Los discípulos no lo entendieron del todo… hasta que ocurrió. Y cuando la tumba quedó vacía, todo lo que Él había dicho —cada parábola, cada promesa, cada confrontación con los fariseos— fue validado públicamente por el Padre.

Pablo lo expresó con fuerza en 1 Corintios 15:17-20. Allí declara que si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana, aún estamos en pecado, y no hay esperanza para nadie. Pero luego afirma:

“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho.”

La Pascua, entonces, no es una fecha simbólica. Es el día de confirmación del evangelio. El momento en que el cielo confirmó ante la tierra que el sacrificio de Jesús fue aceptado, que la promesa de vida eterna es verdadera, y que la muerte fue vencida de una vez y para siempre.

Romanos 1:4 también afirma que Jesús fue:

“Declarado Hijo de Dios con poder… por la resurrección de entre los muertos.”

Aquí no hay lugar para dudas. La resurrección no le otorgó divinidad a Cristo, la reveló. Fue el sello del cielo sobre Su identidad. Y eso cambia absolutamente todo.

Pero hay algo más: si Cristo realmente resucitó, entonces todo lo que dijo también es verdad. Eso incluye sus advertencias sobre el juicio venidero, sus afirmaciones exclusivas como el único camino al Padre (Juan 14:6), y su llamado al arrepentimiento. Por eso, la Pascua es también un llamado a decidir: ¿Qué harás tú con Jesús, el resucitado?

b. ¿Y qué hay de los huevos, los conejos y la palabra “Easter”?

Aquí es donde muchas personas sinceras —tanto creyentes como no creyentes— comienzan a hacerse preguntas. Si la Biblia habla de una celebración basada en la resurrección, ¿por qué la Pascua moderna está llena de símbolos que no aparecen en las Escrituras? ¿Por qué huevos? ¿Por qué conejos? ¿De dónde viene el término “Easter” en inglés?

La respuesta no es bíblica, sino cultural. La Encyclopedia Britannica explica que:

“The English word Easter, which parallels the German word Ostern, is of uncertain origin. One view, expounded by the Venerable Bede in the 8th century, was that it was derived from Eostre, or Eostrae, the Anglo-Saxon goddess of spring and fertility.”

Traducción: “La palabra inglesa Easter, que es análoga a la alemana Ostern, es de origen incierto. Una teoría, expuesta por Beda el Venerable en el siglo VIII, era que derivaba de Eostre, o Eostrae, la diosa anglosajona de la primavera y la fertilidad.”

Esto muestra que el término “Easter” tiene raíces asociadas con antiguas deidades paganas y no con la resurrección del Señor. Además, los símbolos del conejo y el huevo están relacionados históricamente con rituales de fertilidad y ciclos lunares, que nada tienen que ver con la fe cristiana. De hecho, en diversas culturas antiguas, estos elementos representaban nueva vida, fertilidad y renovación natural… no la victoria sobre la muerte ni la vida eterna por medio de Cristo.

No hay evidencia bíblica ni apostólica que relacione estos símbolos con la resurrección de Cristo. El huevo y el conejo fueron asociados con festividades paganas de fertilidad, y su incorporación a la Pascua cristiana representa un ejemplo clásico de sincretismo religioso: mezclar lo santo con lo pagano.

Esto no es un detalle menor. En Juan 4:24, Jesús dijo:

“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.”

Y eso significa que la verdad importa. Que no podemos disfrazar el mensaje del evangelio con tradiciones populares. Que si queremos honrar verdaderamente la resurrección de nuestro Señor, debemos hacerlo según la verdad revelada por Dios y no según las invenciones humanas.

Además, la historia bíblica misma nos da una raíz auténtica de la Pascua. En Éxodo 12, Dios ordenó a Israel sacrificar un cordero sin defecto y marcar con su sangre los dinteles de las puertas. Esa noche, el ángel del juicio pasaría de largo sobre las casas marcadas. Este evento se conoce como Pesaj o Pascua y fue una sombra de lo que vendría después.

Jesús es el Cordero perfecto, cuya sangre nos libra del juicio eterno. Como escribió Pablo en 1 Corintios 5:7:

“Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros.”

