El poder sobre los demonios

Ramon E. Duarte

El poder sobre los demonios

El poder sobre los demonios | Predicas Cristianas

Predicas Cristianas Lectura Bíblica: Mateo 8:28-34

Introducción

Cuando uno lee este pasaje por primera vez, tal vez lo que más llama la atención es lo extraño de la escena. Dos endemoniados salen al encuentro del Señor. Están furiosos, violentos, aterradores. Tanto así que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. Y uno se pregunta: “¿Qué hace Jesús ahí? ¿Por qué no evitó ese lugar?”

Pero, hermano, no fue casualidad. Nuestro Señor no llega por accidente. Él llegó allí con propósito. Porque cuando hay una vida oprimida por el enemigo, cuando hay alguien atado, confundido, destruido por el poder del infierno, Jesús se acerca. Él no huye de la oscuridad… Él la enfrenta.

Ahora, quiero que seamos honestos: hablar de demonios no es cómodo. No es el tema que uno escoge para una conversación ligera. Es más fácil hablar del amor de Dios, de la paz, de la fe, de las bendiciones. Pero evitar este tema es un grave error. ¿Por qué? Porque el enemigo no deja de operar solo porque no hablemos de él. Y mientras muchos cristianos viven ignorando esta realidad, hay hogares que se deshacen, jóvenes que se pierden, mentes que son oprimidas… porque no hemos entendido que esto es una guerra espiritual.

Y fíjense en algo más. Esta historia no nos muestra demonios simbólicos, ni representaciones de luchas internas. Aquí hay una realidad espiritual activa. Demonios reales, violencia real, sufrimiento real… pero también un Salvador real con autoridad sobrenatural. Y eso, hermanos, es lo que quiero que miremos juntos hoy: el poder absoluto que nuestro Señor Jesucristo tiene sobre todo poder del enemigo.

Porque, ¿de qué nos sirve cantar que Él es Rey, si no creemos que puede libertar? ¿De qué nos sirve predicar esperanza, si ignoramos las cadenas espirituales que muchos todavía llevan puestas?

Así que escúchenme bien… Este mensaje no es para entretener. Es para despertar. Es para recordar que la iglesia no ha sido llamada a jugar a la religión, sino a destruir las obras del diablo (1 Juan 3:8). Y si vamos a hablar de libertad, tenemos que entender lo que significa la opresión demoniaca. Y si vamos a hablar del poder del evangelio, tenemos que hablar de cómo ese poder confronta al reino de las tinieblas. Esta es una guerra espiritual real, y solo podemos vencerla con la autoridad de Cristo.

Hoy vamos a mirar esta historia con ojos abiertos. Vamos a analizar lo que ocurrió ese día en Gadara. Pero no para quedarnos en el pasado. Lo vamos a hacer para entender que ese mismo Jesús que liberó a los endemoniados sigue liberando hoy. Que ese mismo poder sobre los demonios que hizo temblar al infierno sigue vigente. Y que esa misma autoridad ha sido dada a su iglesia.

Así que prepárate, porque lo que vamos a estudiar no es teoría… es poder en acción. Y si tú, o alguien que amas, está luchando con tinieblas, miedo, adicción, confusión o cualquier opresión demoniaca, quiero decirte esto desde ya:

Cristo tiene poder. Y ese poder no ha cambiado.

I. Una batalla espiritual que no se ve, pero se siente

Hay quienes creen que los demonios son un invento religioso, una forma antigua de explicar enfermedades mentales o comportamientos extraños. Pero, hermanos, nada más lejos de la verdad. Cuando abrimos la Biblia, nos damos cuenta de que el mundo espiritual es real, y que los demonios no son metáforas, sino seres con voluntad, intención y poder limitado. No son omnipresentes, ni omnipotentes, pero su objetivo es claro: destruir, confundir y oprimir al ser humano.

Esto no es una exageración. Esto es una realidad bíblica. Y lo que encontramos en los versículos que estamos explorando hoy no es una historia aislada ni una ilustración simbólica. Es un evento real, registrado por testigos, donde el Señor se enfrenta cara a cara con fuerzas espirituales malignas.

“Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, le salieron al encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino.” (vers. 28)

¿Se fijaron bien? No era uno, eran dos hombres completamente dominados por demonios. Vivían entre los sepulcros, aislados, violentos, y tan peligrosos que nadie se atrevía a cruzar por ese camino. Estaban vivos, pero muertos por dentro. Humanos creados a imagen de Dios… pero esclavizados por el infierno.

a. La opresión demoníaca busca aislar y destruir

Fíjense bien en lo primero que hicieron los demonios con estos hombres: los empujaron al aislamiento total. No vivían en sus casas, no convivían con su comunidad, ni siquiera dormían bajo techo. Vivían entre tumbas. ¿Por qué? Porque eso es lo que hace el enemigo. Siempre busca separar, dividir, marginar. El aislamiento es una de las señales más claras de opresión demoniaca.

Y no solo eso. Marcos nos dice que se herían a sí mismos con piedras (Marcos 5:5). Aunque Marcos menciona a uno solo, Mateo nos revela que eran dos. Esto no es contradicción, sino perspectiva narrativa. Mateo nos da el panorama completo. Hermanos, cuando alguien pierde el control sobre sus emociones, sobre su cuerpo, sobre su voluntad, y vive en un estado constante de autodestrucción, es muy probable que esté siendo influenciado por el enemigo.

No estoy diciendo que todo problema emocional o psicológico es posesión. No. Pero sí digo esto con toda seriedad.

Y escúchame bien: un creyente que ha nacido de nuevo no puede ser poseído por un demonio. El Espíritu Santo vive en él (1 Corintios 6:19). Pero eso no significa que el enemigo no lo ataque. Algo que si es seguro es que el enemigo sabe cómo oprimir, sí puede confundir, sí puede presionar desde afuera. Por eso hay que estar alerta (1 Pedro 5:8), tenemos que abrir los ojos y entender que esta guerra espiritual es real.

Esto lo confirma el apóstol Pablo cuando escribió:

“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo…” (Efesios 6:12)

Nuestra lucha no es contra personas. Es contra potestades espirituales que operan en lo invisible pero que causan estragos en lo visible.

b. La presencia del Señor siempre provoca una reacción

Cuando el Señor se acercó a esa región, los demonios reaccionaron inmediatamente. Lo reconocieron sin titubeo. el versículo 29 nos dice:

“¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?”

¿Se fijaron bien? Ellos sabían quién era Él. Sabían que tenían los días contados. Sabían que su poder tenía límite. Y sabían que la sola presencia del Hijo de Dios los obligaba a someterse.

Esto nos enseña algo vital: el Señor no necesita gritar, no necesita alzar la voz, ni hacer shows. Su autoridad es suficiente. En cuanto Él se presenta, el infierno tiembla. Y esa autoridad no es simbólica, es espiritual y absoluta. Por eso no debemos temer al enemigo. Él tiembla ante nuestro Salvador.

Y aquí quiero enfatizar algo que muchas veces olvidamos: el poder no está en nosotros mismos, sino en quien va con nosotros. El enemigo no se sujeta a nuestras fuerzas, se sujeta a la autoridad del Señor. Por eso la verdadera seguridad espiritual no viene de gritar más fuerte, sino de caminar más cerca de Dios.

c. La guerra espiritual es real, pero la victoria ya fue declarada

Ahora bien, puede que alguien diga: “¿Y qué pasa si tengo miedo? ¿Y si siento que estoy perdiendo la batalla?” A ti te digo esto: el poder sobre los demonios no se basa en tu valentía, sino en la victoria del Señor. La guerra ya se peleó… y ya se ganó en la cruz del Calvario.

Como nos dice claramente el apóstol Pablo en Colosenses 2:15:

“Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.”

¿Lo ves? No estamos peleando para obtener victoria. Estamos peleando desde la victoria. La cruz fue el golpe final. El enemigo puede rugir, pero está derrotado. Puede oprimir, pero no puede poseer al que está cubierto por la sangre del Cordero. Puede mentir, pero no puede vencer la verdad de Dios.

Así que, si hoy te sientes atacado, confundido, cansado espiritualmente… no te olvides de esta verdad: hay un nombre ante el cual todo demonio se dobla, todo espíritu huye, y toda cadena se rompe. Ese nombre es Jesucristo, el Hijo del Dios viviente.

Habiendo visto con claridad el alcance de la opresión demoniaca y la autoridad de Cristo suprema, el próximo punto nos mostrará algo aún más sorprendente: cómo puede ser que, ante tanta evidencia de poder divino, haya personas que le digan a Jesús… “¡Déjanos en paz!”

