Multiplica tu Fe

Sebastian Romero

Multiplica tu Fe

Multiplica tu Fe | Predicas Cristianas

Tema: Jesús transforma lo poco en milagro

INTRODUCCIÓN

Hay historias en la Biblia que, aunque las hayamos leído mil veces… todavía nos hablan como si fuera la primera. Esta es una de esas.

Me refiero a cuando Jesús alimentó a una multitud enorme —más de cinco mil personas— con solo cinco panes y dos peces. Pero eso no es lo que más me llama la atención. Lo que me sacude… es quién trajo esa comida.

Un muchacho. No sabemos su nombre. No sabemos si fue por curiosidad o por fe que llegó. Solo sabemos que estaba allí. Y tenía una cesta. No era mucho. Pero fue justo lo que Jesús usó para hacer un milagro tan grande que aún hoy lo seguimos predicando.

Los discípulos estaban preocupados. Ya era tarde, había hambre, y como buenos organizadores, querían despedir a la gente. “Señor, que se vayan a las aldeas.” Pero Jesús respondió con una frase que hasta hoy nos incomoda: “Dadles vosotros de comer.” (Lucas 9:13)

Eso no era una sugerencia. Fue un reto. Fue una orden. Y también fue… una oportunidad para confiar. Porque Jesús ya sabía lo que iba a hacer. Pero los discípulos no.

Y tú tampoco. Tú no sabes lo que Dios puede hacer con lo poco que tienes. Con tu tiempo. Con tus recursos. Con tus palabras. Pero Él sí.

Así comienza esta palabra. No con abundancia, sino con escasez. No con estrategias humanas, sino con entrega. Y mi oración es que —a medida que avanzamos— entiendas que este milagro no fue solo para ellos. Fue para ti. Y para mí. Porque Jesús todavía dice hoy: “Dales tú de comer.”

I. Cuando Olvidamos el Poder de Cristo en Medio de la Escasez

Cuando hablamos de fe, muchos piensan en creer cuando todo va bien. Pero la fe real se revela cuando todo parece imposible. En esta historia, el Señor coloca a sus discípulos frente a una situación abrumadora: una multitud numerosa, un lugar apartado, el día ya avanzado… y ni una solución lógica a la vista. Aun así, Jesús no se alarmó. Él no improvisa. Él prueba la fe. Y al hacerlo, les recuerda —y nos recuerda— que el poder de Dios no desaparece cuando los recursos se acaban. El milagro comienza cuando dejamos de mirar lo que falta y empezamos a mirar quién está con nosotros.

En esta sección, vamos a ver cómo los discípulos —como tú y como yo— olvidaron lo que sabían acerca de Jesús en medio de la necesidad. Y cómo el Maestro, con sabiduría y compasión, los confrontó para que volvieran a confiar. Multiplica tu Fe no es solo un título; es una orden divina para quienes han visto milagros antes… pero aún dudan cuando el pan escasea. Observemos tres momentos clave de esta historia que revelan lo fácil que es olvidar lo que Dios ya ha hecho.

a. “Despide a la multitud para que se vayan a sus casas” (Lucas 9:12)

Los discípulos no eran novatos. Ya habían estado con Jesús cuando sanó a leprosos, levantó paralíticos, calmó una tormenta con solo una palabra. Lo conocían, lo seguían, lo respetaban. Y sin embargo, frente a una necesidad concreta, su reacción fue la misma que tendría cualquiera sin fe: buscar una solución humana.

“Despídelos”, le dijeron. Que se vayan. Que resuelvan por su cuenta. Que cada uno busque qué comer. Ellos no lo dijeron con mala intención. Lo dijeron con lógica. Y ese es precisamente el problema. Porque hay momentos en la vida donde la lógica es enemiga de la obediencia.

Aquí es donde muchos de nosotros fallamos. Sabemos lo que Dios ha hecho. Lo hemos visto obrar. Hemos predicado sobre sus maravillas. Pero cuando la crisis llega, la mente se impone al corazón. Y le damos más valor a lo que vemos que a lo que creemos.

Los discípulos estaban agotados. Habían regresado de una jornada misionera. Habían escuchado de la muerte de Juan el Bautista. Buscaban descanso. Y de repente, una multitud. Hambre. Presión. Expectativas. ¿Y qué hacen? Le presentan al Señor un plan… sin milagros.