Así que no necesitamos conejos ni huevos. Tenemos el Cordero.

c. La resurrección rompe el dominio de la muerte… ahora

La tumba vacía no es solo un símbolo de lo que ocurrió con Cristo. Es una garantía viva de lo que ocurrirá con nosotros. La resurrección fue un evento histórico, sí… pero también es una promesa activa para cada creyente.

Hebreos 2:14-15 declara:

“Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.”

En otras palabras, Cristo no solo venció la muerte futura, también liberó a sus hijos del temor presente, del poder paralizante de la culpa, del dominio del pecado. No vivimos esperando vida eterna solamente. Vivimos libres ahora, porque Él vive.

Romanos 6:4 lo dice con claridad:

“Fuimos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo… a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.”

Entonces, ¿por qué cambiar ese poder por dulces y festivales vacíos? ¿Por qué reducir una verdad eterna a una tradición comercial?

La Pascua cristiana no necesita reinvención, necesita ser redescubierta. Ahora que hemos afirmado qué es realmente la Pascua —su base bíblica, su cumplimiento profético, y la falsedad de tradiciones humanas sin fundamento—, estamos listos para explorar con más profundidad cómo el Antiguo Testamento apuntaba hacia Cristo como nuestra Pascua, y qué nos enseña eso sobre el carácter de Dios y la redención perfecta. Eso será el enfoque de la siguiente sección.

II. La Pascua y sus raíces en el Antiguo Testamento

Para entender completamente el poder de la resurrección, tenemos que mirar hacia atrás. La historia de la redención no comienza en los Evangelios, sino en el Génesis. Desde el principio, Dios estableció sombras, señales y tipos que apuntaban hacia un futuro cumplimiento en Cristo. Y la Pascua judía —el Pesaj— es uno de los ejemplos más claros.

Jesús no apareció en escena como una figura aislada, ni su sacrificio fue un accidente del destino. Todo lo que sucedió en Su pasión y resurrección ya había sido anunciado y prefigurado por siglos, y eso nos muestra la fidelidad de Dios, Su soberanía, y el plan perfecto de salvación.

a. El primer Cordero: sangre en los dinteles y liberación del juicio

El libro de Éxodo nos lleva a una noche tensa y decisiva. Faraón se negaba a liberar al pueblo de Dios, y el juicio estaba por caer sobre Egipto. Pero antes de que el ángel destructor pasara, Dios dio una instrucción específica a los israelitas: cada familia debía sacrificar un cordero sin defecto y pintar con su sangre los marcos de sus puertas.

Éxodo 12:13 dice:

“Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto.”

Esa noche fue el nacimiento de la Pascua. No fue un ritual sin propósito, sino un acto profético. La sangre del cordero protegía del juicio. Y no era la calidad de la familia, ni sus méritos, sino únicamente la sangre lo que hacía la diferencia entre vida o muerte.

¿No es eso un reflejo claro del evangelio? Así como ellos fueron librados por la sangre de un cordero, nosotros hoy somos librados por la sangre del Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).

Además, profetas como Isaías ya habían anticipado que el Mesías sería como un cordero llevado al matadero. Isaías 53:7 declara:

“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero…”

Y el Salmo 22, escrito siglos antes, describe con precisión asombrosa lo que Jesús experimentó en la cruz: manos y pies traspasados, burla, desgarro emocional… todo apuntando a que el sacrificio del Cordero estaba anunciado desde el principio.

b. La Pascua como recordatorio continuo de redención

Dios no solo instituyó el Pesaj como un evento histórico, sino como una celebración anual para todas las generaciones. Éxodo 12:24-27 dice:

“Guardaréis esto por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre. Y cuando entréis en la tierra que Jehová os dará, como prometió, guardaréis este rito. Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito vuestro?, vosotros responderéis: Es la víctima de la pascua de Jehová…”

Dios quería que la redención no se olvidara. Que cada generación recordara cómo fueron rescatados, no por sus propias fuerzas, sino por la mano poderosa de Dios.

En la tradición judía, la cena pascual (Séder de Pésaj) incluía elementos simbólicos como el pan sin levadura (matzá), hierbas amargas (maror), vino, y el cordero asado. Cada elemento representaba un aspecto del sufrimiento, la esclavitud, y la liberación. Y no fue casualidad que Jesús eligiera ese contexto para instituir lo que hoy conocemos como la Santa Cena.

