Nuestras palabras

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Predicas Cristianas Predica de Hoy: Nuestras palabras: Lo que dices recibes

Predicas Cristianas Lectura Bíblica: Proverbios 18:21

Introducción

Hermanos y hermanas, hoy nos reunimos para reflexionar sobre un aspecto crucial de nuestra vida diaria: nuestras palabras. ¿Cuántas veces no hemos sentido el peso de lo que decimos o dejamos de decir? “Lo que dices, recibes”, un dicho que resuena con verdad. La Biblia, como faro de nuestra existencia, también nos ilumina sobre la importancia de nuestras palabras.

I. El Poder de la Lengua (Proverbios 18:21)

Aunque pueda parecer insignificante, la lengua tiene un alcance que supera nuestra comprensión. ¿Han notado cómo una simple palabra puede cambiar el curso de un día? Puede amor y compasión, o el instrumento de heridas profundas. Es, sin duda, una herramienta poderosa que el Señor nos ha entregado. ¿Cómo la estamos usando? ¿Para sanar o herir?

a. Una herramienta de bendición

¿Alguna vez han sentido el poder de una palabra amable en un día difícil? Es como una luz en medio de la oscuridad o una mano extendida cuando uno está a punto de caer. En esos momentos donde el mundo parece pesar sobre nuestros hombros, una sola palabra de aliento puede ser el impulso que necesitamos para seguir adelante.

Nuestras palabras tienen la capacidad de levantar ánimos, de ser ese cálido abrazo que alguien necesita o la confirmación de que no están solos en su lucha. Consolar corazones no es solo tarea de grandes gestos o acciones heroicas, a veces, un simple “todo estará bien” o “estoy aquí para ti” puede hacer la diferencia.

Al elegir palabras que traen alegría a los desanimados, nos convertimos en instrumentos de Dios para llevar esperanza y amor a quienes nos rodean. Y, como nos recuerda 1 Tesalonicenses 5:11, estamos llamados a edificar y animar a nuestros hermanos en la fe. Así que, la próxima vez que sientas la oportunidad de hablar, recuerda el poder que tus palabras pueden tener y elige aquellas que bendigan y edifiquen.

b. Una arma de destrucción

Sin embargo, al igual que una espada afilada, nuestras palabras tienen el poder de penetrar y causar daño irreversible. ¿Cuántas veces hemos sido testigos o, peor aún, autores de palabras hirientes dichas en momentos de ira o frustración? Es como lanzar una piedra a un estanque, las ondas expansivas de nuestras palabras pueden continuar mucho después de que se hayan dicho, afectando a aquellos a quienes amamos y dejando cicatrices que no siempre son visibles.

La lengua, en su ligereza, puede ser más letal que cualquier arma, rompiendo espíritus y causando heridas que duran años. Las palabras pueden construir puentes o erigir muros. Por ello, Salmos 57:4 nos advierte sobre la lengua afilada de los malhechores. Antes de permitir que palabras dañinas salgan de nuestra boca, hagamos una pausa, respiremos y recordemos el poder que tienen. Que busquemos siempre hablar palabras de vida, y no de destrucción. Pero no solo debemos ver la lengua como una fuente de daño, sino también como un regalo divino.

c. Un don divino

Sin duda, la lengua, a pesar de ser un pequeño miembro de nuestro cuerpo, tiene una influencia impresionante en nuestras vidas y en la vida de los demás. Es como el timón de un barco, que, aunque pequeño, dirige todo el navío. Al igual que con cualquier regalo precioso, viene con una responsabilidad.

Cuando entendemos que cada palabra que pronunciamos tiene el potencial de sanar o herir, la perspectiva cambia. Si Dios nos ha otorgado el don de la comunicación, ¿no deberíamos honrarlo eligiendo nuestras palabras con cuidado y con propósito? El apóstol Pablo nos insta en Efesios 4:29 a hablar solo lo que edifica, lo que es útil para los demás. Así, cada vez que hablamos, podemos ser un reflejo de Cristo, compartiendo amor, esperanza y gracia con todos los que nos rodean.

