La segunda venida de Cristo | Estudios Bíblicos
Estudios Bíblicos Lectura Bíblica: 1 Tesalonicenses 4:16
Tema: La urgencia de vivir preparados para la segunda venida de Cristo, resaltando Su promesa firme, las señales proféticas, el llamado a la santidad y la vigilancia activa como iglesia.
Introducción
Pocas doctrinas han sido tan anunciadas, tan mal interpretadas, o tan descuidadamente ignoradas como la segunda venida de Cristo. En las iglesias primitivas, este era un tema central: no pasaba una reunión sin que se recordara la promesa gloriosa del regreso del Señor. Según los historiadores, los creyentes se saludaban unos a otros con la palabra griega maranata, (μαράνα θά) que significa “Nuestro Señor viene o vendrá”. Pero hoy… ¿cuándo fue la última vez que escuchamos una predicación sólida sobre su regreso? ¿Cuántas iglesias viven con esa misma urgencia?
En muchas congregaciones, la segunda venida ha pasado a un segundo plano. Para algunos es una alegoría. Para otros, una amenaza incómoda. Y tristemente, para no pocos líderes, un tema que ya no “vende” ni retiene multitudes. En lugar de una esperanza gloriosa, se ha convertido en una curiosidad doctrinal, o peor aún, en una predicación olvidada.
Y sin embargo, el regreso del Señor no es un símbolo ni una fábula… es una promesa firme, literal y gloriosa. El mismo Cristo lo declaró con claridad: “Vendré otra vez” (Juan 14:3). Los ángeles lo confirmaron al ver su ascensión (Hechos 1:11), y el apóstol Pablo lo proclamó con fuerza a los creyentes de Tesalónica:
“Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.” (1 Tesalonicenses 4:16)
No hay metáforas aquí. No hay espacio para interpretaciones vagas. Esta es la segunda venida: personal, gloriosa, triunfante… y, sobre todo, inminente.
La Biblia lo dice sin rodeos: “Como en los días de Noé…” (Mateo 24:37). Gente comía, bebía, se casaba, planificaba su vida… hasta que el diluvio vino. No fue que no creyeran que algo pudiera suceder. Fue que vivían como si nunca fuera a suceder. Y esa es exactamente la condición espiritual que describe el Señor como la antesala de Su retorno.
La iglesia de hoy no ha dejado de creer que Cristo volverá… simplemente ha dejado de vivir como si lo creyera. ¿Dónde están los púlpitos que lloran mientras predican sobre el juicio venidero? ¿Dónde está la generación que gime por el pecado, que anhela la aparición gloriosa del Rey de reyes, que se separa del mundo porque sabe que su tiempo aquí es temporal?
Este estudio bíblico tiene como propósito restaurar el peso de esta verdad profética en el corazón del creyente. Vamos a examinar lo que dice la Escritura —no lo que dicen los titulares, ni las películas, ni las teorías especulativas—. Y lo haremos desde tres perspectivas esenciales:
- Una mirada escatológica, que nos ayude a entender el “qué” y el “cuándo” de los eventos finales.
- Una perspectiva cristológica, enfocada en la persona del Señor que regresa, no solo en los acontecimientos que lo rodean.
- Y una visión litúrgica, que transforme nuestra adoración, predicación y estilo de vida mientras esperamos Su regreso.
Porque la segunda venida no es solo un hecho futuro… es una verdad que debe moldear cómo vivimos hoy.
¿Estamos preparados como iglesia para recibir al Rey? ¿O hemos caído en la misma somnolencia espiritual de las vírgenes insensatas que no llevaron aceite en sus lámparas? (Mateo 25:1-13). Porque cuando el Esposo venga —y vendrá— no habrá más tiempo para corregir lo que no se preparó.
El reloj profético de Dios no se ha detenido. Cada día que pasa es un paso más hacia el cumplimiento de Su promesa. Y la pregunta más urgente que debemos hacernos no es “¿cuándo?”, sino: ¿estamos listos?
I. La Segunda Venida como promesa firme, no alegoría
Desde Génesis hasta Apocalipsis, la Escritura está saturada de promesas que apuntan no solo a la primera venida del Mesías, sino también a Su segunda venida. Esta verdad no fue una idea tardía del apóstol Pablo ni una interpretación simbólica de Juan en la isla de Patmos. Fue anunciada por los profetas, confirmada por el mismo Cristo y sostenida por la iglesia primitiva como una roca inamovible. Negar la segunda venida no solo es rechazar el futuro glorioso que nos espera; es también debilitar la esperanza del Evangelio.