Mateo 26:26-28 nos dice que en esa cena Él tomó el pan, lo partió, y dijo:

“Tomad, comed; esto es mi cuerpo… Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto…”

Lo que durante siglos había sido una sombra, en esa noche se transformó en sustancia. Lo simbólico dio paso a lo real. Jesús era el Cordero, Su cuerpo sería partido, Su sangre derramada… y el juicio de Dios pasaría por alto a todos los que estuvieran cubiertos por esa sangre.

c. Cristo: el cumplimiento final y eterno de la Pascua

Pablo lo declara con precisión en 1 Corintios 5:7:

“Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros.”

Esto no es una metáfora. Es una declaración teológica contundente. Cristo es nuestra Pascua. No “representa” la Pascua… Él la encarna, la cumple y la supera.

El autor de Hebreos, en el capítulo 10, nos recuerda que los sacrificios del Antiguo Testamento no podían perfeccionar la conciencia del adorador. Pero Jesús, con una sola ofrenda, perfeccionó para siempre a los santificados. (Hebreos 10:14)

Aquí es donde muchas tradiciones religiosas pierden el enfoque. Siguen celebrando fiestas, repitiendo ceremonias, incluso buscando señales externas… pero se han desconectado de la sustancia: Cristo, nuestro Cordero pascual.

Charles Spurgeon, en su sermón Christ Our Passover (Sermón No. 54, 1855), expresó:

“One of the most interesting points of the Scriptures is their constant tendency to display Christ; and perhaps one of the most beautiful figures under which Jesus Christ is ever exhibited in sacred writ, is the Passover Paschal Lamb.”

Traducción: Uno de los puntos más interesantes de las Escrituras es su constante tendencia a revelar a Cristo; y quizá una de las figuras más hermosas bajo las cuales Jesús es presentado en la Escritura sagrada es el Cordero pascual de la Pascua.

Este es el corazón del mensaje pascual. No hay tradición, símbolo, o costumbre que se compare con esta verdad: la sangre de Cristo nos ha hecho libres. Y su resurrección confirma que la muerte fue derrotada, no solo para Él, sino para todos los que creen.

Después de contemplar cómo la Pascua fue anunciada desde tiempos antiguos, cumplida en la cruz y revelada en la resurrección, queda una pregunta ineludible: si la Pascua bíblica es tan clara, tan rica, tan profundamente centrada en Cristo… ¿cómo terminamos con celebraciones modernas llenas de elementos paganos, comerciales y sin sentido espiritual? ¿Cómo se infiltraron en la iglesia tradiciones que no provienen de la Palabra de Dios?

Para responder esas preguntas, debemos examinar cómo la Pascua fue distorsionada con el paso del tiempo. En la siguiente sección, analizaremos de manera clara y documentada el proceso histórico que transformó la celebración bíblica de la resurrección en una mezcla de ritos humanos, paganismo reciclado y simbolismos ajenos al evangelio.

III. De la verdad revelada al ritual distorsionado: el desvío de la Pascua bíblica

Hasta este punto, hemos visto con claridad que la Pascua, en su raíz bíblica, es la proclamación gloriosa de la resurrección de Cristo. Es el cumplimiento de la promesa hecha desde el Antiguo Testamento, el eco de la sangre del cordero en Egipto, y la afirmación final de que Jesús es el Hijo de Dios. Pero si esto es así —y lo es— entonces, surge una inquietante y necesaria pregunta: ¿cómo llegamos de ahí a una celebración repleta de conejos, huevos decorados y festividades vacías? ¿Cuándo fue que la Iglesia se desvió del patrón bíblico para adoptar elementos ajenos a la Palabra de Dios?

La historia responde con claridad, aunque con tristeza. La distorsión de la Pascua ocurrió gradualmente, a medida que la Iglesia primitiva fue perdiendo su conexión directa con la enseñanza apostólica y comenzó a mezclarse con culturas paganas. Lo que comenzó como una celebración centrada en Cristo fue absorbiendo elementos ajenos, y lo que era adoración en verdad fue reemplazado por tradiciones humanas.

a. El reemplazo del calendario bíblico por el calendario romano

Durante los primeros siglos, los creyentes celebraban la resurrección de Cristo durante el tiempo de la Pascua judía, conforme al calendario establecido por Dios (Éxodo 12:14). Sin embargo, en el siglo IV, el emperador Constantino convocó el Concilio de Nicea (año 325 d.C.), y allí se tomó una decisión crucial: desvincular la celebración de la resurrección del calendario judío y establecer una fecha variable según el calendario solar romano.

