Predicas Cristianas
Predicas Cristianas Prédica de Hoy: El precio de ser discípulo
Base Bíblica: Lucas 9:23
Introducción.
Jesús vino a este mundo para dar su vida para salvar la humanidad. Esa fue la razón principal de su venida, pero aparte de esto, desarrolló relaciones con las personas que estaban a su alrededor. En particular, me interesa hablar de la relación maestro-discípulo que se fabricó con sus más fieles seguidores.
Los discípulos fueron las personas que estuvieron con Jesús durante todo su ministerio, y fueron los que disfrutaron diariamente de su sabiduría, de la manifestación de su poder, de su compasión, y de su amor. En una de esas conversaciones con sus discípulos reflejadas en la Biblia, particularmente en la que encontramos en Lucas 9:21-27, Jesús les dijo que había unas condiciones para aquellos que querían verdaderamente ser sus discípulos. Es sobre estas condiciones que trata esta prédica cristiana titulada: el precio de ser discípulo.
El precio de ser discípulo: Desarrollo.
Cuando leemos Lucas 9:23, encontramos que la primera condición para ser discípulo de Jesús es negarse a si mismo.
No es una tarea sencilla debido a que la sociedad nos ha enseñado que la mejor forma de vivir es complacerte en todo lo que puedas, mientras puedas. Nos hemos pasado la vida tratando de darnos nuestros gustos, satisfacer nuestras necesidades, disfrutar de alguno que otro lujo, y en la medida de lo posible, evitar todo lo que no nos gusta.
Negarnos a nosotros mismos es decir no a ciertas actividades que nos atraen, pero que no cooperan en nuestro proceso de santificación. Hay cosas que nos gustan, pero que pueden ser peligrosas tanto para nosotros, como para las personas que nos rodean.
Como ejemplo de estas actividades podemos mencionar la ingestion de algunos alimentos o bebidas, el ocio, trabajo en exceso, el uso desproporcionado del internet, entre otras actividades que, dependiendo de nuestro nivel de madurez, y de nuestra capacidad en saber dominar su influencia sobre nosotros, pueden considerarse peligrosas para nuestra vida espiritual, siendo estas razones suficientes para descartarlas de nuestra vida diaria.
En Filipenses 2:5-8, encontramos que Jesús, no estimó el ser igual a Dios como algo a lo cual aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, y se hizo como uno de nosotros, humillándose a tal punto de morir por pecados que él no cometió. Este versículo nos enseña que, Jesús, aun teniendo una posición privilegiada como la suya, fue capaz de desprenderse de ella. Fue una forma de negarse así mismo el hecho de renunciar a toda esa gloria que tenía antes de que el mundo fuese (Juan 17:5)
La idea en la cual quiero hacer énfasis es que Jesús, se negó a todo eso que él tenía, siendo algo muy bueno, algo perfecto. No era mala la gloria que él tenía antes de venir a la tierra, no era algo que le perjudicara, pero a pesar de eso, lo hizo para cumplir la voluntad del Padre.
En ocasiones no nos cuesta dejar las cosas malas que nos alejan de la vida que Dios quiere, pero si nos cuesta dejar las cosas que son buenas. Nuestra reputación, nuestros reconocimientos, nuestros títulos, nuestra posición social; para ser un discípulo de Jesús hay que estar dispuestos a dejarlo todo.
Si Jesús pudo renunciar a ese extraordinario e inigualable estatus que tenía con el Padre, cuánto más nosotros podemos negarnos a nuestros títulos, nuestras comodidades, y cualquier otro logro que consideremos importante y valioso, con tal de ser un verdadero discípulo de Jesús.
Para sustituir la expresión “niéguese a sí mismo” que encontramos en la Biblia RV60, otras traducciones de la Biblia, usan expresiones como “abandonar su manera egoísta de vivir”, “olvidarse de sí mismo”, y “renunciar a sí mismo”.
El precio de seguir a Jesús implica abandonar nuestra manera egoísta de vivir.
No podemos decir que somos seguidores de Jesús si solo pensamos en nosotros mismos, en nuestro bienestar, y en nuestro beneficio. Incluso en actividades espirituales como la oración, podemos darnos cuenta que la mayoría de nuestras oraciones están relacionadas con nosotros mismos, nuestras metas, nuestras ocupaciones, y nuestra vida. La Palabra de Dios nos dice en Santiago 4:3 que pedimos y no recibimos, porque pedimos para gastar en nuestros deleites. Si queremos de verdad abandonar nuestra manera egoísta de vivir, podemos comenzar por descartar nuestras oraciones egoístas, y comenzar a orar por los demás.
