El Plan de Salvación

José R. Hernández

El Plan de Salvación

El Plan de Salvación | Estudio Bíblicos

Tema: Demostrar cómo el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento revelan el propósito eterno del plan de Dios

Introducción

Como creyentes, todos nosotros sabemos que la Biblia está compuesta por dos partes: el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Pero, ¿qué pasa si te dijera que no son dos historias distintas, sino un solo relato continuo de la obra de Dios desde la creación hasta la redención?

Muchas personas, incluso muchos fieles cristianos, leen la Biblia como si estuviera dividida en dos libros sin relación entre sí: uno antiguo y uno nuevo, casi como si Dios hubiera cambiado de plan. Pero la verdad es que la Biblia es una sola historia que comienza en el Edén y culmina en la cruz, y sigue transformando vidas hasta hoy.

Desde Génesis hasta Apocalipsis, Dios revela un solo propósito: redimir a la humanidad. No se trata de dos planes, ni de dos métodos distintos de salvación, sino de un solo camino que se ha ido revelando con claridad progresiva. La necesidad de ese plan nació cuando el pecado entró en el mundo a través de Adán y Eva. Pero la respuesta de Dios no fue improvisada. Desde el primer momento, Él comenzó a mostrar su misericordia, su justicia y su fidelidad.

Jesús mismo dijo: “Escudriñad las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).

Ahora bien, cuando el Señor dijo eso, las Escrituras eran únicamente el Antiguo Testamento. Es decir, desde los primeros capítulos de la Biblia, Dios estaba señalando hacia su Hijo. Cada historia, cada pacto, cada profecía formaba parte del mismo mensaje: el plan de salvación de Dios, que se cumpliría en Cristo.

Y eso cambia todo para nosotros. Cuando entendemos que la Biblia entera revela un solo mensaje, nuestra lectura se transforma. Ya no vemos el Antiguo Testamento como una colección de historias lejanas o reglas pasadas de moda, sino como parte esencial del carácter de Dios y de Su revelación.

Y cuando predicamos, no debemos limitarnos al Nuevo Testamento. Al contrario, los pastores y maestros que enseñan desde toda la Escritura muestran la plenitud del carácter de Dios y la fidelidad de su Palabra.

La coherencia de la Biblia es uno de sus mayores testimonios. Desde el sacrificio de Abel hasta el sacrificio de Jesús, desde el arca de Noé hasta la cruz, desde Moisés hasta Pedro, Dios no ha cambiado.

La coherencia de la Biblia

I. El Antiguo Testamento: La promesa sembrada

Al mirar la historia completa de la redención, descubrimos que Dios nunca dejó a la humanidad sin esperanza. Desde el momento de la caída, Él comenzó a revelar progresivamente su plan de salvación. Y ese primer anuncio no lo encontramos en los Evangelios, sino en las primeras páginas del Antiguo Testamento.

Cuando tomamos el tiempo de escudriñar el Antiguo Testamento, pronto comprendemos que no es solo un registro de genealogías, leyes o historias antiguas. Sino que es el terreno donde Dios sembró las primeras promesas de redención. No fue un intento fallido ni una etapa irrelevante. Al contrario, es en estas páginas donde comenzamos a ver cómo el plan de Dios empieza a desplegarse con detalle, firmeza y propósito.

En otras palabras, nos muestra el corazón de Dios: su justicia, su paciencia, y también su deseo de redimir. Desde los primeros capítulos de Génesis, ya podemos ver que la humanidad necesitaba salvación. Después de que Adán y Eva desobedecieron, Dios no los destruyó. En cambio, sembró la primera semilla del evangelio: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza…” (Génesis 3:15) (Puedes estudiar este pasaje en su idioma original hebreo y explorar su significado completo usando herramientas confiables como Blue Letter Bible.)

Este versículo es conocido por muchos como el protoevangelio, (término teológico derivado del griego protos (primero) y evangelion (evangelio), es utilizado por comentaristas y teólogos para resumir en una sola palabra el concepto de que Dios anunció por primera vez el evangelio en forma de promesa justo después del pecado), es decir, el primer anuncio del evangelio. Desde ahí, el plan de salvación no solo se anunció, sino que empezó a desarrollarse de forma progresiva a lo largo del Antiguo Testamento.

Dios llama a Abraham, no solo para formar un pueblo, sino para hacer una promesa con alcance universal: “En ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3). Ese pacto no era un fin en sí mismo. Era una señal profética de lo que vendría. A través de la línea de Abraham, Dios levantaría a Jesucristo, el Redentor prometido.

A lo largo del Antiguo Testamento, vemos cómo ese plan va tomando forma:

  • Dios entrega la Ley a Moisés para mostrar el estándar de justicia divina. (Éxodo 24:12)
  • Se establece el sistema de sacrificios como una figura temporal de expiación. (Levítico 17:11)
  • Se levanta un sacerdocio para interceder por el pueblo. (Éxodo 28:1)
  • Los profetas anuncian juicio, pero también esperanza. (Isaías 40:1; 58:1)

Todo esto no era casualidad. Cada elemento —desde el tabernáculo hasta los salmos, desde los pactos hasta los profetas— apuntaba al cumplimiento que vendría en Cristo.

