Cristo déjanos en paz | Predicas Cristianas Poderosas
Predicas Cristianas Palabra de Dios de Hoy: “Y los que apacentaban los cerdos huyeron, y dieron aviso en la ciudad y en los campos. Y salieron a ver qué era aquello que había sucedido. 15 Vienen a Jesús, y ven al que había sido atormentado del demonio, y que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio cabal; y tuvieron miedo. 16 Y les contaron los que lo habían visto, cómo le había acontecido al que había tenido el demonio, y lo de los cerdos. 17 Y comenzaron a rogarle que se fuera de sus contornos.” Marcos 5:14-17
Introducción
Se ha dicho que el ser humano es el ser más complejo del universo por el conjunto numeroso de ideas y sentimientos que permanecen reprimidos en el inconsciente y que ejercen gran influencia sobre él. Pero hay una verdad aún más profunda: lo que más influye en el ser humano no es lo que ignora, sino lo que sabe perfectamente pero no quiere enfrentar.
En nuestra historia de hoy vemos un caso que nos causa sorpresa. Un caso tan real como incómodo. Lo lógico habría sido que los hombres de Gadara celebraran la liberación del endemoniado. Jesús había restaurado una vida, había puesto en libertad a un hombre que había sido esclavo del infierno. Pero la reacción fue contraria a toda expectativa: le rogaron a Jesús que se fuera.
Esta actitud no fue por ignorancia. Fue por resistencia. Jesús había trastornado su economía, su rutina, su religión. Había interrumpido una aparente tranquilidad con una manifestación de poder que revelaba su verdadera condición espiritual. Y frente a esa luz, prefirieron decir: Cristo, déjanos en paz.
Hoy, este grito no ha desaparecido. Sigue siendo pronunciado por muchos —no siempre con palabras, pero sí con actitudes. Queremos un Cristo que bendiga, pero no que confronte. Uno que consuele, pero no que transforme. Uno que visite, pero que no se quede.
I. Cristo, déjanos en paz: No perturbes mi tranquilidad
Si alguien viniera a nosotros y nos dijera: “Te puedo dar un mundo mejor para todos, pero tu comodidad será alterada por un tiempo,” la mayoría diría sin dudar: “Prefiero que las cosas sigan como están.”
Este es el espíritu de Gadara: queremos que todo esté bien, pero sin ser molestados. Y cuando Jesús aparece y empieza a sacudir lo que manteníamos en equilibrio —aunque ese equilibrio fuera falso— preferimos que se aleje.
Hoy, muchos creen tener paz, pero no es paz verdadera. Es solo una calma superficial que evita el conflicto interior. Es una religión sin confrontación. Un estilo de vida sin cruz. Pero el Señor no vino a dejarnos igual.
Él dijo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada” (Mateo 10:34).
¿Qué quiso decir el Señor con eso? Que Su presencia no acomoda, sino que santifica. Él separa lo puro de lo impuro, lo verdadero de lo falso, lo que da vida de lo que produce muerte. Su paz no es una anestesia espiritual, sino un despertar.
Ahora bien, la pregunta que debemos hacernos no es superficial. Va al fondo del alma: ¿Realmente queremos la paz de Cristo, con todo lo que implica… o solo deseamos que no nos interrumpa?
Porque es muy distinto pedirle a Dios que nos dé calma, que rendirse a la paz que Él ofrece. Y aquí es donde sus palabras toman aún más sentido: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:27).
Notemos algo importante: el Señor establece una diferencia clara. Hay una clase de paz que el mundo ofrece—fingida, frágil, fácil de romper—y hay una paz que Él da: firme, real, interna, inquebrantable.
Y sí, esa paz al principio incomoda. Porque antes de sanar, confronta. Antes de consolar, despierta. Y antes de traer descanso, sacude lo que está oculto. Vale más una verdad que hiere pero sana, que una mentira que consuela pero mata.