Pero Jesús no responde con frustración. No los regaña. Solo les dice: “Dadles vosotros de comer.” Una frase tan corta… y tan profunda. Porque con esa orden, Jesús estaba revelando su intención: mostrarles que el poder del cielo no depende del estado de ánimo, del presupuesto ni de la hora del día. El poder de Dios sigue intacto.

¿Y tú? ¿Has olvidado lo que Dios ya hizo en tu vida? ¿Estás enfrentando algo hoy que te hace pensar que ya no puedes confiar? Entonces escucha esa misma voz:
“Tú dales de comer. Yo estoy contigo. No olvides quién soy.”

b. “¿De dónde compraremos pan para que coman estos?” (Juan 6:5b)

Jesús ya sabía lo que iba a hacer. Pero aún así, le hizo una pregunta a Felipe que no buscaba información. Buscaba formación. Porque el Señor no necesita datos. Él quiere revelar corazones.

“¿De dónde vamos a comprar pan?”, le dijo. Y Felipe, sin dudar, sacó la calculadora espiritual. Hizo sus cuentas. Observó la multitud. Hizo una proyección. Y respondió con precisión matemática:

“Doscientos denarios no bastarían para que cada uno reciba un poco.” (Juan 6:7)

¡Qué respuesta más humana! Y qué respuesta tan común. Felipe fue práctico… pero excluyó al Todopoderoso. Calculó sin fe. Respondió como si Jesús no estuviera presente. Y ese es el error que repetimos cada vez que miramos el tamaño del problema sin considerar al Dios que camina con nosotros.

Felipe representa a los que necesitan entender antes de creer. Los que dependen de lo que ven para decidir. Los que confían solo cuando hay recursos visibles. Pero la fe no funciona así. La fe verdadera ve lo invisible. Cree lo imposible. Y se apoya en lo eterno.

Como lo define Blue Letter Bible al hablar de la palabra griega “pistis” (fe):

“La convicción profunda y constante de que Dios es quien dice ser y hará lo que ha prometido, no porque lo veamos, sino porque Él lo ha dicho.” Referencia: Blue Letter Bible – G4102

Jesús no necesitaba pan. Él es el Pan de Vida. Pero necesitaba mostrarles que lo poco en milagro comienza cuando dejamos de calcular y comenzamos a confiar.

c. Hombres y mujeres de fe obedecen sin ver

En medio del caos, hay uno que hace algo distinto. Andrés. Él no tiene una gran solución, ni un plan brillante. Pero ve algo. Un muchacho. Una cesta. Cinco panes. Dos peces. Y dice:

“Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; pero, ¿qué es esto para tantos?” (Juan 6:9)

Parece poca cosa. Y lo era. Pero era lo único que tenían. Y Andrés decidió traerlo. Ese acto, aunque con duda, fue un paso de fe. Porque traer lo poco… ya es un acto de creer.

Ahora detente y piensa: ese muchacho… ¿sabía lo que iba a pasar? No. ¿Se imaginaba que su comida alimentaría a miles? Tampoco. Pero no se aferró a lo suyo. Lo soltó. Lo ofreció.

Y Jesús lo tomó. Lo bendijo. Lo multiplicó. Y lo distribuyó. Ese es el patrón divino: Dios toma lo que entregamos, lo bendice, y lo convierte en algo que no podíamos imaginar.

Pero antes del milagro, hubo obediencia. Jesús mandó que organizaran a la gente en grupos. Los discípulos no sabían por qué. No sabían qué haría. Solo sabían que debían obedecer. Y obedecieron sin entender.

Eso es fe. Obedecer cuando no hay lógica. Caminar cuando no hay camino. Entregar lo poco creyendo que Dios hará lo demás. Ese día, los discípulos se convirtieron en meseros del cielo, repartiendo panes que no se acababan y peces que no se reducían.

Y eso nos lleva a la siguiente verdad. Porque el poder de Dios no solo se muestra cuando hay fe… se manifiesta cuando lo poco se entrega. Y en eso, hay una lección aún más profunda.

II. Cuando lo Poco en Manos de Dios Se Convierte en Abundancia

Hay momentos en los que sentimos que lo que tenemos no es suficiente. No alcanza el dinero. No alcanza la fuerza. No alcanzan las ideas. Y entonces viene la tentación de guardar, de callar, de no hacer nada. Porque nos convencemos de que “para qué dar lo poco, si no va a resolver nada.”