La Encyclopaedia Britannica explica:

“The Council of Nicaea in 325 decreed that Easter should be observed on the first Sunday after the first full moon on or after the vernal equinox (March 21).”

Traducción: “El Concilio de Nicea de 325 decretó que la Pascua debía celebrarse el primer domingo después de la primera luna llena del equinoccio de primavera (21 de marzo) o después.”

Este cambio desconectó intencionalmente la celebración de la resurrección de sus raíces bíblicas y proféticas. Ya no se celebraba conforme a la Pascua instituida en Éxodo 12, sino conforme a cálculos astronómicos del calendario romano. Aunque este cambio se presentó como una manera de unificar la observancia cristiana, el trasfondo fue también político y teológico, al buscar distinguirse del calendario judío.

Así comenzó el proceso de transformación: el enfoque dejó de ser la fidelidad a las Escrituras y pasó a ser la tradición eclesiástica. Lo que antes era recuerdo del sacrificio del Cordero se convirtió en ritual institucional. Se reemplazó el calendario de Dios por una imposición religiosa con elementos culturales extraños al evangelio.

b. La introducción del sincretismo: paganismo disfrazado de cristianismo

b. La introducción del sincretismo: paganismo disfrazado de cristianismo

El segundo paso en la distorsión de la Pascua fue aún más peligroso: la incorporación de símbolos y costumbres que provenían directamente de religiones paganas. A medida que el cristianismo se expandía dentro del Imperio Romano y más allá, comenzó a absorber prácticas culturales locales con el propósito, en parte, de facilitar la conversión de pueblos paganos. Pero este sincretismo no fue inofensivo.

Muchas de las culturas germánicas y sajona ya celebraban en primavera festividades dedicadas a la fertilidad, la renovación natural y los ciclos lunares. Figuras como la diosa Eostre —una divinidad anglosajona— estaban asociadas con huevos, conejos y rituales relacionados con la fecundidad.

Según el Easton’s Bible Dictionary, una fuente clásica y confiable del estudio bíblico:

“Easter: originally a Saxon word (Eostre), denoting a goddess of the Saxons, in honour of whom sacrifices were offered about the time of the Passover. Hence the name came to be given to the festival of the Resurrection of Christ, which occurred at the time of the Passover.”

Traducción: Pascua: originalmente una palabra sajona (Eostre), que denota una diosa de los sajones, en cuyo honor se ofrecían sacrificios alrededor del tiempo de la Pascua. De ahí que el nombre llegara a aplicarse a la festividad de la Resurrección de Cristo, que ocurrió en la misma época.

Esto nos muestra que no solo se adoptó el nombre. También los símbolos del huevo y el conejo —relacionados históricamente con la fertilidad y la vida nueva en religiones paganas— fueron incorporados paulatinamente como parte de la celebración cristiana. Pero esta mezcla no se basó en la verdad revelada en la Palabra de Dios, sino en una estrategia cultural que terminó debilitando la pureza del mensaje.

La Escritura nos advierte con firmeza contra este tipo de mezcla. En Marcos 7:13, Jesús confrontó a los fariseos por invalidar la Palabra con tradiciones humanas:

“Invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido.”

El sincretismo nunca ha sido aceptable delante de Dios. Desde el Antiguo Testamento, el Señor dejó en claro que su pueblo no debía adoptar las prácticas de las naciones que los rodeaban (Deuteronomio 12:30-31). Cuando la Iglesia aceptó tradiciones que no provenían de la revelación divina, abrió la puerta a confusión, contaminación doctrinal y adoración distorsionada.

Y eso es exactamente lo que ocurrió. La Pascua, que debía ser una celebración centrada en el Cordero resucitado, fue reemplazada por símbolos vacíos, dulces, cuentos y entretenimiento.

