La iglesia es un hospital espiritual

José R. Hernández

La iglesia es un hospital espiritual

La iglesia es un hospital espiritual | Predicas Cristianas

Predicas Cristianas Lectura bíblica: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.” Mateo 9:12

Introducción

Hay algo que todos sabemos, aunque no siempre lo decimos en voz alta: la vida duele. El alma se hiere. El corazón se rompe. El espíritu se cansa. Y por eso, muchos caminan por este mundo cargando dolores que nadie ve, heridas que no sangran por fuera, pero que sangran por dentro. En medio de ese dolor, hay quienes buscan alivio en el dinero, en los vicios, en el aplauso, o incluso en el aislamiento. Pero hay un lugar, muchas veces malentendido, donde Dios quiere que esas almas encuentren consuelo, restauración y vida: la iglesia. Sí, me pteron bien, la iglesia. No como un club de personas perfectas. No como un edificio frío de ritos repetidos. No como un centro de juicio, sino como un lugar de gracia. Como lo que Jesús siempre quiso que fuera: un hospital espiritual.

Muchos ven la iglesia como un lugar al que solo se entra si uno está “bien”. Pero eso no es lo que dijo nuestro Señor, Él fue claro: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.” Y con eso, nos habla a todos nosotros. Porque todos, sin excepción de uno, hemos sufrido, o quizá aun sufrimos enfermedades del alma. Algunos por el pecado, otros por la culpa, otros por las heridas del pasado, otros por el abandono, la traición, la soledad.

Y aquí es donde debemos detenernos y pensar: ¿Qué es la iglesia realmente? ¿Es un museo de santos… o un hospital para pecadores? ¿Es un lugar donde nos disfrazamos de perfección… o donde venimos a buscar sanidad?

Este mensaje no busca juzgar, ni señalar, ni repetir lo que ya sabemos. Busca despertar una verdad que puede restaurar el alma: que la iglesia fue diseñada por Dios para sanar, para levantar, para curar corazones rotos. No hay otra institución sobre la tierra a la que se le haya dado esa misión. No es un invento humano. Es el cuerpo de Cristo, extendido en amor, gracia y poder.

Y por eso, hoy vamos a redescubrir juntos esta verdad con profundidad. Vamos a ver por qué la iglesia es un hospital, quiénes son los pacientes, quién es el médico, cuál es el tratamiento, y cómo debemos recibir, y también dar esa sanidad.

Así que abre tu corazón. No importa cuán profunda sea la herida, ni cuánto tiempo lleves sufriendo en silencio. Este mensaje es para ti. Porque en este hospital espiritual… el Médico siempre está presente, siempre está dispuesto… y nunca falla.

I. La iglesia es un lugar de restauración, no de condenación

La iglesia es un lugar de restauración, no de condenación

Cuando les digo que la iglesia es un hospital espiritual, no estoy usando una metáfora superficial, sino que les estoy haciendo una declaración profunda y bíblica. ¿Por qué digo esto? Hermanos, lo digo porque la realidad es que la iglesia no es un museo para santos perfectos, sino que es un refugio para pecadores quebrantados. Es el lugar donde las heridas del alma encuentran bálsamo, donde las cargas pesadas se levantan, y donde el corazón cansado halla descanso.

Y eso no es una idea mía. Esto es algo que queda muy bien reflejado en las palabras del Señor cuando dijo: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.” ¿Se han fijado bien en lo que está sucediendo aquí? Hermanos, el mismo Señor no se presentó como un juez que vino a señalar y a juzgar, sino como un médico que vino a sanar. Y si ese fue Su enfoque, ¿no debería ser también el nuestro como iglesia?

Por eso es importante que entendamos qué significa en la práctica ser un hospital espiritual. Vamos a verlo por partes.

a. Restaurar con humildad, no con juicio

Uno de los errores más graves que podemos cometer como iglesia es actuar como si estuviéramos en una corte judicial en lugar de estar en una sala de emergencias. ¿Me explico? A veces tratamos al que falla como si ya no tuviera remedio, como si su herida fuera su culpa y no mereciera compasión. Pero eso no es lo que el Señor nos enseñó.