Si mantenemos nuestra forma egoísta de vivir, es imposible seguir a Jesús. En la historia del joven rico (Marcos 10:17-22), todo iba bien hasta que Jesús le dijo: vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, ven, y sígueme. El joven rico se alejó triste porque tenía muchas riquezas. No estaba listo para abandonar su manera egoísta de vivir, con tal de seguir a Jesús. Debemos entender que seguir a Jesús tiene un precio que muchos ricos no quieren pagar.
La Biblia nos enseña que Jesús resumió la ley en dos mandamientos: amar a Dios por encima de todo, y amar al prójimo como a nosotros mismos (Marcos 12:30-31). Vivir de manera egoísta va en dirección contraria a estos dos mandamientos.
El precio de seguir a Jesús implica olvidarnos de nosotros mismos.
Si hay algo de lo cual debemos olvidarnos es de nuestro pasado. Lamentablemente, a veces no nos olvidamos de quiénes éramos, lo cual no impide convertirnos en quienes Dios quiere que seamos. El pasado es una maleta que pesa mucho; pero Dios quiere que te olvides de todo aquello que hiciste en el pasado, y comiences a seguir a Jesús hoy. Necesitamos olvidarnos de quienes éramos, porque lo que realmente importa es lo que Dios dice de nosotros hoy.
En 2 Corintios 5:17, la Biblia dice que cuando llegamos a Cristo somos nuevas personas. Creamos que nuestro pecados han sido perdonados, y que no hay nadie que pueda condenarnos (Romanos 8:1). El precio de seguir a Jesús implica olvidarnos de nuestra antigua forma de pensar.
Como somos nuevas criaturas (2 Corintios 5:17), necesitamos una nueva forma de pensar. No amoldarnos al sistema del mundo (Romanos 12:2) es un paso para renovar nuestra forma de pensar. Esa nueva forma de pensar, la desarrollamos estudiando su Palabra, que es útil para enseñarnos, redargüirnos, instruirnos, y corregirnos (2 Timoteo 3:16).
A veces resulta difícil porque estamos acostumbrados a pensar mal, y Dios quiere que pensemos en cosas buenas. En Filipenses 4:8, encontramos claves sobre en qué pensar para poder olvidar nuestra antigua forma de pensar. Pensemos en todo lo bueno, justo, puro, amable, que sea de buen nombre, si tengo alguna virtud, o algo digno de alabanza, pensemos en eso.
El precio de seguir a Jesús implica renunciar a nuestra forma de ser.
Esto resulta dificilísimo, porque generalmente somos felices con nuestra forma de ser, incluso algunos hasta estamos orgullosos de como somos. Cada uno de nosotros sabe, en lo profundo de su corazón, cual es el aspecto de su personalidad, a la cual debemos renunciar para seguir a Jesús. Y no solo saber a qué debemos renunciar, sino tener el valor para renunciar a eso.
El precio de seguir a Jesús implica olvidarnos de nuestros sentimientos.
Si queremos ser discípulos de Jesús, si somos servidores de Dios, ya no importa lo que nosotros queremos sino lo que Dios quiere. Si todavía nos hemos tomado la decisión de ser siervos de Dios, y someternos a Su voluntad, entonces no podremos seguir a Jesús como él espera.
En Lucas 22:39-46, se narra una de los momentos más difíciles de Jesús. Cuando estaba en Getsemaní, se da a entender que Jesús pasaba por un momento terrible porque sabía el sufrimiento que le esperaba. Jesús, aún en su sufrimiento y gran agonía, es capaz de orar al Padre diciéndole: “si quieres pasa de mi esta copa, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Si aceptamos el precio de seguir a Jesús, debemos aceptar la voluntad del Padre para nosotros, aunque nuestros sentimientos nos digan lo contrario.
La segunda condición para ser discípulo de Jesús es, aceptar nuestra responsabilidad.
Cuando hemos entendido que necesitamos negarnos a nosotros mismos; renunciar a nuestra manera egoísta de vivir; olvidarnos de nosotros mismos, de nuestra antigua forma de pensar, de nuestro pasado; renunciar a ciertos rasgos de personalidad que no están acordes a lo que Dios quiere; entonces, solo entonces, es más sencillo aceptar nuestra responsabilidad.
Cuando has entendido que la vida no se trata de nosotros sino de Dios, entonces aceptar nuestra responsabilidad no resulta tan difícil. Por muchos años, al predicar sobre este versículo, gran parte de los predicadores se enfocaban en que la cruz de cada quien representaba una especie de castigo de parte de Dios. Necesitamos entender que Jesús vino específicamente a reconciliar a la humanidad con el Padre a través de su muerte en la cruz (2 Corintios 5:18-19). La cruz no era su castigo, era su misión. Jesús aceptó su misión, y la convirtió en su responsabilidad.