No estamos esperando a un símbolo… estamos esperando a una Persona. No estamos mirando hacia el cumplimiento de una metáfora, sino hacia el regreso literal del Señor en gloria y majestad. Y esa promesa —aunque el mundo la ridiculice y algunos dentro de la iglesia intenten espiritualizarla— sigue siendo el ancla de nuestra esperanza.
Como todos sabemos, cuando un soldado en el frente de batalla recibe la noticia de que su comandante viene en camino, no lo toma como un símbolo… se prepara. Se mantiene firme. Espera con vida. Así también, la iglesia del Señor debe mantenerse despierta y expectante, sabiendo que su Capitán regresará, y no lo hará en silencio.
Veamos por qué esta promesa es firme y no debe tratarse como una alegoría teológica.
a. Fue anunciada claramente por el mismo Señor
La segunda venida de Cristo no es una doctrina desarrollada por la iglesia como resultado de una interpretación humana. Fue el propio Jesús quien habló de ella con claridad, intencionalidad y solemnidad. En Mateo 24, Él mismo describió lo que sucedería antes de su regreso: guerras, pestes, terremotos, traición, engaño espiritual… y luego dijo:
“Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria.” (Mateo 24:30)
Este lenguaje no es simbólico. Es escatológicamente literal. Jesús no dijo “seré representado”, o “volveré espiritualmente”. Él dijo que vendrá, que será visto por todas las tribus, que lo hará con poder y gloria.
Todo el ministerio de Cristo apuntaba a ese momento glorioso, cuando no regresaría como siervo sufriente, sino como Rey victorioso. Y cuando una promesa la hace el Rey de gloria… no hay espacio para dudas.
b. Fue reafirmada por los ángeles en la ascensión
Después de resucitar y pasar cuarenta días con sus discípulos, el Señor ascendió al cielo desde el monte de los Olivos. Los discípulos, asombrados, lo miraban subir… hasta que dos ángeles se les aparecieron con un mensaje específico. No fue una visión, no fue una voz interior, no fue un susurro. Fue una declaración celestial directa:
“Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.” (Hechos 1:11)
Este versículo desmantela la idea de una “segunda venida espiritual” o simbólica. El texto es enfático: “este mismo Jesús”, “así vendrá”. Es decir, en cuerpo, en gloria, en forma visible. De la misma manera en que ascendió… volverá.
Y este detalle es más profundo de lo que parece. Jesús ascendió desde el monte de los Olivos… y, según Zacarías 14:4, cuando regrese, sus pies tocarán ese mismo monte. No es una coincidencia. Es el cumplimiento profético de un plan eterno.
Además, no podemos olvidar que en los tiempos del apóstol Pablo, muchos estaban siendo influenciados por corrientes filosóficas —especialmente el pensamiento griego gnóstico— que promovían la idea de que todo lo espiritual debía ser desmaterializado. Algunos comenzaron a negar incluso la resurrección literal del cuerpo (1 Corintios 15:12-19). En ese contexto, afirmar que Jesús volvería físicamente era una declaración contracultural… y profundamente cristológica.
c. Fue esperada y proclamada como esperanza viva por la iglesia primitiva
Cuando leemos las epístolas del Nuevo Testamento, es imposible ignorar cuán central era el regreso de Cristo en la vida de los creyentes. No era un apéndice teológico… era su combustible espiritual. Vivían con los ojos puestos en el cielo. Predicaban, sufrían, servían, y se santificaban sabiendo que “el día del Señor se acerca”.
En Tito 2:13, el apóstol Pablo escribe sobre esta expectativa bendita:
“Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.”
No dice “una expectativa opcional” o “una posibilidad interesante”. Dice esperanza bienaventurada. Algo que aguardamos con gozo, no con temor.
La iglesia moderna necesita recuperar esa urgencia. Porque cuando se pierde el enfoque en la eternidad, se instala la tibieza. Cuando ya no se predica sobre Su regreso, la iglesia se acomoda al mundo. Y cuando la promesa de la segunda venida se convierte en una metáfora, el pueblo pierde la brújula profética.
En el sermón número 1472, titulado “The Glory, Unity, and Triumph of the Church”, Charles Spurgeon, conocido como el príncipe de los predicadores, dijo:
“The glory of sanctity Christ has given to His people with an eye to the convincement of the world.”
Traducción:
“La gloria de la santidad que Cristo ha dado a Su pueblo tiene como propósito convencer al mundo.”