La realidad es que estos símbolos modernos no tienen ningún fundamento en la Biblia. No hay un solo versículo que relacione a los conejos o huevos con la resurrección del Señor. Y lo que es aún más serio: estos símbolos fueron importados directamente de celebraciones paganas de fertilidad, sin ningún proceso de purificación o redención bíblica.

c. La pérdida del discernimiento espiritual en la iglesia contemporánea

Finalmente, lo más preocupante no es solo lo que ocurrió hace siglos, sino lo que sigue ocurriendo hoy. Muchas congregaciones —incluso evangélicas— celebran actividades de Pascua que no tienen ninguna raíz en las Escrituras. Promueven la “búsqueda de huevos” para los niños, decoran templos con flores primaverales, y llaman a esta fiesta “Easter”, ignorando o minimizando su trasfondo pagano.

¿Cómo llegamos a esto? La respuesta es clara en 2 Timoteo 4:3-4:

“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina… y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.”

En lugar de escudriñar la Escritura, se ha preferido seguir costumbres populares. En vez de confrontar la cultura, se la ha abrazado. Y el resultado es devastador: una generación que asocia la resurrección de Cristo con chocolate y folklore, en lugar de gloria, juicio y vida eterna.

Y sí, puede parecer inofensivo. Puede parecer “divertido” o “culturalmente relevante”. Pero el enemigo siempre se disfraza de ángel de luz (2 Corintios 11:14), y si logra que desviemos nuestra mirada de la cruz… ya ha logrado mucho.

Frente a esta realidad, la pregunta ya no es solo histórica, sino profundamente personal: ¿Cómo respondemos nosotros? ¿Cómo podemos, como creyentes, restaurar la visión bíblica de la Pascua y comunicar con fidelidad su verdadero mensaje en medio de un mundo que ha sido engañado? Esa será la carga de la siguiente y última sección.

IV. Volviendo a la esencia: restaurando la celebración bíblica de la Pascua

Después de examinar el peso histórico y teológico de la resurrección, así como la distorsión que ha sufrido a lo largo de los siglos, es inevitable llegar a este punto: si hemos comprendido la verdad, estamos obligados a responder con fidelidad. No podemos simplemente asentir con la cabeza y seguir celebrando lo que el mundo ha vaciado de significado. La verdad exige transformación.

Esta sección no es una simple reflexión emocional, sino un llamado firme y bíblico a regresar a lo que el Señor estableció. No se trata de reinventar la Pascua, sino de redescubrirla. Y para hacerlo, necesitamos tres cosas esenciales: reverencia por la verdad, separación de lo falso, y compromiso con el evangelio puro.

a. El testimonio de la Iglesia primitiva: sencillez, no espectáculo

Cuando uno examina los primeros siglos del cristianismo, lo que encuentra no es un despliegue de festividades llenas de simbolismos culturales, sino una comunidad reunida en torno a una verdad central: Cristo resucitó. La celebración era solemne, doctrinal, gozosa… pero profundamente enfocada en lo esencial.

Los primeros creyentes no necesitaban huevos de colores ni tradiciones importadas para expresar su fe. Lo hacían con la lectura de la Palabra, la Cena del Señor, himnos centrados en la resurrección, y la proclamación pública del evangelio. Y a pesar de las persecuciones, su testimonio transformó el mundo.

Hoy, en muchos contextos, vemos lo contrario: el mensaje ha sido diluido para hacerlo más “atractivo” o “accesible” al gusto moderno. Pero la verdad nunca necesita adornos. La verdad tiene poder por sí sola.

La Iglesia primitiva entendía que no se puede celebrar la resurrección sin entender la cruz. Que no se puede proclamar vida nueva sin primero morir al yo. Que no se puede honrar al Cristo resucitado con formas que contradicen su Palabra. Por eso Pablo le dijo a Timoteo en 2 Timoteo 1:13:

“Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús.”

Hoy ese mismo llamado sigue vigente.

b. La restauración comienza en casa

Redescubrir la Pascua bíblica no es una responsabilidad exclusiva de los pastores o líderes. Empieza en el hogar. En la manera en que enseñamos a nuestros hijos, en las conversaciones que tenemos como familia, en las decisiones que tomamos sobre cómo y qué celebramos.

Josué 24:15 nos ofrece un estándar claro y eterno:

“Pero yo y mi casa serviremos a Jehová.”

No se trata de tradición, sino de decisión espiritual. Y esa decisión se expresa en lo que transmitimos día tras día a los que viven con nosotros.