Dios no quiere que nosotros suframos lo que sufrió Cristo, porque precisamente Jesús vino a tomar nuestro lugar. Él murió por nuestros pecados, y pagó por ellos en la cruz del Calvario, para que nosotros no tuviésemos que pagar por ellos. Por tal razón, cuando Jesús nos dice que tomemos la cruz, nos habla sobre tomar nuestra responsabilidad, nuestra tarea, nuestro llamado, nuestra misión, así como él tomó la suya.
Cuando leí el versículo en diferentes versiones y traducciones de la Biblia, encontré algo que se repetía constantemente, y era la expresión: cada día. Si pensamos en esto, Jesús no fue crucificado cada día, pero si cumplió con su misión cada día, hasta completarla en la cruz. Fue precisamente en la cruz donde dijo: “consumado es” (Juan 19:30).
Según los estudiosos de la Biblia, la frase “consumado es”, que en griego es solo la palabra tetelestai, literalmente se traducía en “cuenta pagada”, o “cuenta anulada”. Era la expresión que usaban los comerciantes para indicar que una factura había sido cancelada, una cuenta había sido pagada.
En Colosenses 2:13-14, encontramos que la humanidad estaba condenada debido a sus pecados, pero que Jesús vino a saldar esa deuda en la cruz, y fue su sangre preciosa el sello perfecto por el cual nuestra cuenta fue pagada. Había un acta que condenaba a la humanidad, pero Jesús vino a saldar esa deuda, esa fue su cruz, esa fue su misión.
Las preguntas que debemos hacernos son: ¿cuál es nuestra cruz?, ¿cuál es esa tarea, misión, ocupación, o trabajo que el Padre nos ha dado que debemos cumplir cada día? Seguramente hay tareas generales como orar, predicar, y hacer discípulos; pero también hay otras menos generales y más específicas, que Dios ha determinado para cada uno de sus hijos. Así como Jesús cumplió con su tarea de salvar a la humanidad, nosotros tenemos una responsabilidad que debemos tomar cada día.
La tercera condición para ser discípulo de Jesús y la última de esta prédica cristiana es, querer seguirle.
Hay un viejo dicho popular que dice “El que quiere algo busca la forma, el que no quiere busca excusas”. En Juan 6:60-71, encontramos la ocasión cuando muchos discípulos dejaron de seguir a Jesús. Muchos discípulos dejaron de andar con Jesús, dejaron de seguirlo porque comenzó a hablarles de cosas espirituales. Dice la Biblia que algunos comenzaron a cuestionar a Jesús, y sus enseñanzas. Seguramente, lo que Jesús comenzó a enseñar les confrontó porque Jesús sabía quienes eran los que creían en él, y quienes no.
Lamentablemente, muchas personas están bien con la iglesia pero mal con Dios. Comienzan muy bien en su caminar con Dios, empiezan a congregarse de forma periódica, pero cuando se inicia una instrucción más profunda y detallada, cuando se les enseña las actitudes que hay dejar, las actividades a las que se deben renunciar, y los sacrificios que se tienen que hacer, entonces empiezan a enfriarse, y desanimarse.
Si vamos a seguir a Jesús, no nos debe importar si nuestro mejor amigo deja de congregarse, si cambian al pastor, o si la iglesia cierra. Jesús, cuando comenzó su ministerio, invitó a aquellos que posteriormente serían sus discípulos a que le siguieran. Era un llamado opcional, donde cada discípulo tomó la determinación de seguirle, sin importar las consecuencias que traería esa elección. Algunos dejaron su familia, otros dejaron su trabajo, pero todos estuvieron dispuestos a dejar todo para seguir a Jesús.
Se puede decir que los discípulos quisieron seguirle, y lo quisieron más que cualquier otra cosa. Cuando estudiamos las vidas de los apóstoles, encontramos que la gran mayoría de ellos sufrieron persecución, maltrato, y muertes violentas. Sin embargo, no negaron su fe porque sabían en quien habían creído. Es que los verdaderos discípulos quieren seguir a Jesús, cueste lo que les cueste.
Conclusión
En un mundo como este, ser un discípulo de Jesús no es una tarea sencilla. Hay ciertas condiciones que Jesús mismo especificó cuando andaba por esta tierra. Si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús, debemos:
- Negarnos a nosotros mismos, abandonar nuestra manera egoísta de vivir, olvidarnos de nosotros mismos, renunciar a todo aquello que nos impida seguir a Jesús.
- Tomar nuestra cruz cada día, nuestra responsabilidad, nuestra tarea, nuestra misión, aquello para lo cual Dios nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.
- Querer seguirlo, aunque haya otros que se aparten, aunque nos cueste algo valioso, y aunque no sea una decisión aprobada por nuestra familia, o por la sociedad.
Este es el precio de seguir a Jesús. ¿Estás listo para pagar el precio?
Dios te bendiga.
© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.