II. Cristo, déjanos en paz: No te metas con mis posesiones
Aquí tenemos otro aspecto del problema. La liberación del endemoniado vino acompañada de la pérdida de los cerdos. Para muchos, eso fue demasiado. Un alma fue salvada, sí… pero costó dinero. Y para ellos, el precio fue inaceptable.
El texto dice que los que vieron lo sucedido “tuvieron miedo”, (traducción de la palabra griega φοβέω que la conocemos como “fobia”), pero no fue un temor reverente. Fue miedo a lo que podían seguir perdiendo. Temor de que Jesús no solo transformara a una persona… sino que también trastornara el orden económico de su comunidad.
Y es aquí donde debemos ser sinceros: hoy muchos también temen perder lo que tienen si Cristo entra en sus vidas por completo.
- Hay quienes oran: “Señor, entra en mi vida… pero no toques mi bolsillo.”
- “Habla a mi corazón… pero no te metas con mis cuentas.”
- “Bendíceme… pero no me hables de dar.”
Esas oraciones no se hacen con palabras, sino con decisiones. Con prioridades. Con la manera en que usamos lo que tenemos.
Jesús dijo: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21).
Y también: “No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:13).
¿Y sabes por qué lo dijo? Porque el corazón del ser humano tiende a aferrarse a lo que cree que le da seguridad, en lugar de confiar en quien es la fuente de todo.
Los gadarenos no entendieron que no perdieron sus bienes… perdieron la visita del Salvador.
Y tú, hermano, hermana: ¿Qué estás reteniendo que impide que Cristo reine plenamente? ¿Hay algo en tu vida que estás protegiendo más que a tu alma?
Recordemos el caso del joven rico. No se fue por falta de fe, sino porque no quiso soltar lo que tenía. Y lo más triste es que Jesús lo amó, pero no lo pudo forzar (Marcos 10:21–22).
III. Cristo, déjanos en paz: No me compliques mi religión
Esta es quizás la más peligrosa de las tres. Porque no se trata ya de comodidad o de posesiones, sino de algo más profundo: nuestra estructura espiritual.
Muchos quieren a un Jesús que los inspire, pero no que los gobierne. Un Dios que los bendiga, pero que no los mande. Una fe que se acomode a sus convicciones, no que las confronte.
Y cuando el Espíritu Santo comienza a incomodar con convicciones, con verdad, con revelación… en lugar de rendirnos, decimos: “Cristo, déjanos en paz.”
Las palabras que más molestaron en el ministerio de Jesús no fueron sus milagros, sino sus verdades.
“Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías… este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:7–8).
Esa clase de mensaje es incómoda. No encaja en una religión superficial. Pero es el único mensaje que salva.
Algunas personas practican una fe heredada. “Lo que funcionó para mis padres, es suficiente para mí.” Pero Dios no quiere una fe de tradición, sino una relación viva, presente, y activa. Una fe que se transforma con cada encuentro con Cristo.
El Espíritu Santo no trabaja con moldes humanos. Él viene a renovar, a transformar, a desafiar. Y muchas veces, eso nos saca de lo cómodo.
Hermano, hermana: si tu religión no te confronta, no es la fe del evangelio. Porque el que sigue a Cristo debe estar dispuesto a dejarlo todo… incluso sus ideas.
Conclusión:
Hoy también le decimos “déjanos en paz”
Los gadarenos vieron el poder, la gracia y la misericordia de Jesús… pero decidieron que preferían seguir como estaban. Y le rogaron que se fuera.
Pero no fue Jesús quien los rechazó. Fueron ellos quienes rechazaron al único que podía transformar sus vidas por completo.
Hoy, esa misma decisión se presenta ante nosotros. ¿Le diremos: “Quédate con nosotros, Señor”? ¿O le diremos: “Cristo, déjanos en paz”?
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo…” (Apocalipsis 3:20). Él no se impone. Él espera.
No pierdas tu milagro por aferrarte a tus cerdos. No pierdas al Salvador por defender tu rutina. No eches fuera al único que puede salvar tu alma.
Hoy es el día de decirle con fe: “Cristo, no me dejes en paz. Entra. Remueve. Transforma. Reina.”
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