Pero esta historia nos revela una verdad eterna: cuando el poco recurso humano se entrega con fe, Dios lo convierte en provisión divina. Eso es exactamente lo que vemos en este milagro. Jesús no pidió abundancia. Pidió entrega. El muchacho solo tenía cinco panes y dos peces. Pero eso, en manos del Señor, fue el punto de partida de algo eterno.

Aquí, el Señor nos enseña que no se trata de cuánto tienes, sino de qué haces con lo que tienes. Porque el milagro no empieza cuando hay más… sino cuando se entrega lo que hay. Eso es lo poco en milagro. Y es ahí donde Dios quiere que tú actúes hoy.

a. El pan de cebada y los peces pequeños (Lucas 9:13)

El texto es claro. Eran cinco panes de cebada y dos peces. No es un detalle sin importancia. El pan de cebada no era valioso. Era alimento de los pobres. Era rústico, difícil de digerir. Los peces eran sencillos, seguramente pequeños, secos, lo justo para un almuerzo de camino.

Y sin embargo, eso fue lo que el muchacho ofreció. No intentó mejorar lo que tenía. No esperó a tener más. No se comparó con los demás. Simplemente puso en manos de Jesús lo poco que llevaba.

¿Cuántas veces no hacemos eso? Tenemos algo, pero nos parece poco. Un talento. Un testimonio. Un tiempo limitado. Y decimos: “Esto no sirve.” Pero ese pensamiento viene del enemigo, porque en el Reino de Dios, el tamaño no define la utilidad. Lo que Dios busca no es cantidad, sino disposición.

Cuando uno lee el texto con atención, nota que Andrés reconoce la pequeñez del recurso, pero aún así lo menciona:

“Pero, ¿qué es esto para tantos?” (Juan 6:9)

Él sabía que no era suficiente, pero entendió que algo, en las manos correctas, puede ser el inicio de un milagro.

Y aquí es donde tú y yo debemos hacer un alto. ¿Qué tienes que no has entregado? ¿Qué estás guardando por pensar que no vale? Porque quizás, ese pequeño talento que desprecias es justo lo que Dios quiere usar para mostrar Su gloria.

b. No es cuánto das, es a quién se lo das (Mateo 14:18)

Jesús no necesitaba que la comida fuera especial. Ni que el pan fuera de trigo fino. Él no necesitaba pan, punto. Porque Él mismo es el Pan que descendió del cielo. Pero aun así, aceptó con gozo lo poco que se le ofreció. Lo tomó. Lo bendijo. Y lo multiplicó.

Aquí está la clave: el poder del milagro no estaba en la calidad del pan ni en el tamaño del pescado. El poder estaba en quién lo recibió.

Cuando tú y yo traemos nuestras pequeñas fuerzas, nuestro poco entendimiento, nuestros dones limitados, y se los entregamos al Señor, algo glorioso sucede. Porque no se trata de lo que somos, sino de lo que Él puede hacer con nosotros.

En la economía del cielo, nada entregado con fe es inútil. En la cruz, Jesús tomó una muerte humillante y la convirtió en redención eterna. Si hizo eso con la cruz, ¿qué no podrá hacer con lo poco que tú le das?

Y eso nos lleva al punto que a muchos más les cuesta: confiar lo suficiente como para soltar. Porque mientras no entregues lo poco, no sabrás nunca si estabas frente a un milagro.

Este muchacho, sin saberlo, se convirtió en un instrumento de provisión. No por tener mucho, sino por entregarlo todo.

c. Obedecer aunque no se entienda el resultado

El milagro no se produjo con fuegos del cielo, ni con una palabra dramática. Fue simple. Jesús dio gracias. Partió el pan. Y empezó a repartir. Y a medida que los discípulos entregaban… había más. Y más. Y más.

Y eso es digno de atención. Porque el milagro no sucedió antes de la obediencia. Sucedió durante la obediencia. Cada paso que daban los discípulos, con sus cestas en mano, era un paso de fe. Ellos no sabían si habría suficiente. Pero caminaron. Sirvieron. Y no faltó.

¿Cuántas veces no actuamos porque queremos ver primero? “Señor, si me das, entonces doy.” Pero Jesús dice: “Da. Camina. Sirve. Y verás.” Porque la fe verdadera no espera señales. Responde a la voz del Maestro.

Ese día, lo ordinario se convirtió en testimonio. Un almuerzo pequeño se volvió símbolo eterno de la provisión de Dios. Y lo que parecía insignificante fue la plataforma de una enseñanza profunda.

