Una frase, hace la diferencia

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Cuando nuestros ojos, que son la lámpara del cuerpo, permiten que el corazón se llene de luz y no de tinieblas, lo que expresamos con la boca es para bien y no para mal.

Porque si lo queremos para nosotros se lo deseamos a los demás y lo que no queremos que nos pase, no lo queremos para otros; nuestros deseos serán de bendición y al mismo tiempo, también somos bendecidos.

La lengua se puede usar para bien o para mal, cuando la usamos para lo primero, el maligno falla en su tiro al blanco; pero cuando la usamos para lo segundo, entonces hace blanco perfecto y se aprovecha de ella para su engañador propósito. Jesucristo al encuentro de sus discípulos decía algo muy hermoso: “Paz a vosotros“. Juan 20:19 y 21. Con esa frase, Él repartía paz a los hombres.

Se dice que dos jóvenes amigos escuchaban a sus padres pronunciar frases diferentes en la casa; el de uno decía todo tipo de improperios cuando se molestaba y el que más le gustaba era el muy famoso: “¡Mal rayo te parta!” con lo que imponía terror entre sus hijos y aún a su esposa. Mientras tanto el del otro, con mucha suavidad, siempre decía: “Dios te bendiga, y a mí también , ¿por qué no?”.

Un día el joven que escuchaba las frases desgarradoras del padre, cansado de oír tales maldiciones y amenazas y al mismo tiempo aterrado por ellas; persuadió al amigo a marcharse lejos en busca de fortunas por sus propios medios. Ambos dejaron una nota en casa, diciendo que se irían a pueblos lejanos en busca de un futuro mejor. Los padres pensaron que se trataba de una decisión intempestiva y que en unos pocos días estarían de regreso.

Pasó un año de aquel día y los jóvenes no regresaban, entonces los dos padres se pusieron de acuerdo para salir a buscarlos. Ambos sabían que la búsqueda tomaría tiempo y reunieron dinero suficiente para la larga ausencia de casa. Se dejaron crecer la barba, cuestión ésta que no tenían costumbre, para que cada vez que se vieran frente a un espejo, recordaran la misión que se habían propuesto, o sea, encontrar a sus hijos.

Había transcurrido un año de búsqueda, más uno que los hijos llevaban ausentes, eran ya dos años sin verse padres e hijos. Un día venían los padres caminando por la acera de uno de esos pueblos lejanos, mostrando una barba tan espesa que se hacían irreconocibles. A cierta distancia de ellos, dos demacrados y mal vestidos jóvenes, se entretenían con una cuerda que tendían a lo ancho de la acera, para reírse de los transeúntes, después de verlos tropezar con ella.

-¡Mira, allá vienen dos barbudos!- dijo un joven y el otro respondió: -Nos vamos a divertir de lo lindo que caen.

En efecto, un paso antes que los dos barbudos llegaran a la cuerda que estaba tendida en la acera para no ser vista, los jóvenes tiraron de ella, haciendo tropezar y caer a los caminantes. Uno desde el suelo y muy irritado exclamó: -¡Mal rayo parta al que hizo esto!-. Acto seguido uno de los jóvenes huyó despavorido.

Mientras que el otro barbudo, incorporándose poco a poco dijo suavemente: -Dios bendiga a ti, y a mí también, ¿por qué no?-. Entonces el segundo joven, saltándole al cuello, lo abrazó y le dijo: -Claro que Dios te bendice a ti también, papá.

Amigo lector, como puede ver, una frase hace la diferencia. Nosotros los padres, somos los responsables de usar la lengua para bien o para mal, para bendición o para maldición de nuestro hogar.

© Antonio J. Fernandez. Todos los derechos reservados.

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Antonio J. Fernández
Mi nombre es Antonio Fernández, soy profesor universitario de matemática, y hace más de 20 años que sirvo al Señor. Mi esposa y yo asumimos el compromiso de serle fiel cada día de nuestras vidas, y de predicar Su palabra para cumplir con la misión que Él nos entrego.

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