Este comentario refuerza lo que Pablo enseñaba: vivir con la esperanza de Su regreso no es solo una expectativa futura… es un testimonio presente. Cada creyente que vive en santidad, que proclama la verdad, que rechaza la tibieza, está mostrando al mundo que hay un Señor que viene en gloria.
Y si en los tiempos de Pablo ya vivían con esa esperanza ardiente, ¿cómo es que muchos de nosotros —viendo señales cumplidas por todas partes— vivimos con menos urgencia? ¿Será que el confort ha reemplazado la expectación? ¿Será que el entretenimiento ha suplantado la vigilancia?
II. Las señales de Su venida: entre la expectación y el engaño
Si algo nos dejó claro el Señor en Su discurso profético en Mateo 24 fue esto: Su segunda venida será precedida por señales visibles, reconocibles y progresivamente más intensas. Pero también dejó otra advertencia, igual de urgente: el engaño espiritual será tan fuerte, tan persuasivo, que incluso los escogidos podrían ser confundidos si no están firmes en la verdad.
En otras palabras, el que espera la venida de Cristo debe estar doblemente atento: a las señales… y a los falsos señales. Porque la expectación sin discernimiento puede convertirse en terreno fértil para el error. Y el Señor no quiere una iglesia emocionada pero engañada, sino una iglesia vigilante, instruida y llena del Espíritu.
a. Las señales del regreso: advertencias con propósito
Jesús no nos dejó señales para entretener la curiosidad profética, sino para preparar al corazón expectante. Cada señal cumple una función pastoral: despertarnos del letargo, santificarnos en la espera y enfocarnos en lo eterno.
En Mateo 24:6-8, nuestro Señor dijo:
“Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis… Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores.”
Fíjate en esa última frase: principio de dolores. Es lenguaje escatológico, sí… pero también es lenguaje de parto. Así como los dolores de una mujer aumentan en intensidad y frecuencia antes del nacimiento, las señales de la segunda venida se intensificarán conforme se acerque el día del retorno del Rey.
¿Y qué vemos hoy? Guerras, pandemias globales, desastres naturales más frecuentes, hambre, polarización política, persecución creciente contra la fe… No son accidentes cósmicos. Son campanas celestiales sonando para que despertemos.
Pero el problema no está en no ver las señales. El problema está en verlas… y no hacer nada.
b. El aumento del engaño: profecías falsas y promesas huecas
Jesús fue enfático en Mateo 24:4: “Mirad que nadie os engañe.” Y más adelante, en el versículo 24, profundiza:
“Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos.”
Este no es un peligro futuro. Es una realidad presente. Vivimos en un tiempo donde muchos se levantan en nombre de Dios, pero no traen la Palabra de Dios. Algunos profetizan fechas del arrebatamiento. Otros aseguran tener visiones del tercer cielo para respaldar su autoridad. Pero el patrón es siempre el mismo: exaltan su experiencia por encima de la Escritura.
Y ese es el primer paso hacia el engaño. Porque cuando una iglesia comienza a seguir sueños por encima de doctrina, termina en confusión. Cuando los sentimientos reemplazan a la exégesis bíblica, el pueblo queda vulnerable.
Pablo advirtió con claridad en 2 Tesalonicenses 2:9-10 sobre la manifestación del inicuo:
“cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden…”
La pregunta no es si habrá señales. La pregunta es: ¿sabremos discernir cuáles provienen de Dios y cuáles del enemigo?
El verdadero creyente no se mueve por milagros, sino por la Palabra. No sigue señales… sigue al Señor. Y si las señales contradicen la Escritura, por espectaculares que sean, deben ser rechazadas.
c. Vigilancia activa: una iglesia despierta ante el cumplimiento profético
Jesús no nos llamó a especular… sino a velar. No a calcular fechas… sino a estar preparados. No a temer… sino a vivir con lámparas encendidas, como las vírgenes prudentes de Mateo 25.
Él dijo en Mateo 24:42: “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor.”
Y en el versículo 44: “Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis.”
La vigilancia cristiana no es paranoia. Es fidelidad. No es miedo… es compromiso. Y en un tiempo donde muchos están adormecidos por la rutina espiritual, anestesiados por la comodidad o confundidos por falsas señales, la vigilancia se convierte en un acto profético de resistencia.
Porque ver las señales sin responder con santidad es como oír la alarma y no levantarse. Es como ver que el cielo se oscurece… pero no cerrar las ventanas.
Y si todo esto es así —y lo es— entonces no basta con tener una postura escatológica correcta. Necesitamos una vida escatológicamente coherente. Una vida que predica, ora, sirve, ama y se santifica sabiendo que “el tiempo está cerca”.