Después de comprender el inmenso poder que tiene nuestra lengua, es vital que reconozcamos las consecuencias que llevan nuestras palabras. Y con este gran poder que tiene nuestra lengua, también vienen responsabilidades y consecuencias.

II. Las Consecuencias de Nuestras Palabras (Mateo 12:37)

Todos sabemos que nuestras acciones tienen consecuencias, pero, ¿somos conscientes de que nuestras palabras también las tienen? La Biblia nos enseña que cada palabra que pronunciamos tiene peso en el juicio divino. ¿No es eso un recordatorio para pensar dos veces antes de hablar? Que nuestras palabras sean ecos de nuestra fe y amor en Cristo.

a. Las palabras como reflejo de nuestro corazón

Nuestras palabras son el reflejo de lo que llevamos dentro. Así como un árbol se conoce por sus frutos, nuestras palabras son los frutos de nuestro corazón. Si alimentamos nuestra alma con las enseñanzas y el amor de Dios, eso es lo que naturalmente expresaremos. Si dejamos que nuestro corazón sea influenciado por el rencor, la envidia o la ira, nuestras palabras manifestarán esos sentimientos.

Jesús nos enseñó en Lucas 6:45 que “de la abundancia del corazón habla la boca”. Por eso, es fundamental cuidar y nutrir nuestro interior con la palabra de Dios, con oración y con acciones que reflejen el amor de Cristo. De esta manera, nuestras palabras no solo serán un reflejo de un corazón lleno de amor, sino también una luz para aquellos que nos rodean.

b. Palabras y juicio

La perspectiva de que cada palabra que pronunciamos tiene un peso eterno puede ser transformadora en la manera en que interactuamos con los demás. Si realmente creemos en lo que dice Mateo 12:36, nos llevaría a ser mucho más cuidadosos y reflexivos antes de hablar.

Cada conversación, cada comentario, incluso cada crítica, sería meditado con la consciencia de que no solo afecta el momento presente, sino que tiene repercusiones eternas. Tal conocimiento nos empujaría a buscar la guía del Espíritu Santo en cada conversación, para que nuestras palabras no sean impulsivas, sino inspiradas. Nos llevaría a hablar con amor, gracia y sabiduría, siendo siempre edificantes y reflejando el corazón de Cristo. Si entendemos la trascendencia de nuestras palabras, no solo evitaremos el daño, sino que también buscaremos activamente bendecir y edificar a quienes nos rodean.

c. Pensar antes de hablar

El silencio, a menudo subestimado, puede ser más poderoso que mil palabras. Hay sabiduría en reconocer cuándo hablar y cuándo callar. Proverbios 21:23 nos advierte sobre las consecuencias de hablar sin pensar. Al considerar el impacto de nuestras palabras, estamos mostrando amor y consideración hacia los demás.

Asimismo, estamos siendo buenos administradores de la voz que Dios nos ha dado. Cada vez que hablamos, tenemos una oportunidad de reflejar la luz y el amor de Cristo o, por el contrario, oscurecerla. Por eso, antes de dejar que palabras precipitadas fluyan, es esencial detenernos, reflexionar y preguntarnos si lo que estamos a punto de decir es un reflejo fiel de nuestro Salvador.

Es en estos momentos de reflexión y autocontrol donde nuestra fe y compromiso con Dios se manifiestan con claridad. Al hablar de las consecuencias, debemos entender qué es lo que verdaderamente contamina al hombre.

III. Lo que Contamina al Hombre (Mateo 15:11)

Muchos creen que son las acciones o lo que consumimos lo que nos define. Pero, ¿y si les dijera que es lo que sale de nuestra boca lo que realmente muestra nuestro corazón? No son las cosas externas las que nos alejan de Dios, sino las palabras y sentimientos que expresamos. ¿Qué reflejan nuestras palabras sobre nuestro corazón?

a. Las acciones vs. palabras

Es cierto que, como seres humanos, tendemos a darle prioridad a nuestras acciones, pensando que son ellas las que realmente muestran quiénes somos. Sin embargo, las palabras son ventanas al alma, reveladoras de nuestro verdadero ser interno. Mateo 12:37 es un recordatorio claro de la gravedad de nuestras palabras.