Porque sí, el pueblo comió. Pero más importante aún, los discípulos aprendieron. Aprendieron que cuando obedeces, aunque no veas el final, Dios se glorifica. Aprendieron que cuando se entrega lo poco con fe, el cielo lo convierte en abundancia.

Y esa enseñanza nos lleva a algo aún mayor. Porque lo que estaba a punto de revelar Jesús no era solo sobre comida… sino sobre vida eterna. Y lo veremos en el siguiente punto, donde el Señor se presenta no solo como proveedor del cuerpo, sino como el Pan que sacia para siempre.

III. Cuando la Obediencia Abre la Puerta al Milagro

Muchos quieren ver la mano de Dios, pero pocos están dispuestos a moverse cuando no entienden el plan. Esta parte del milagro nos recuerda que la fe no siempre entiende… pero siempre obedece. Jesús no explicó cómo iba a multiplicar el pan. No prometió que alcanzaría. Solo dio instrucciones. Y los discípulos, sin saber el resultado, hicieron lo que Él les dijo.

Aquí está una de las claves más poderosas de este relato: la provisión divina no precede la obediencia… la sigue. Primero se organiza la multitud, luego viene el pan. Primero se sirve con lo poco, luego se ve la abundancia. Es aquí donde el Señor nos dice una vez más: Multiplica tu Fe, aunque no veas aún la multiplicación. Porque a veces, el milagro se activa en el momento exacto en que decides obedecer.

Veamos cómo se desarrolla este principio en tres escenas que nos enseñan qué hacer cuando lo que Dios pide no tiene sentido… pero sí propósito.

a. Organización en medio de la incertidumbre (Lucas 9:14)

Jesús pidió algo extraño. No fue: “Traigan el pan.” Ni: “Digan a la gente que se prepare para ver un milagro.” No. Lo que pidió fue:

“Hacedlos recostar en grupos de cincuenta.” (Lucas 9:14)

¿Para qué organizar a la gente si no había comida? ¿No era más sensato esperar primero el milagro y después distribuir? Pero Jesús no trabaja bajo lógica humana. Él trabaja bajo propósito eterno.

Y los discípulos, aunque no entendían, obedecieron. No porque vieran… sino porque confiaban en quien hablaba. Y esa obediencia, que podría parecer mínima, fue lo que preparó el escenario para el milagro.

Hoy el Señor sigue haciendo lo mismo. Nos da una orden que parece fuera de lugar. “Perdona.” “Da.” “Ora.” “Habla.” Y uno piensa: “¿Para qué, Señor, si no va a cambiar nada?” Pero esa no es la pregunta correcta. La pregunta es: ¿Lo dijo Él? Y si lo dijo, entonces el milagro está detrás de la obediencia.

Lo que hizo la diferencia no fue la comida… fue que hubo alguien que preparó el lugar para la intervención divina. Y eso es lo que Dios espera de ti. Que ordenes tu vida, que organices tu fe, que prepares el terreno… aunque no veas aún el pan.

b. Agradecer lo poco antes de verlo multiplicado (Lucas 9:16)

Uno de los gestos más poderosos de este milagro fue lo que Jesús hizo con lo poco que le entregaron:

“Y tomando los cinco panes y los dos peces, levantando los ojos al cielo, los bendijo…” (Lucas 9:16)

Detente en ese momento. Jesús agradeció por algo que, a los ojos humanos, no alcanzaba. Dijo “gracias” no por lo que vendría, sino por lo que ya tenía. ¿Qué nos dice esto? Que en el cielo, la gratitud no depende de la cantidad, sino de la confianza.

Cuando tú agradeces por lo poco, estás reconociendo que Dios ya está en control. No estás esperando ver el milagro para adorarlo. Estás adorándolo porque sabes que, si Él está presente, lo poco en milagro es más que suficiente.

Este es uno de los actos más difíciles para muchos creyentes. Agradecer cuando el banco está en cero. Agradecer cuando el cuerpo sigue enfermo. Agradecer cuando no hay puertas abiertas. Pero eso es fe. Esa es la fe que no se finge en el púlpito, sino que se forja en la prueba.

Multiplica tu Fe no significa que tú hagas más. Significa que tú crees más… y agradeces más, incluso antes de que tus ojos lo vean.

c. Servir sin temor mientras el milagro ocurre

Después de organizar a la multitud y bendecir el pan, Jesús no comenzó a repartirlo Él mismo. Se lo dio a los discípulos. Y ellos fueron los que caminaron entre la gente, cesta tras cesta, porciones pequeñas que nunca se acababan.