Algunos pasajes claves que muestran esta preparación son:

  • Isaías 7:14: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo…” → Cumplido en Mateo 1:23.
  • Miqueas 5:2: “De ti, Belén… me saldrá el que será Señor en Israel” → Cumplido en Mateo 2:1.
  • Salmo 22: Describe con asombrosa precisión el sufrimiento del Mesías → Confirmado en los relatos de la crucifixión.

Estos textos no deben sorprendernos. Nos confirman que el Antiguo Testamento no es un libro secundario para el cristiano. Es la base sobre la cual Dios edificó su revelación. Es el suelo fértil donde el plan de salvación fue sembrado, cultivado, y anticipado por generaciones.

Y como pueblo de Dios, eso nos enseña algo poderoso: nuestro Señor es fiel a cada palabra que ha dicho. Aunque el pueblo de Israel falló muchas veces, el plan de Dios no fracasó, porque no depende de la fuerza del hombre, sino de la fidelidad de Su promesa.

Cada página del Antiguo Testamento nos recuerda que la redención no fue una reacción, sino una decisión eterna revelada con amor. Por eso, como creyentes, debemos abrazar toda la Escritura —no solo para conocer la historia del pueblo de Israel, sino para descubrir cómo Dios preparó el camino para nuestro Salvador.

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II. El Nuevo Testamento: La promesa cumplida

Cuando nosotros leemos el Nuevo Testamento, no estamos presenciando el inicio de algo nuevo, sino la realización gloriosa de todo lo que ya había sido anunciado. No es un nuevo plan, sino el cumplimiento perfecto del plan de Dios revelado desde la antigüedad.

Jesús no aparece como una figura repentina, ni como una solución de emergencia. Él es el centro de toda la Escritura. En sus palabras, sus obras y su sacrificio, vemos cómo el plan de salvación alcanza su momento culminante. El Señor mismo lo dejó bien claro cuando dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17).

Con esta declaración, Jesús está afirmando que todo lo que fue anunciado en el Antiguo Testamento se cumple en Él. Nada se pierde. Nada se contradice. Todo encuentra sentido y plenitud en Cristo.

El apóstol Juan lo resume de esta manera: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).

Hermanos, a lo largo del Nuevo Testamento, vemos cómo cada título, cada función, cada símbolo del Antiguo se revela ahora en la persona de Jesús:

  • Él es el verdadero Cordero de la Pascua, anunciado en Éxodo 12, cuyo sacrificio libra de la muerte. → Confirmado en 1 Corintios 5:7: “Cristo, nuestra pascua, fue sacrificado por nosotros.”
  • Él es el Sumo Sacerdote eterno, superior a Aarón, que intercede por nosotros con compasión perfecta. → “Por tanto, teniendo un gran Sumo Sacerdote… acerquémonos confiadamente al trono de la gracia…” (Hebreos 4:14–16)
  • Él es el Hijo de David prometido, cuyo trono sería eterno. → “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo… y reinará sobre la casa de Jacob para siempre” (Lucas 1:32–33)

Todo lo que en el Antiguo Testamento era sombra, en Cristo se vuelve luz. Lo que era figura, en Él se hace real. La cruz no fue una derrota, fue el clímax del plan de salvación. Fue en la cruz donde el juicio y la misericordia se encontraron. Fue allí donde el sacrificio anunciado por siglos finalmente se ofreció una vez y para siempre. Como afirma Hebreos 10:10: “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.”

El apóstol Pablo, escribiendo a los gálatas, nos ayuda a entender el propósito de la ley y su relación con la gracia cuando escribió: “La ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gálatas 3:24). Es decir, la ley no fue un camino alternativo, sino un guía temporal que nos mostraba la necesidad de un Salvador.

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III. Una sola fe, una sola salvación

Como creyentes, debemos tener claridad absoluta en esta verdad fundamental: la salvación nunca ha sido por obras, ni en el Antiguo Testamento ni en el Nuevo Testamento. La Palabra de Dios, cuando se estudia en su totalidad, nos muestra que el plan de salvación siempre ha sido uno solo: la redención por gracia, mediante la fe.

Ahora bien, es cierto que el pueblo de Israel recibió la Ley a través de Moisés, y que Dios estableció sacrificios y ofrendas dentro del sistema del templo. Esos sacrificios fueron instituidos por Dios, y jugaron un papel importante en el Antiguo Pacto. Pero debemos entender bien qué función cumplían dentro del plan de Dios.

Los sacrificios no eran un medio de salvación eterno, sino un acto ceremonial que tenía valor temporal dentro del pacto. No quitaban el pecado de forma definitiva, pero sí permitían que el pueblo viviera en comunión con Dios, mientras esperaba el cumplimiento de Su promesa. Era un sistema que enseñaba sobre la santidad de Dios y la necesidad de redención como explica Hebreos: “La ley, teniendo la sombra de los bienes venideros… nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Hebreos 10:1). Y más adelante añade: “Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Hebreos 10:4).