II. Cuando el poder de Dios incomoda al corazón humano

Ahora pensemos en algo: ¿cómo es posible que alguien vea con sus propios ojos un milagro tan poderoso —una liberación tan gloriosa como la que acabamos de ver en los gadarenos— y aún así le diga a Jesús: “¡Vete de aquí!”? Eso no tiene sentido, ¿verdad? Y sin embargo, eso fue exactamente lo que sucedió.

El Señor acababa de liberar a dos hombres que eran el terror del pueblo. Los había rescatado de una opresión demoniaca. Les devolvió la cordura, la dignidad, la paz. Y sin embargo, la gente del pueblo, en vez de correr a adorarlo, le rogaron que se fuera.

“Y he aquí, toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus contornos.” (vers. 34)

¿Qué clase de corazón puede reaccionar así ante tanta evidencia de poder divino? Pues, el mismo tipo de corazón que todavía vemos hoy… corazones que prefieren la comodidad de lo conocido, antes que el cambio que trae la presencia de Dios.

a. El temor a perder lo que amamos más que a Dios

Miremos con detenimiento el pasaje. ¿Qué fue lo que ocurrió justo antes de que la gente pidiera que Jesús se fuera? Jesús había permitido que los demonios entraran en una piara de cerdos… y estos se lanzaron al mar. Aunque Mateo no lo dice directamente, Marcos y Lucas detallan que los demonios entraron en una manada de cerdos que luego se precipitó al mar. Y eso, hermanos, representaba probablemente una gran pérdida económica para ese pueblo.

Aquí hay una verdad incómoda: hay quienes prefieren conservar sus bienes antes que recibir a Cristo. Prefieren sus negocios turbios, sus hábitos ocultos, sus zonas de confort… antes que el poder transformador de Dios.

Y esto me rompe el alma, porque aún hoy hay quienes se resisten al toque del Señor no porque no crean, sino porque tienen miedo a lo que Dios podría pedirles que dejen atrás.

Esto es algo que queda bien claro en Lucas 14:33, donde el Señor dijo:

“Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.”

Lo dijo sin rodeos. El seguimiento a Cristo exige entrega, exige prioridad, exige renuncia. Y cuando Él llega con poder, muchas veces va a tocar las áreas que más protegemos.

b. La transformación de otros confronta nuestra propia resistencia

Otra razón por la cual aquella gente pidió que el Señor se fuera, es que la transformación de los gadarenos los confrontó. Imagínatelo: dos hombres que eran violentos, sucios, peligrosos… ahora están tranquilos, vestidos, en su juicio cabal. Y eso, en lugar de traer gozo… trajo incomodidad.

¿Por qué? Porque ver a alguien libre obliga a preguntarme si yo sigo atado. Ver a alguien restaurado me confronta con mi propia necesidad de restauración.

Esto se ve clarito en Juan 3:19, donde leemos:

“Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.”

La luz revela. Y no todos están listos para eso. No todos quieren que sus cadenas queden expuestas. Prefieren mantenerse “religiosos” pero no restaurados. Con apariencia, pero sin transformación.

Y por eso le dicen al Señor lo mismo que muchos aún repiten hoy: “Déjanos en paz.” No lo dicen con esas palabras exactas, pero lo dicen cuando cierran el corazón. Lo dicen cuando oyen un sermón que confronta y deciden ignorarlo. Lo dicen cuando se sienten llamados… pero no quieren rendirse.

c. El poder de Cristo incomoda… porque cambia todo

Quiero que nos detengamos un momento aquí. Porque hay una verdad que debemos entender, y no suavizar: el poder de Cristo no deja nada igual. Él no entra a nuestras vidas para que quedemos cómodos. Él entra para transformarnos desde adentro.

Y esa transformación, hermanos… incomoda. Porque remueve máscaras. Porque arranca ídolos. Porque rompe rutinas. Y eso duele. Pero es el único camino hacia la vida.

Esto es algo que el apóstol Pablo vivió en carne propia. Después de su encuentro con el Señor, toda su vida fue dada vuelta. Su reputación, sus relaciones, su seguridad… todo fue cambiado. ¿Pero se quejó? No. En Filipenses 3:8 escribió:

“Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor…”

Él entendió que lo que perdemos por causa del Señor no se compara con lo que ganamos.