Y eso requiere algo más que obediencia. Requiere valentía. Porque ellos no sabían si el pan iba a alcanzar. No sabían si a mitad del grupo ya se acabaría todo. Pero siguieron caminando. Sirvieron sin saber si habría para todos. Y el milagro los acompañó paso a paso.

Muchos creyentes se detienen porque quieren garantías. Quieren saber que va a funcionar, que será suficiente, que nadie los va a criticar. Pero Dios no trabaja con contratos. Dios trabaja con pasos de fe.

Ese día, cada paso que los discípulos daban entre la multitud era una declaración silenciosa: “No sé cómo, pero sé quién.” Y con cada cesta entregada, el cielo respondía: “Sigo multiplicando.”

Al final, todos comieron. Todos se saciaron. Y los discípulos recogieron doce cestas llenas. Una para cada uno. Como si el Maestro quisiera dejar claro que el que se atreve a obedecer, nunca se queda con las manos vacías.

Y esto nos lleva directamente al clímax del mensaje. Porque después de dar pan, Jesús no se detuvo allí. Él no vino solo a saciar el cuerpo. Su objetivo era más alto. Más eterno. Más profundo.

IV. Cuando Descubrimos el Pan que Realmente Sacia

Después del milagro, la gente estaba impactada. Satisfechos físicamente. Asombrados emocionalmente. Pero Jesús no dejó que el momento se convirtiera en espectáculo. Él sabía que el milagro no era el final… era el puente. Porque más importante que el pan que llena el estómago, es el pan que llena el alma.

El Señor usó esa multitud saciada como una oportunidad para revelar una verdad eterna: que Él mismo es el verdadero pan. No el que simplemente calma el hambre por unas horas, sino el que transforma la vida para siempre. Aquí Jesús cambia de tono. Ya no está organizando cestas. Ahora está revelando su identidad.

Y esta parte es tan esencial como la multiplicación misma. Porque no basta con ver el milagro, ni siquiera con recibir la bendición. El objetivo final de todo lo que Dios hace es que tú reconozcas quién es Jesús… y lo creas con todo tu corazón.

a. La búsqueda equivocada (Juan 6:26)

La gente volvió a buscarlo al día siguiente. Algunos hasta cruzaron el mar. Pero cuando lo encontraron, Jesús no los felicitó por su perseverancia. Les habló con franqueza:

“Me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis.” (Juan 6:26)

¡Qué confrontación! En otras palabras: “Ustedes no quieren a quien hizo el milagro. Solo quieren repetir la comida.” Esta frase revela algo profundo: es posible seguir a Jesús… sin realmente buscarlo a Él.

Muchos van a la iglesia, abren la Biblia, cantan, oran… pero si Dios no responde como ellos esperan, se alejan. ¿Por qué? Porque no buscaban a Jesús. Buscaban pan.

Y aquí se nos cae la máscara. Porque no basta con emocionarse por lo que Dios da. Hay que rendirse por quien Dios es.

Multiplica tu Fe no significa pedir más milagros. Significa entender que el mayor milagro es conocer al que los hace. Esa es la diferencia entre religión vacía y fe viva.

b. El pan que desciende del cielo (Juan 6:32–35)

Jesús aprovechó ese momento para dar una de las declaraciones más gloriosas de todo el Evangelio de Juan. Les dijo que Moisés no fue el que les dio el pan en el desierto, sino que el Padre les daba el verdadero pan…

“Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo.” (Juan 6:33)

Y luego, con autoridad, se identificó como ese pan:

“Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.” (Juan 6:35)

Aquí Jesús está diciendo algo contundente: No vine a dar pan. Vine a ser pan. No vine a saciar por un día. Vine a dar vida eterna. Y eso solo lo puede ofrecer el Hijo de Dios.

Este es el momento donde la historia del milagro se convierte en una predicación salvadora. Porque lo poco en milagro no es solo el almuerzo multiplicado. Es Jesús mismo entregándose por nosotros en la cruz, partido, repartido, entregado… como pan de vida para todo aquel que cree.

Y aquí la fe da un salto. Ya no es fe para provisión. Es fe para salvación. Fe que no solo pide… sino que se entrega. Y eso cambia todo.

c. El alma que se rinde encuentra plenitud

Jesús no está interesado en ganar seguidores con panes. Él vino a ganar corazones con verdad. Y esa verdad es que solo Él puede llenar el vacío del alma.

