La Sangre de Jesucristo Remitió Nuestros Pecados

Estudios Biblicos

CAPÍTULO 10: (Estudio 10B) La Sangre de Jesucristo Remitió Nuestros Pecados

Estudio Bíblico de la epístola a los Hebreos

Así sigue hablándonos el capítulo 10:

15 “Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho:” 16 “Este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, Y en sus mentes las escribiré,” 17 “añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones”.

Mis amados hermanos, el autor de Hebreos cuando inicia un tema lo estudia hasta el final, de manera que el lector tenga una comprensión cabal del mismo. Estos versículos nos traen otra vez a los beneficios del nuevo pacto, donde cita lo que el profeta ya había dicho de él. Así que, el texto es un testimonio que ha dado el Espíritu Santo para mostrarnos finalmente que el perdón, así como lo promete el nuevo pacto, nos sugiere que no hay más necesidad de ninguna ofrenda por el pecado.

La verdad más grande que nos deja esta Palabra, es que el Señor dice: “nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones”. Considero que esta es una de las doctrinas más grandes que un creyente debe entender y conocer. Con los sacrificios antiguos siempre se recordaban los pecados, pero ahora por medio del sacrifico de su Hijo, es el mismo Dios quien dice que no se acordará más de los pecados.

La razón para esto la expone el autor de esta manera:

18 “Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado”. 19 “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo,” 20 “por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne,” 21 “y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,” 22 “acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura”.

Mi amada gente, hasta que llegó Cristo no había remisión de pecados. Los sacrificios no se terminaban, una y otra vez el sacerdote tenía que venir al altar para ofrecer la ofrenda o el sacrifico por ellos. Ninguno disfrutaba de una paz absoluta porque todos sus pecados habían sido perdonados.

Pero, cuando Cristo vino y murió por nosotros, y el velo del templo se rasgó en dos partes abriendo el camino nuevo; ahora sí, en efecto, ¡todos los redimidos tenemos la libertad para entrar al Lugar Santísimo por medio de su sangre!

Mi hermano ¿puede imaginarse semejante privilegio? Consideremos que solo un hombre con las más altas cualidades y llamamiento divino, podía entrar en ese lugar una vez al año. Aquel sitio era tan sublime, sagrado y santo, pues se trataba de estar en la presencia misma del Señor; así que, cuando el sacerdote entraba en tal lugar, tenía que llevar una cadena atada a su pie y unas campanas que indicaban que él seguía vivo ministrando allí.

Si por alguna razón el Señor lo hería y moría en ese lugar, lo halaban con la cadena pues nadie más podía entrar allí. Pero notemos que ahora, todo creyente tiene acceso al lugar Santísimo por medio de lo que el Señor Jesús hizo con su sacrificio y su sangre. Ahora Él está fungiendo como el Gran Sumo Sacerdote sobre la “casa de Dios”.

Mi preciosa gente, el saber que tenemos a nuestro muy amado Cristo en el cielo nos lleva a poder entrar allí con esta confianza. Así que, “acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura”.

El sumo sacerdote tenía que acercarse al Lugar Santísimo en la más absoluta santidad. Esas son las condiciones que ahora nos pide el Señor: “corazón sincero, certidumbre de fe, y purificación del corazón”. Es asunto muy serio también para el creyente las demandas para poder acercarse ahora ante Su presencia.

El autor nos dice, que por cuanto tenemos tal seguridad y tal acceso a la presencia de Dios, debiéramos estar muy seguros en lo que hemos creído. Así nos dice:

23 “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió”.

Amados hermanos, la confianza que tenemos de entrar en un acceso libre tiene la implicación que debemos mantenernos firmes, sin fluctuar, eso es lo que el autor ha definido como nuestra profesión. La garantía de todo esto descansa en las firmes promesas del Señor. El creyente, frente a tan grande bendición celestial, no puede darse el lujo de estar fluctuando en relación a su fe, doctrina y perseverancia en el servicio.

De esta manera, la firmeza en su fe y en la esperanza de quién tiene allá en el cielo, debe llevar al creyente a poner en práctica su amor por Dios a través del amor a otros.

24 “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras;”

El presente texto nos pone en una real perspectiva de lo que es la teología y la conexión con la gente. El autor del libro, como si fuera un pastor que lleva su enseñanza a la parte práctica, nos habla de lo que debe ser tan real en la vida de la iglesia, es decir, “considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras”.

La vida cristiana no puede estar deslindada de estas dos “alas”, las del amor y de las buenas obras. Bien podríamos decir que estos son los frutos visibles de un verdadero creyente. Debemos, pues, estimularnos para hacer esto. Es interesante como él toca por un momento los linderos celestiales y luego entra en estas exhortaciones. Pero, por si faltara algún otro deber, el autor nos deja esta advertencia:

25 “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”.

Amados hermanos, la presente exhortación es un aviso a la necesidad del compañerismo y la adoración colectiva, para evitar la inseguridad espiritual y con ello el alejamiento de la iglesia.

Hay una tendencia a alejarse de la comunión de los hermanos. Cuando esto se hace, todos los privilegios anteriores se pierden. Le hace tanto bien a la vida cristiana mantener la llama encendida de la comunión, sobre todo, “cuanto veis que aquel día se acerca”.

Por tal razón, debemos exhortarnos a congregarnos, pues es allí, como decía el salmista, donde el Señor envía bendición y vida eterna. Que por la obra que Cristo hizo por nosotros, vivamos para servirle a través de la comunión de los santos y la comunión con Él. Que así sea. Amen.

© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.

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