Por eso, si hoy el Señor te está incomodando… no le digas que se vaya. Dile que se quede. Aunque duela. Aunque cueste. Porque donde Él se queda, hay libertad. Donde Él gobierna, hay vida.

Y eso es posible porque Él no solo tiene amor… tiene autoridad. El mismo poder que liberó a los endemoniados en Gadara, sigue activo hoy. En Lucas 10:19, el Señor dijo:

“He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.”

Esa palabra griega ἐξουσία, (exousía) (G1849)— según el léxico de Blue Letter Bible, significa: “autoridad delegada, derecho legal, poder soberano conferido desde lo alto.” No es una fuerza emocional, ni simbólica. Es una investidura divina. Pero es importante recordar que esta autoridad es delegada, no independiente. Depende de nuestra relación diaria con Cristo. No se trata de repetir frases o fórmulas, sino de caminar bajo obediencia y comunión. Y donde esa autoridad actúa, el infierno tiembla.

Y esto nos prepara para lo que viene. Porque si ya hemos visto que el enemigo oprime, y que Cristo libera… entonces la próxima pregunta es inevitable: ¿cómo vivimos nosotros bajo esa autoridad?

III. ¿Cómo enfrentamos la batalla espiritual con poder y convicción?

Hasta ahora hemos visto la realidad del mundo espiritual, la opresión demoniaca del enemigo, y la autoridad de Cristo liberadora. Pero esto no es teoría, ni historia antigua. Esta es una guerra espiritual que se sigue librando hoy, y cada creyente está llamado a participar con poder, convicción y discernimiento espiritual.

Entonces, la pregunta es inevitable: ¿cómo enfrentamos esta batalla sin ser vencidos por el miedo, la ignorancia o la indiferencia?

La respuesta está en entender lo que la Biblia nos dice, y vivirlo con valentía.

a. Reconociendo que la lucha no es carnal

Lo primero que tenemos que entender es que nuestras verdaderas batallas no son contra personas. Muchas veces descargamos frustración en la familia, en el trabajo, en la iglesia… pero la raíz espiritual es más profunda. Fíjense bien cómo lo expresa el apóstol Pablo en Efesios 6:12:

“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo…”

¿Se dan cuenta? Nuestra lucha no es natural, sino espiritual. No se pelea con insultos, ni con fuerza humana. Se pelea con armas espirituales. Y si no lo entendemos así, terminaremos peleando con las personas equivocadas… mientras el verdadero enemigo sigue oprimiendo en las sombras.

Por eso debemos abrir los ojos espirituales. Debemos discernir. Porque hay situaciones en nuestras vidas, nuestras casas, nuestras comunidades… que no se resolverán con lógica, ni con consejería. Solo se resuelven cuando entramos en guerra espiritual, cubiertos con la armadura de Dios.

b. Usando la autoridad que nos ha sido dada

Ahora bien, no basta con saber que hay una batalla. Hay que pelearla con la autoridad que hemos recibido en Cristo. Esto no es orgullo, es identidad. Y es algo que muchos creyentes han olvidado. Caminan con miedo, con duda, como si fueran víctimas indefensas… cuando en realidad han sido revestidos con poder desde lo alto.

Fíjense bien cómo esto es algo que el Señor nos dice claramente en Marcos 16:17:

“Y estas señales seguirán a los que creen: en mi nombre echarán fuera demonios…”

¿Quiénes? ¿Pastores? ¿Evangelistas? No. Los que creen. Eso te incluye a ti. Eso me incluye a mí. No por mérito personal, sino por el poder del Nombre sobre todo nombre.

Pero aquí quiero hacer una aclaración muy importante: autoridad sin comunión es peligrosa. No basta con repetir fórmulas o gritar en voz alta. El poder espiritual no fluye de rituales, sino de relación con el Señor. En Hechos 19:15, un demonio dijo:

“A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?”

Y los falsos exorcistas salieron heridos. ¿Vieron eso? Los demonios no temen a palabras vacías. Temen a corazones que viven bajo la autoridad de Cristo.

c. Permaneciendo firmes en la fe, no en las emociones

Aquí llegamos a uno de los puntos más olvidados: la firmeza espiritual no depende de cómo me siento, sino de en quién estoy parado. Las emociones cambian, pero la fe se sostiene. Por eso Pablo escribió en 1 Corintios 16:13:

“Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos.”