Hoy, como en ese tiempo, hay multitudes hambrientas. No necesariamente de comida… sino de sentido, de propósito, de perdón. Y muchos buscan saciar esa hambre con entretenimiento, éxito, relaciones o religión. Pero terminan igual: vacíos.

¿Por qué? Porque el alma fue creada para Dios. Y solo Dios puede llenarla.
“Multiplica tu Fe” en este contexto no significa buscar más cosas de Dios, sino buscar más de Dios mismo.

Cuando el Señor dijo:

“El que come de este pan vivirá para siempre” (Juan 6:51)

Él estaba ofreciendo vida eterna, paz verdadera, gozo que no depende de las circunstancias. Y esa es la mayor lección de este mensaje. No es solo una historia sobre comida, ni sobre discípulos obedientes. Es una invitación directa y urgente: “Ven a mí. Cómeme. Vívelo. Yo soy suficiente.”

Porque una fe multiplicada no solo ve milagros… vive de Cristo. Una vida rendida a Jesús es una vida que ya no busca saciedad temporal, sino plenitud eterna.

Conclusión

El Pan, la Fe, y Tu Respuesta

Esta historia no se trata solo de un almuerzo multiplicado. Se trata de corazones transformados. De discípulos que, aunque cansados y sin respuestas, decidieron obedecer. De un muchacho desconocido que entregó su pequeña ofrenda. Y de un Maestro que, con compasión, satisfizo el hambre de miles y reveló el verdadero pan que da vida eterna.

Vimos cuatro verdades poderosas:

Cuando olvidamos quién es Jesús, Él nos recuerda su poder. Él sigue diciendo: “Dadles vosotros de comer”, no porque tengamos los medios, sino porque Él sigue teniendo el poder.

Lo poco en milagro no depende del tamaño de lo que entregas, sino de a quién se lo entregas. Panes de cebada y peces pequeños en manos de Jesús alimentaron multitudes. ¿Qué tienes tú que Él puede usar hoy?

Obedecer sin entender abre la puerta al milagro. Los discípulos caminaron con cestas vacías… pero no se vaciaron. Porque el cielo no multiplica antes de la obediencia… sino mientras obedeces.

El mayor milagro no es el pan multiplicado, sino el Pan revelado. Jesús no vino a alimentar solamente. Vino a salvar. Él es el Pan de Vida. Y solo en Él el alma encuentra descanso.

Ahora, tú has escuchado. Has visto cómo el Señor obra con lo poco. Cómo transforma lo simple en eterno. Y tienes una decisión delante de ti: quedarte donde estás… o dar el paso que Dios te está pidiendo.

Hoy te hablo como pastor, como hermano, como alguien que también ha caminado con cestas vacías y ha visto cómo Dios multiplica cuando uno simplemente cree. Por eso, te llamo con firmeza y compasión:

Multiplica tu Fe.

No porque tú seas fuerte. No porque tengas mucho. Sino porque Dios sigue siendo el mismo.

  • Multiplica tu Fe… cuando tu fuerza no alcanza.
  • Multiplica tu Fe… cuando lo poco es todo lo que tienes.
  • Multiplica tu Fe… cuando el cielo guarda silencio y todo lo que oyes es: “Dales tú de comer.”

Hoy, pon lo tuyo en Sus manos. Tal vez no es mucho… pero si lo entregas, será suficiente.
No escondas tu pan. No guardes tus peces. No subestimes lo que tienes. Ofrécelo, y verás.
Verás cómo Dios aún alimenta multitudes… con lo poco que tú creías que no servía.

¿Estás listo? Entonces haz esta oración desde lo profundo:

Señor, hoy no te traigo mucho… pero te lo entrego todo.
Toma lo poco que tengo. Mi tiempo. Mi fuerza. Mi corazón.
Multiplícalo en tus manos.
Que mi fe no sea pequeña por lo que veo, sino grande por quien eres.
Hoy decido obedecer. Hoy decido confiar. Hoy decido… Multiplicar mi Fe. En el nombre de Jesús te lo pido, amén.

© Sebastian Romero. Todos los derechos reservados.

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Sebastian Romero
Autor
Sebastian Romero
Soy un hombre cristiano comprometido y devoto. Criado en una familia cristiana, donde aprendi los principios y valores fundamentales que han guiado mi vida.

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