Esto queda muy bien reflejado en las palabras del apóstol Pablo a los gálatas cuando escribió: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” (Gálatas 6:1)

Quiero que nos fijemos bien en que aquí el apóstol nos dice que como iglesia estamos llamados a restaurar, no a rechazar, y que debemos hacerlo con mansedumbre, y no con superioridad. Esto es algo de suma importancia, ya que el mayor error que podemos cometer, y que muchos cristianos cometen hoy en día, es creerse superiores a otros por tener un cargo o un ministerio, cuando en realidad todos somos imperfectos (Romanos 3:23).

Además, el verbo “restaurar” en este pasaje proviene del griego καταρτίζω (katartízō), que según el léxico de Blue Letter Bible (G2675) significa: “ajustar, reparar, restaurar a su estado original.” Es el mismo verbo que se usaba para hablar de remendar redes rotas (Mateo 4:21). Y eso nos habla claramente: la iglesia debe remendar, no desechar.

b. Seguir el modelo del Señor con Pedro

Y si todavía hay dudas sobre lo que significa restaurar, veamos al mejor ejemplo de todos: nuestro Señor y su trato con Pedro después de haberlo negado tres veces (Mateo 26:69-75).

Imagínense ese momento. Pedro, con el alma partida, sabiendo que había fallado. ¿Y qué hizo el Señor? ¿Lo expuso? ¿Lo condenó? ¿Lo reemplazó? ¡No, hermanos! Lo restauró con amor. Juan 21:15 nos muestra que el Señor no le reclamó, sino que le preguntó: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?” Y lo más interesante de esto es que no lo hizo una sola vez, sino que lo hizo tres veces; una por cada negación. Pero esto no fue para humillarlo, sino para restaurar su llamado, su propósito, y su identidad., y al final, le dice: “Apacienta mis ovejas.” (Juan 21:17)

Eso es restauración, eso es actuar como hospital espiritual. Y eso, hermanos, es lo que estamos llamados a hacer nosotros también. Recibir al que tropieza, servirle con humildad, y devolverle su lugar en el cuerpo con gracia.

c. La gracia no elimina la santidad: restaura para una vida nueva

Ahora bien, quiero que pensemos en algo más profundo. ¿Qué sucedía en los tiempos antiguos cuando una mujer era sorprendida en adulterio? Según la ley de Moisés, la pena era clara: muerte por apedreamiento (Levítico 20:10). Era una sentencia dura, una justicia inmediata. Sin embargo, cuando aquella mujer fue arrastrada ante el Señor, ¿qué hizo Él? No anuló la justicia divina, porque reconoció el peso del pecado. Pero abrió una puerta que hasta ese momento nadie había visto: la puerta de la gracia restauradora.

Nuestro Señor no justificó su pecado, tampoco la condenó sin misericordia. Él la perdonó y la llamó a una vida nueva. Le dijo: “Vete, y no peques más” (Juan 8:11).

Y aquí debemos detenernos un momento, porque muchos hoy en día confunden la gracia con permisividad. Pero hermanos, la gracia no es licencia para pecar. Esto es algo que el apóstol Pablo dejó clarísimo en Romanos 6:1 cuando escribió: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera.”

¿Se fijaron bien? ¡En ninguna manera! La gracia no tolera el pecado. La gracia transforma. No nos deja donde nos encontró; nos llama a levantarnos y a caminar en novedad de vida.

Por eso, cuando hablamos de que la iglesia es un hospital espiritual, hablamos de un lugar donde se ofrece sanidad, sí; pero también dirección. No se trata solo de curar heridas, sino de guiar a las almas a vivir en la verdad de Dios. No basta con recibir el perdón; también debemos abrazar el llamado a la santidad.

Así que la iglesia, como hospital, no puede ser un lugar de tolerancia al pecado bajo pretexto de amor. Tiene que ser un lugar de restauración genuina, donde se habla la verdad con amor (Efesios 4:15), y donde cada persona que entra herida, puede salir restaurada y fortalecida para caminar como nueva criatura en Cristo.