Como dijo el Señor en Lucas 21:28:
“Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca.”
¿Están nuestras cabezas levantadas? ¿O seguimos mirando al suelo, atados a esta tierra como si fuera nuestro destino final?
III. ¿Qué significa vivir a la luz de Su regreso?
Saber que la segunda venida es real no es solo información profética… es una invitación a una transformación personal profunda. Porque una cosa es creer que Cristo viene, y otra muy distinta es vivir como si viniera hoy. Una teología sin práctica es teoría muerta. Y una expectativa sin obediencia es autoengaño espiritual.
La iglesia primitiva no solo predicaba que Él volvería. Lo demostraba con su forma de vivir. Cada decisión, cada sacrificio, cada oración, cada renuncia estaba impulsada por una convicción escatológica: el Rey viene… y vendrá pronto.
La iglesia de hoy necesita volver a esa forma de vivir. Porque si la esperanza de Su regreso no cambia cómo usamos el tiempo, cómo tratamos a las personas, cómo manejamos el pecado, entonces algo está desconectado entre lo que creemos… y cómo vivimos.
a. Santidad intencional: la respuesta correcta a la esperanza gloriosa
Una de las verdades más pasadas por alto es que la esperanza de la segunda venida es un llamado a la santidad. No a la especulación, ni al temor… sino a la pureza.
El apóstol Juan lo expresó con claridad en 1 Juan 3:2-3:
“Amados, ahora somos hijos de Dios… cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.”
¿Lo ves? La esperanza no es pasiva. Nos purifica. Nos incomoda. Nos exige alinearnos con la santidad de Aquel que esperamos. Porque nadie se prepara para una boda sin vestirse adecuadamente. Y nadie espera al Rey viviendo como si no fuera a llegar.
Hoy más que nunca, en una cultura que promueve lo superficial, lo inmediato y lo carnal, nosotros —el pueblo redimido— tenemos que vivir con los ojos en lo eterno y los pies en la obediencia. Y eso incluye nuestra forma de hablar, de vestir, de reaccionar, de hacer negocios, de relacionarnos, de adorar. Esto es especialmente crucial dentro de la iglesia de hoy, donde la santidad se ha convertido en un concepto opcional, y no en una evidencia de transformación genuina.
No es legalismo. Es reverencia.
b. Urgencia evangelística: el tiempo se acorta
Si creemos realmente en la segunda venida, entonces también creemos que el tiempo para alcanzar a los perdidos es limitado. Cada día es una oportunidad menos. Cada conversación puede ser la última. Y cada alma… es eterna.
El apóstol Pablo entendía esto con fuerza. Por eso escribió en 2 Corintios 5:11:
“Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres…”
Él no predicaba por fama, ni por rutina, ni por tradición. Predicaba porque sabía que un día cada persona estará delante del trono del juicio. Y que si no han conocido a Cristo, su eternidad será de condenación.
Esto no es un mensaje para predicadores solamente. Es un llamado para todos. ¿Cuándo fue la última vez que oramos con lágrimas por un alma perdida? ¿Cuándo fue la última vez que interrumpimos nuestra comodidad para compartir el Evangelio? ¿Nos duele más perder una oportunidad evangelística… o una publicación en redes sociales?
Vivir a la luz de Su regreso es vivir con una urgencia santa. No con ansiedad… sino con propósito. No con desesperación… sino con compasión. Porque si el Rey viene, y viene pronto, entonces no podemos seguir callando.
Y si la iglesia de hoy olvida su llamado evangelístico, pierde su razón de existir.
c. Fidelidad perseverante en medio de la apostasía
La Escritura no es ingenua respecto al panorama espiritual de los últimos tiempos. En lugar de describir un avivamiento universal antes de la segunda venida, habla de una gran apostasía, de corazones enfriados, de falsos maestros multiplicándose.
2 Timoteo 4:3-4 lo dice así:
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias…”
Ese tiempo ha llegado. Lo vemos en iglesias que reemplazan la Palabra por motivación. En púlpitos que predican prosperidad pero no predican arrepentimiento. En creyentes que celebran la gracia pero rehúyen la santidad. La apostasía no es una amenaza futura… es una realidad presente.
Y en medio de este contexto, vivir a la luz de la segunda venida significa mantenernos fieles aunque el mundo —y gran parte de la iglesia de hoy— se desvíe. Significa permanecer firmes aunque sea impopular. Significa no negociar la verdad por aceptación. Porque la fidelidad no se mide por resultados… sino por perseverancia.