Proverbios 22:6 nos recuerda:

“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.”

Si enseñamos Pascuas vacías, criamos generaciones que no conocen el evangelio. Pero si enseñamos la verdad, el Señor hará florecer frutos duraderos.

Pablo le recordó a Timoteo el impacto espiritual de su madre y su abuela:

“trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice,” (2 Timoteo 1:5).

La transmisión de una fe viva, centrada en Cristo resucitado, no se delega. Es una misión familiar. Cuando el hogar honra al Señor, la iglesia florece. Pero cuando el hogar adopta celebraciones vacías, la fe se debilita.

Y no es solo un tema de enseñanza, sino de meditación y práctica. Josué 1:8 dice:

“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él… porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.”

La verdadera Pascua debe ser vivida desde el corazón, desde la Palabra, desde el hogar.

c. Una Pascua de poder, no de tradición

El mensaje de la Pascua no es una historia emocional para una vez al año. Es el corazón del evangelio. Es la victoria sobre el pecado, la muerte, el infierno y la condenación. Es el inicio de una nueva creación, inaugurada con una tumba vacía y confirmada por testigos reales.

Si eso no cambia nuestras vidas, nada lo hará.

Cuando Pablo escribió en Romanos 6:5: “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección,” estaba hablando de una identidad viva, presente, poderosa. No de una tradición religiosa.

La Pascua bíblica no es una conmemoración estática; es un llamado diario a vivir en la resurrección. Significa caminar en nueva vida, morir al pecado, vivir en santidad. Significa que el mismo poder que levantó a Cristo de los muertos opera ahora en los creyentes.

Y por eso, no podemos seguir reduciendo esta verdad eterna a festivales vacíos. 2 Timoteo 3:5 advierte sobre aquellos que “tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella.”
No se trata de mantener una celebración tradicional. Se trata de proclamar una verdad que transforma.

A lo largo de este estudio, hemos visto qué es verdaderamente la Pascua, qué elementos la han contaminado, y cómo debemos responder. Pero todo esto nos lleva a una última reflexión: ¿qué significa para ti que Cristo resucitó? ¿Ha transformado esa verdad tu vida, tu adoración, tu esperanza?

Conclusión

La Pascua bíblica exige una respuesta viva

Hemos recorrido un largo camino. Desde las Escrituras hasta la historia, desde el Antiguo Testamento hasta la resurrección de nuestro Señor, hemos visto que la verdadera Pascua no tiene nada que ver con tradiciones culturales, ni con símbolos vacíos ni con celebraciones sin sustancia. La Pascua, en su esencia más pura, es el testimonio eterno de que la muerte fue vencida, el pecado derrotado y la esperanza restaurada en Cristo.

No es una festividad religiosa… es una declaración de guerra ganada.

La pregunta ahora ya no es qué es la Pascua, sino: ¿qué harás tú con la verdad de la Pascua?
Porque cuando uno se encuentra cara a cara con la tumba vacía, ya no puede vivir igual.

Cristo resucitó. No simbólicamente. No espiritualmente. Literalmente. Históricamente. Gloriosamente.
Y si esa verdad vive en ti, entonces debe notarse. Debe transformar tu manera de pensar, de hablar, de amar, de adorar. No es posible seguir celebrando lo falso, sabiendo lo verdadero.

Este es un llamado al discernimiento. A dejar atrás lo que el mundo vende como Pascua y abrazar con gozo lo que Dios reveló como verdad. Es hora de rechazar lo superficial y abrazar lo eterno.

Es hora de levantar a Cristo y dejar caer los ídolos culturales. Es hora de enseñar a nuestros hijos no conejos ni cuentos, sino el poder del Evangelio y la gloria de un Salvador vivo.

Jesús dijo en Juan 8:32:

“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”

  • La verdad ya fue revelada.
  • La tumba ya está vacía.
  • El Cordero ya fue sacrificado.
  • La victoria ya fue declarada.

Ahora… ¿viviremos a la altura de esa verdad?

© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.

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José R. Hernández
Autor
José R. Hernández
Pastor jubilado de la iglesia El Nuevo Pacto, en Hialeah, FL. Graduado de Summit Bible College. Licenciatura en Estudios Pastorales, y Maestría en Teología.

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