Y con esta base sólida, ahora estamos listos para avanzar hacia el siguiente punto:

II. ¿Cómo debe actuar la iglesia como hospital espiritual en el mundo quebrantado en el que vivimos?

¿Cómo debe actuar la iglesia como hospital espiritual en el mundo quebrantado en el que vivimos?

Una cosa es tener el concepto, y otra cosa muy distinta es ponerlo en práctica. Muchos entienden la teoría: que la iglesia es un lugar de sanidad, de restauración, de consuelo. Pero cuando se trata de actuar, de abrir las puertas y el corazón al herido, ahí es donde muchos fallan. Por eso este punto es tan importante. Porque si la iglesia es un hospital espiritual, entonces debe actuar como tal. Y no solo de palabra, sino con hechos concretos.

Veamos juntos algunas formas bíblicas y prácticas de cómo debe actuar la iglesia frente a un mundo herido, caído y necesitado.

a. Debemos recibir a todos como pacientes, no como enemigos

Hermanos, pensemos en algo. ¿A quién recibe un hospital? ¿A los sanos o a los enfermos? La respuesta es obvia. Entonces, ¿por qué a veces nosotros como iglesia nos escandalizamos cuando entra alguien quebrantado, confundido, o incluso rebelde? ¿Acaso no es ese precisamente el que más necesita del toque sanador del Señor?

El apóstol Pablo lo expresó con claridad en 1 Timoteo 1:15 al decir: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.” ¡Fíjense bien en lo que está diciendo! Pablo no se pone en un pedestal. No se presenta como alguien superior, sino como un pecador alcanzado por la gracia. Y eso, hermanos, nos pone a todos en el mismo nivel. Si nosotros fuimos alcanzados, ¿por qué no habríamos de extender esa misma misericordia a otros?

La iglesia debe ser un lugar donde la gente herida no sea juzgada por su pasado, sino recibida con esperanza para su futuro. Porque si no recibimos con compasión, estamos actuando más como fariseos que como discípulos.

b. Debemos sanar con compasión, no con indiferencia

Ahora bien, no basta con abrir la puerta. También hay que sanar, y sanar requiere compasión, requiere tiempo, escucha, paciencia, y disposición. Un médico no sana con indiferencia y tampoco lo hace a gritos, sino que sana con cuidado, con ternura, con seguimiento.

Esto es algo que queda muy bien ilustrado en las palabras del profeta Isaías cuando describe al Mesías diciendo: “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare…” (Isaías 42:3) ¿Ven eso? Él no aplasta al débil. No apaga al que apenas tiene fe. Al contrario, lo sostiene, lo cuida, y lo levanta. Y si ese es el carácter de nuestro Señor, entonces debe ser también el carácter de Su iglesia.

Por eso cuando alguien llega a la iglesia cargado, no debemos apurarlo. No debemos forzar procesos. No debemos imponer nuestra agenda. Hay que acompañarlo. Escuchar su historia. Llorar con él si es necesario. Porque eso es compasión verdadera. Y esa compasión sana más que mil sermones.

c. Debemos guiar hacia la sanidad completa en Cristo

Pero tampoco podemos quedarnos en el consuelo emocional. ¿Por qué digo esto? Digo esto porque un hospital no solo ofrece analgésicos, sino que ofrece tratamiento, diagnóstico y rehabilitación. Y eso mismo debe hacer la iglesia. Porque la sanidad espiritual no es solo sentirse mejor, es vivir transformado.

Esto es algo que el mismo Señor nos enseñó cuando sanaba a las personas. Él no solo les devolvía la salud, Él les daba dirección, propósito, y restauraba su dignidad, pero también su responsabilidad. Un ejemplo muy claro de esto lo vemos en el paralítico de Betesda. El Señor lo sanó, sí. Pero después de sanarlo, le dijo algo que a muchos hoy en día les incomodaría: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor.” (Juan 5:14) ¿Se están dando cuenta de los que les estoy tratando de decir?

Hermanos, el Señor no solo alivia el dolor, sino que llama a una vida nueva. Porque el pecado no es una herida más, sino que es la raíz de muchas heridas. Y el Evangelio no solo consuela, sino que también confronta.