Al igual que una acción realizada, una palabra pronunciada no puede ser recuperada. Una vez que sale de nuestra boca, tiene el poder de bendecir o herir, de construir o destruir. En el Día del Juicio, no solo nuestras acciones, sino también nuestras palabras, serán puestas bajo el microscopio divino. ¿No deberíamos, entonces, tratar nuestras palabras con la misma seriedad y cuidado con que tratamos nuestras acciones? Al fin y al cabo, tanto nuestras palabras como nuestras acciones son reflejos de lo que verdaderamente albergamos en nuestros corazones.

b. La verdadera pureza

La sociedad a menudo pone énfasis en las apariencias externas, en cómo nos presentamos ante los demás. Sin embargo, Jesús nos enseñó que lo que realmente importa es la condición de nuestro corazón. Marcos 7:15 destaca esta verdad: no son las cosas externas las que contaminan a una persona, sino lo que proviene del corazón y se manifiesta a través de nuestras palabras y acciones.

Mientras que el mundo juzga por la apariencia, Dios mira el corazón. Entonces, en lugar de preocuparnos tanto por las apariencias exteriores, ¿no deberíamos centrarnos más en cultivar un corazón puro, que naturalmente producirá palabras y acciones que honren a Dios? Porque es desde la abundancia del corazón que la boca habla. Por lo tanto, es esencial que guardemos y protejamos nuestro corazón, asegurándonos de que esté lleno de amor, verdad y bondad divina.

c. La relación entre corazón y boca

El poder de la lengua
El poder de la lengua

La relación entre nuestro corazón y nuestra lengua es inquebrantable. Proverbios 4:23 nos advierte: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida“. Si permitimos que nuestra mente y corazón se sumerjan en la Palabra de Dios, naturalmente, nuestras palabras reflejarán la luz y sabiduría divina.

La lengua, aunque pequeña, manifiesta la condición de nuestro ser interior. Si estamos llenos de amargura, envidia o ira, esas emociones se manifestarán en nuestras palabras. Pero, si nos llenamos del amor de Dios, de Su paz y Su verdad, nuestras palabras serán un reflejo de esas virtudes.

Así que la pregunta que debemos hacernos constantemente es: ¿Qué estamos permitiendo que habite en nuestro corazón? Porque eso es precisamente lo que nuestra lengua revelará al mundo. Es un espejo, mostrando a todos no solo quiénes decimos ser, sino quiénes somos realmente en nuestro interior.

Conclusión

Hermanos y hermanas, la enseñanza es clara: nuestras palabras tienen poder, un poder que proviene del mismo corazón. Dios nos ha dado la capacidad de comunicarnos, de expresar amor, esperanza y fe. Pero, con ese don, viene una gran responsabilidad. Cada palabra que pronunciamos es una manifestación de lo que llevamos dentro y un testimonio de nuestra relación con Cristo.

Recordemos siempre el poder que llevamos en nuestra boca. Cada palabra, cada frase, tiene el potencial de construir o destruir. Escojamos sabiamente. Que nuestras palabras reflejen el amor de Dios, la sabiduría de Jesucristo y el consuelo del Espíritu Santo. Cada día, al despertar, comprometámonos a usar nuestra lengua para bendecir, edificar y alentar a los demás.

Oración

Padre celestial, te agradecemos por el don del habla que nos has concedido. Guíanos, Señor, para que utilicemos este don divino de manera que honre Tu nombre y edifique a Tu pueblo. Que nuestras palabras sean fuente de amor, de esperanza y de unidad. Ayúdanos a recordar siempre el poder que llevamos en nuestras palabras y a utilizarlo para Tu gloria. En el nombre de Jesucristo, amén.

© José M. Vega. Todos los derechos reservados.

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