¿Se fijaron bien? No dice “sentid poder”. Dice “estad firmes”. Eso implica convicción. Implica decisión. Implica levantarse, aunque haya temor. Porque el enemigo va a intentar confundirnos, intimidarnos, agotarnos. Pero si sabemos quiénes somos en Cristo, no retrocedemos. Nos mantenemos firmes.

Y es aquí donde quiero darte una palabra personal, pastoral: no temas. No estás solo. El que está contigo es más fuerte que el que está contra ti (1 Juan 4:4). No necesitas gritarle al infierno… necesitas caminar como hijo de Dios. Con autoridad. Con pureza. Con obediencia.

Porque el que permanece en Cristo, no solo resiste… vence.

Conclusión

Hermanos, hoy hemos reflexionado sobre uno pasajes bíblicos que a primera vista lucen como algo oscuro, ya que se trata de demonios, posesión, y rechazo. Pero la realidad es que en este texto no es un texto para producir miedo no terror, sino que es un testimonio poderoso de liberación.

Hoy hemos visto a dos hombres que vivían encadenados, aislados, gritando entre los sepulcros. Un hombre que el mundo ya había descartado. Pero el Señor no lo descartó. Él cruzó el mar, enfrentó la tormenta, llegó a tierra, y liberó a ese hombre con Su sola palabra.

Ese es el poder del Evangelio. Un poder que no solo libera, sino que transforma. Un poder que no solo vence al enemigo, sino que levanta al quebrantado.

Pero también vimos algo triste. Vimos cómo la gente del pueblo, en vez de celebrar, le pidió a Cristo que se fuera. ¿Por qué? Porque Su poder incomoda. Porque el Señor cambia todo, y lamentablemente muchos prefieren la comodidad de sus cadenas antes que la libertad que exige entrega.

Y esa es la misma elección que enfrentamos hoy.

Cristo sigue viniendo a nuestras vidas con poder. Sigue confrontando demonios. Sigue rompiendo cadenas. Pero cuando lo hace, también toca nuestros ídolos, nuestras costumbres, nuestras zonas de confort. Y ahí, igual que ese pueblo, muchos dicen: “Déjanos en paz.”

La pregunta es: ¿Cuál será nuestra respuesta? ¿Le diremos que se vaya… o le suplicaremos que se quede?

Si hoy estás luchando con ataduras emocionales, espirituales, adicciones, temores, Él puede liberarte. Si estás viendo la batalla en tu hogar, en tu mente, en tu cuerpo… Él puede traer libertad. Pero hay que abrirle la puerta. Hay que dejarlo entrar. Y sobre todo, hay que dejarlo quedarse.

No lo rechaces porque Su presencia incomoda. Abrázalo, aunque duela. Porque solo en Él hay sanidad verdadera. Solo en Él hay autoridad para vencer al enemigo. Solo en Él hay vida.

Como iglesia, tenemos que volver a predicar esta verdad. Cristo vino a consolar al que sufre, sí… pero también vino a confrontar al que se esconde en la oscuridad. Las dos cosas vienen del mismo amor. Porque Él no nos quiere cómodos… nos quiere libres.

Eso fue lo que Él mismo declaró al comenzar su ministerio. Cuando leyó en la sinagoga el pasaje de Isaías 61:1-2, y dijo:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor.” (Lucas 4:18-19)

Ese es el corazón del Evangelio. Un mensaje que levanta, pero también sacude. Que sana, pero también revela. Que da vida… pero no deja espacio para seguir igual. Él vino con compasión, sí, pero también con autoridad. Y cuando esa autoridad se manifiesta, las tinieblas no pueden resistirla.

Entonces, hermanos… si Él ya vino, si Él ya habló, si Él ya tocó… no le digas que se vaya.

Dile: “Quédate, Señor. Aunque remuevas todo, aunque expongas lo oculto, aunque incomodes mi carne… quédate. Porque si Tú te quedas, yo seré libre.”

Y esa, mis amados… es la verdadera victoria.

© Ramon E. Duarte. Todos los derechos reservados.

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Autor
Ramon E. Duarte
Fiel siervo de Jesucristo y amante de la palabra de Dios.

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