Eso no significa que los sacrificios eran inútiles, sino que no eran el fin en sí mismos. Dios los usó para mostrar, paso a paso, que se necesitaba un sacrificio perfecto. Por eso, Jesús es llamado el Cordero de Dios (Juan 1:29), porque cumplió lo que aquellos sacrificios solo representaban de manera temporal.

Por eso, la justificación de los fieles del Antiguo Testamento no vino por la Ley, sino por la fe. Esto es algo que el apóstol Pablo declara con claridad cuando escribió: “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia” (Romanos 4:3, citando Génesis 15:6).

Abraham vivió siglos antes de que existiera la Ley mosaica. Y aun así, fue justificado. ¿Cómo? Por fe. Por confiar en lo que Dios le había prometido. Esa es la base sobre la cual todo el plan de Dios se edifica: la fe en Su Palabra, en Su carácter y en Su promesa redentora.

La diferencia entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento no está en el método de salvación, sino en el momento del cumplimiento. En el Antiguo, los fieles miraban hacia el futuro con esperanza. En el Nuevo, nosotros miramos hacia la cruz con gratitud. Pero todos, ayer y hoy, dependemos del mismo Salvador. El capítulo 11 de Hebreos es un testimonio poderoso de esto. Allí se nos presenta una larga lista de hombres y mujeres que vivieron antes de la venida de Cristo, pero que vivieron por fe:

  • Abel ofreció su sacrificio con fe (Hebreos 11:4).
  • Noé obedeció el mandato divino por fe (Hebreos 11:7).
  • Abraham salió sin saber a dónde iba, por fe (Hebreos 11:8).
  • Moisés rehusó ser llamado hijo de Faraón, por fe (Hebreos 11:24).

Y el pasaje concluye con estas palabras: “Todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros…” (Hebreos 11:39–40)

Dios no tenía dos planes. No hay dos evangelios. Solo hay un camino, una verdad y una vida: Jesucristo. Él es el cumplimiento del plan de salvación desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20). Y tanto los antiguos como nosotros somos salvos por creer en Él. Esta verdad no solo aclara el pasado, sino que transforma nuestra manera de vivir y predicar hoy.

Por eso, como iglesia hoy, no debemos separar el mensaje del Antiguo del del Nuevo. Al contrario, debemos predicar todo el consejo de Dios, reconociendo que la Biblia, en su totalidad, revela una sola fe y una sola salvación.

Conclusión

Una historia que nos llama a vivir por fe

Hermanos y hermanas, lo que hemos visto en este estudio no es un análisis teológico más. Es un llamado a volver a mirar toda la Biblia con ojos espirituales. El Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento no son dos relatos aislados, sino capítulos de una misma historia: el plan de Dios para redimir a la humanidad.

Desde la promesa sembrada en el Edén, hasta su cumplimiento glorioso en la cruz, el plan de salvación ha sido el mismo: gracia mediante la fe. No por obras, no por religión vacía, no por esfuerzo humano. Sino por creer en lo que Dios ha dicho y en lo que Dios ha hecho en Cristo.

Como creyentes, tenemos la responsabilidad de estudiar la Palabra en su totalidad. No podemos predicar solamente el Nuevo Testamento, ni pasar por alto las riquezas del Antiguo. Porque cuando enseñamos toda la Escritura, mostramos el carácter fiel de Dios, Su justicia, Su misericordia, y Su paciencia con nosotros.

“Porque todas las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron…” (Romanos 15:4)

Y eso incluye toda la historia: desde la creación hasta la cruz, desde la ley hasta la gracia, desde las sombras del templo hasta la luz del evangelio. La Biblia no es un libro dividido; es un solo testimonio de un Dios que no cambia y que cumple lo que promete.

Por eso, te invito a vivir con esta convicción: Dios no ha cambiado. Su Palabra es verdad. Y Su plan de salvación sigue transformando vidas.

Vuelve a leer el Antiguo Testamento con un corazón abierto. Busca en sus páginas las señales del Redentor. Afirma tu fe en las promesas de Dios, y permite que toda la Escritura te forme, te corrija y te prepare para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17).

Y si tú estás leyendo esto y aún no has creído de corazón en Jesucristo como Salvador y Señor, hoy es el día para hacerlo. No se trata de religión, ni de tradición. Se trata de confiar en el único camino que Dios ha establecido: Jesús, el Hijo de Dios, quien murió por tus pecados y resucitó para darte vida eterna.

Él es el centro del plan eterno. Él es la promesa cumplida. Él es la puerta de entrada a la salvación.

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José R. Hernández
Autor
José R. Hernández
Pastor jubilado de la iglesia El Nuevo Pacto, en Hialeah, FL. Graduado de Summit Bible College. Licenciatura en Estudios Pastorales, y Maestría en Teología.

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