Por eso la iglesia, como hospital espiritual, debe tener el valor de hablar la verdad en amor (Efesios 4:15). No para herir, sino para sanar. No para rechazar, sino para restaurar. Porque una sanidad a medias, no es sanidad completa. El objetivo es guiar a cada persona a una relación transformadora con Cristo, no solo a un alivio temporal.

Ahora que entendemos cómo debe actuar la iglesia como hospital espiritual, es momento de considerar otra pregunta fundamental: ¿cuál es el rol de cada creyente en este hospital? Porque no es solo responsabilidad del pastor, ni del líder. Es responsabilidad de todos. Y eso es lo que vamos a explorar a continuación.

III. ¿Cuál es el rol de cada creyente en este hospital?

¿Cuál es el rol de cada creyente en este hospital?

Hermanos, algo que tenemos que entender es que en este hospital espiritual que es la iglesia, todos tenemos un papel que cumplir. No es solo cosa de los pastores, ni de los líderes de ministerios. No es exclusivo de los ancianos o de los “más maduros en la fe”. Todos, absolutamente todos, hemos sido llamados a ser parte activa en la obra de restauración y sanidad de las almas.

Déjenme decirles algo: en un hospital real, no basta con tener un solo médico. Hay enfermeros, terapeutas, personal de apoyo, asistentes. Todos trabajan en conjunto para salvar vidas. Pues así mismo funciona el cuerpo de Cristo. Cada miembro tiene una función vital que no puede ser ignorada ni delegada (1 Corintios 12:12-27).

Veamos entonces, de manera práctica, cuál es nuestro rol como creyentes en esta maravillosa tarea.

a. Ser agentes de sanidad a través del amor

Quiero que pensemos en esto: ¿cómo se siente un paciente cuando llega a un hospital? Llega con miedo, con dolor, con inseguridad. ¿Qué es lo primero que necesita? ¿Un sermón? ¿Un juicio? ¡No! Necesita amor, necesita sentirse bienvenido, valorado, respetado.

Eso mismo debe ocurrir en la iglesia. Como dice claramente 1 Pedro 4:8: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados.”

Fíjense bien, no dice “amor tibio”, ni “amor condicionado”. Dice ferviente amor. En otras palabras, un amor que busca restaurar, no condenar. Un amor que no excusa el pecado, pero tampoco humilla al pecador. Un amor que no abandona cuando la sanidad toma tiempo.

Ser un agente de sanidad es aprender a amar a la manera del Señor: con paciencia, con mansedumbre, con compasión.

b. Ser intercesores constantes por los heridos

Ahora bien, además de amar, debemos orar. Y no una oración superficial de “Señor, bendícelos”, sino intercesión real, profunda, perseverante. Porque muchos que llegan heridos espiritualmente no pueden orar por sí mismos. Su fe está débil, y su alma está cansada. Y es ahí donde nosotros debemos ponernos en la brecha.

Esto lo vemos muy claro en Ezequiel 22:30 donde el Señor dice: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí a favor de la tierra, para que yo no la destruyese…”

¿Se fijan bien? Dios busca intercesores. No espectadores. No críticos. Intercesores.

Nuestra tarea no es señalar quién está más enfermo espiritualmente. Nuestra tarea es doblar rodillas por ellos. Es levantar sus nombres delante del trono de la gracia. Es clamar hasta que el quebrantado sea restaurado. Hasta que el caído sea levantado. Hasta que el enfermo sea sanado en el nombre de Jesús.

c. Ser ejemplos vivos de transformación

Y aquí llegamos a algo vital: no podemos guiar a otros a la sanidad si nosotros mismos no estamos caminando en el proceso de restauración. No podemos predicar libertad si vivimos atados. No podemos hablar de sanidad si nuestras heridas siguen abiertas y no queremos tratarlas.Por eso, más que palabras, el mundo necesita ejemplos.