Como escribió Pablo en 2 Timoteo 4:7-8:
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia…”
Y esa corona no es solo para apóstoles. Es para todos los que aman su venida.
Conclusión
La segunda venida de Cristo no es solo una doctrina para seminarios, ni una profecía lejana que podemos relegar al final de los tiempos. Es una verdad viva, urgente, y central para nuestra fe. No se trata de especular fechas, ni de construir teorías… se trata de prepararnos, vivir en santidad, proclamar el Evangelio, y perseverar hasta el fin.
La iglesia de hoy ha sido bendecida con más luz, más revelación bíblica, más recursos, más oportunidades… pero también enfrenta más distracciones, más confusión doctrinal y más presiones para conformarse a este siglo. ¿Qué haremos con esta luz? ¿Brillará más fuerte en la oscuridad, o será escondida bajo la comodidad?
La segunda venida de Cristo es nuestra ancla escatológica. Es el norte que nos recuerda que este mundo no es nuestro hogar. Que el Rey viene, y viene pronto. Que lo que hoy sufrimos no se compara con la gloria venidera. Y que nuestra fidelidad no es en vano.
Como escribió el apóstol Pedro:
“Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios…” (2 Pedro 3:12).
No esperando pasivamente, sino con expectativa activa. No con miedo, sino con gozo. No con resignación, sino con determinación santa.
Y si algún corazón se siente cansado, desanimado, tentado a rendirse… recuerda esta promesa que ha sostenido a generaciones de creyentes:
“Y el Dios de paz os santifique por completo… irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará.” (1 Tesalonicenses 5:23-24)
Él viene. Y viene por una iglesia pura, expectante, activa. No perfecta, pero sí preparada.
Entonces, ¿qué haremos mientras esperamos?
¿Seguir viviendo como si todo dependiera de lo temporal? ¿O viviremos como si cada día contara para la eternidad?
¿Toleraremos el pecado, la tibieza y la mundanalidad en la iglesia de hoy… o nos levantaremos como centinelas, como luz sobre el monte, como siervos que no duermen porque saben que el amo puede regresar en cualquier momento?
A ti y a mí se nos ha confiado esta generación. Este tiempo. Esta responsabilidad. Y en medio de tanto ruido, de tanta distracción… la voz del Espíritu aún susurra con urgencia:
“¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.” (Apocalipsis 22:7)
Oración final
Hoy nos detenemos, en medio del ruido de este mundo, para contemplar con temor reverente la promesa gloriosa de Tu segunda venida. Hemos escuchado Tu Palabra, hemos sido confrontados por la verdad, y reconocemos que no podemos seguir viviendo como si no vinieras. Perdónanos, Señor, si hemos caído en la tibieza, si hemos permitido que las urgencias terrenales opaquen la urgencia del cielo.
Despiértanos, oh Dios. Que esta verdad no se quede en nuestras mentes, sino que incendie nuestros corazones. Que cada día que pase no sea una excusa para relajarnos, sino una oportunidad para prepararnos. Llena nuestras lámparas con Tu aceite. Haznos como las vírgenes prudentes que no se duermen mientras esperan al Esposo. Danos discernimiento en medio de la confusión, valor en medio de la persecución, y perseverancia en medio de la apostasía.
Señor, levanta una generación en la iglesia de hoy que no solo predique Tu venida, sino que viva como si vinieras hoy. Una iglesia santa, sobria, despierta. Una iglesia que clama: “Ven, Señor Jesús”, no con temor, sino con gozo.
Te pedimos que nos ayudes a permanecer firmes cuando otros se apartan. A seguir proclamando la verdad cuando otros la diluyen. A ser luz, cuando las tinieblas se intensifican.
Que la esperanza de Tu regreso purifique nuestras motivaciones, guíe nuestras decisiones y alinee nuestras prioridades. Que cuando el Hijo del Hombre venga, no encuentre un pueblo entretenido… sino preparado. No una iglesia adormecida… sino expectante. No corazones divididos… sino entregados.
Y si en algún momento flaqueamos, si nuestras fuerzas se agotan, si nuestras lámparas parecen apagarse… recuérdanos que fiel eres Tú, el que nos llamaste, y que también lo harás.
Hasta que el cielo se abra, hasta que suene la trompeta, hasta que la fe se convierta en vista…
Aquí estamos, Señor. Esperando. Sirviendo. Velando. Amándote.
En el nombre glorioso Jesús oramos.
Amén.
© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.