El apóstol Pablo en 1 Corintios 11:1 dijo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo.” Esto es algo muy fuerte, ¿verdad? Pero es el llamado. No se trata de ser perfectos, sino de ser auténticos. De caminar en integridad. De mostrar con nuestras vidas que Cristo verdaderamente restaura, sana, transforma.

Porque créanme, un testimonio vivo abre más puertas que mil argumentos. Una vida cambiada convence más que una doctrina recitada. Y cuando los heridos ven que nosotros también fuimos sanados por el mismo Médico divino, entonces tendrán esperanza para su propia restauración.

Ahora que hemos visto cuál es nuestro rol individual dentro del hospital espiritual, es crucial preguntarnos: ¿Qué riesgos corremos como iglesia si fallamos en nuestra misión? Porque ignorar esta responsabilidad no solo afecta a los heridos… también compromete nuestro propio testimonio ante el mundo.

IV. ¿Qué riesgos corremos como iglesia si fallamos en nuestra misión?

¿Qué riesgos corremos como iglesia si fallamos en nuestra misión?

Hermanos, quiero que reflexionemos seriamente sobre esto: si la iglesia no actúa como hospital espiritual, si se olvida de su misión de restaurar, de sanar, de levantar al caído, entonces no solo fallamos a los necesitados, sino que también le fallamos a nuestro Señor. La falta de compasión, la indiferencia y el juicio duro son síntomas de una iglesia que ha perdido su primer amor.

Y cuando eso sucede, las consecuencias no tardan en llegar. Déjenme mostrarles tres de los riesgos más grandes que corremos si descuidamos esta responsabilidad sagrada.

a. Convertirnos en un club social en vez de un refugio espiritual

Cuando la iglesia olvida que su llamado es sanar a los heridos y comienza a enfocarse solo en actividades, en eventos, en programas entonces corre el peligro de convertirse en un simple club social. Un lugar de reuniones bonitas, sí, pero vacío de poder espiritual.

Esto es algo que el Señor confrontó fuertemente a través de las palabras dirigidas a la iglesia de Laodicea en Apocalipsis 3:17 cuando dijo: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.”

¿Se fijaron bien? Ellos se creían autosuficientes, pero en realidad estaban espiritualmente arruinados. ¡Que el Señor nos guarde de caer en esa trampa! Hermanos, como iglesia no estamos aquí para entretener. No estamos aquí para aparentar. Estamos aquí para ser un refugio de gracia y verdad para un mundo herido.

b. Perder la sensibilidad espiritual

Otro riesgo gravísimo es que nuestro corazón se endurezca. Que nos acostumbremos tanto al dolor ajeno, que dejemos de sentirlo. Que miremos al hermano caído y pensemos: “Se lo merece”, en lugar de pensar: “¿Cómo puedo ayudarlo a levantarse?”

Y esto, hermanos, es peligrosísimo. Porque un corazón insensible no solo aleja a las almas necesitadas, sino que también entristece al Espíritu Santo. Fíjense bien cómo nos exhorta el apóstol Pablo en Efesios 4:32 para que entiendan bien lo que les digo: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”

¿Se están dando cuenta de lo que les estoy diciendo? Hermanos, si olvidamos la misericordia que se nos dio, si dejamos de practicarla con otros, entonces estamos en peligro de apagarnos espiritualmente. De convertirnos en fariseos modernos: llenos de religión, pero vacíos de amor.

c. Dar un testimonio distorsionado del carácter de Cristo

Quizás este sea el riesgo más doloroso de todos. Porque el mundo no solo escucha lo que decimos, sino que observa cuidadosamente cómo vivimos. Como he repetido en numerosas ocasiones, nuestro testimonio habla mucha más que nuestra palabras. Y si como iglesia somos duros, críticos, fríos, y distantes entonces lo que le estamos diciendo al mundo, sin palabras, es que Dios también es así. ¿Se dan cuenta de la gravedad?

Es por eso que el apóstol Juan nos recuerda una verdad fundamental en 1 Juan 4:8 al decir: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.” ¡Qué responsabilidad tan grande!

Nosotros, como iglesia, somos la carta abierta de Cristo al mundo (2 Corintios 3:2-3). Si fallamos en amar, fallamos en representar a nuestro Señor. Si fallamos en restaurar, damos una imagen distorsionada del Médico Divino. Y no podemos darnos ese lujo. Porque hay almas mirando. Hay heridos buscando un refugio. Hay pecadores necesitando un Salvador. Y si no encuentran en nosotros el amor, la gracia, la verdad de Jesús, entonces ¿dónde lo van a encontrar?

Ahora que hemos visto el llamado, el rol, y los riesgos, no podemos quedarnos indiferentes. Es tiempo de actuar. Es tiempo de preguntarnos: ¿Qué clase de iglesia queremos ser? ¿Qué clase de creyentes queremos ser? Porque el mundo no necesita más religiosidad. Necesita hospitales espirituales donde el amor de Cristo sane las heridas más profundas.

Para concluir

Hermanos, después de todo lo que hemos reflexionado juntos hoy, no podemos quedarnos igual. No podemos ignorar el llamado urgente que el Señor nos hace a ser una iglesia viva, sensible, restauradora. No podemos permitir que nuestro corazón se endurezca, ni que nuestra congregación se convierta en un museo frío para exhibir apariencias.

La iglesia es un hospital espiritual

Y eso no es un lema bonito para repetir de memoria. Es una misión. Es un mandato. Es una urgencia del cielo. Cada sábado, cada reunión, cada servicio no es solo un programa. Es una sala de emergencia donde llegan almas heridas. Almas que no necesitan más juicios, más rechazos, más indiferencia sino sanidad, gracia y restauración en el nombre de Jesús.

¿Se fijaron cómo el mismo Señor describió Su misión en Lucas 5:31-32? “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.”

Nuestro Señor no vino para los perfectos, vino para los quebrantados. No vino para los que todo les sale bien, vino para ti y para mi; para los que necesitan ser levantados una y otra vez. Entonces, hermanos, si nosotros somos el cuerpo de Cristo aquí en la tierra ¿no deberíamos reflejar ese mismo corazón?

Hoy más que nunca, el mundo necesita ver iglesias que sanen, no que destruyan. Iglesias que restauren, no que condenen. Iglesias que levanten, no que hundan. Y no se trata de tolerar el pecado, como ya hemos aclarado. Se trata de amar lo suficiente como para restaurar. De decir la verdad con lágrimas, no con piedras. De abrazar al caído, no de darle la espalda. Así que hoy quiero hacerte una invitación seria, personal, urgente:

Revisa tu corazón.

  • ¿Eres un instrumento de sanidad, o una piedra de tropiezo?
  • ¿Eres un reflejo de la gracia, o un reflejo de la indiferencia?
  • ¿Eres parte del hospital, o parte de los que cierran la puerta a los heridos?

Yo sé que todos fallamos. Yo sé que a veces el dolor propio nos ciega al dolor ajeno. Pero hoy el Señor nos llama a despertar. A volver a ser esa iglesia que Él soñó: una familia de fe donde los rotos son bienvenidos, donde los pecadores encuentran gracia, y donde los cansados hallan descanso para sus almas.

Recordemos siempre las palabras del apóstol Pedro: “Sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables.” (1 Pedro 3:8)

Esa es la iglesia que sana. Esa es la iglesia que impacta. Esa es la iglesia que el mundo necesita ver.

Así que, levantémonos hoy con una decisión renovada: Ser parte del hospital espiritual de Cristo. Ser manos que curan. Ser voz que anima. Ser corazón que abraza.

Porque un día, cuando estemos delante del Señor, Él no nos preguntará cuántos programas hicimos, ni cuántas reuniones llenamos, sino a cuántos heridos levantamos en Su nombre. Y yo quiero estar entre los que respondan:
“Señor, hice mi parte. Fui hospital, no tribunal. Fui bálsamo, no juicio. Fui instrumento de Tu amor.” ¿Y tú?

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José R. Hernández
Autor
José R. Hernández
Pastor jubilado de la iglesia El Nuevo Pacto, en Hialeah, FL. Graduado de Summit Bible College. Licenciatura en Estudios Pastorales, y Maestría en Teología.

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