El silencio de Dios

Tenemos la tendencia a creer que Dios hablará a nuestra vidas de continuo y sin parar, como una especie de grabadora averiada que se repite una y otra vez, no obstante, esos momentos de apacibilidad y delicadeza como el que experimentó Elías en el monte Horeb, están orientados a una sola razón: ser Escuchados por Dios.

El silencio de Dios responde a un solo propósito: Escucharnos. Es en esos momentos, cuando Dios abre su oído para escuchar nuestra voz. La primera vez que Elías respondió la pregunta, sólo recibió como respuesta un “sal fuera” y después fue un testigo aterrado de aquellos eventos abismales.

De la misma forma, que cuando oramos a Dios por ayuda o por respuestas y en lugar de recibir lo que pedimos, nos sobrevienen una serie de situaciones tan desagradables y calamitosas que para nada se parecen a lo que queríamos.

Pero, hubo una segunda vez, una segunda oportunidad de responder. Elías respondió lo mismo, porque su situación no había cambiado (al igual que nuestras peticiones se mantienen inalteradas cuando atravesamos la tormenta), sin embargo, ahora sí recibió una respuesta e indicaciones de lo que debía hacer.

Como cuando el padre o la madre se acercan con susurro arrullador hasta el oído de su pequeño asustado y calman su ansiedad. En ese momento, se crea un vínculo íntimo y estrecho donde el pequeño desarrolla algo llamado CONFIANZA; la tormenta puede seguir azotando y el corazón estar acelerado, pero cuando el sonido apacible de la voz alcanza el oído, el temor se disminuye hasta desaparecer y sin importar cuán fuerte sea la tormenta, la fe encuentra su lugar en los oídos receptivos de aquel que es capaz de protegernos.

La fe tiene un idioma que sólo el silencio de Dios entiende. Los evangelios en el Nuevo Testamento relatan muchas de las hazañas y milagros de Jesucristo, y algo digno de destacar en todas y cada una de ellas, era que Jesús preguntaba: “¿Qué quieres?”

Hoy en día, nos sigue preguntando ¿Qué queremos?, pero algo que no debemos pasar por alto es que la fe es el decodificador de nuestro mensaje hacia Dios. Cuando Él guarda silencio, es porque quiere escucharnos hablar, quiere que nuestra fe le hable y le cuente lo que sucede.

¿Será que Dios no sabe lo que nos pasa? De ninguna manera. Él conoce todas nuestras necesidades aún antes de que le pidamos: “Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda” (Salmos 139:4)

Pero, ¿Qué tiene de especial entonces, escucharnos decirle algo que ya sabe? Nuestro Dios, es un Dios de orden. Cuando tenemos un deseo por llevar a cabo alguna actividad, lo mejor para que se ejecute es planificarla. Poner en papel lo que se quiere hacer para darle validez y también, para reconocer de primera mano, el largo del camino a recorrer y todo lo que será necesario para lograrlo.

En el instante que declaramos con nuestra boca lo que queremos, manifestamos nuestra voluntad, la medida de nuestra fe y el nivel de entendimiento respecto de ese asunto. Dios sabe de qué tenemos necesidad, ¿nosotros también? Hay que tener presente que una cosa es querer y otra necesitar.

¿Necesitas todo lo que estás pidiendo? El libro de Santiago en el Nuevo Testamento capítulo 4 verso 3 dice: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.”

Dios le aclaró a Elías que él no era el único profeta de Jehová que quedaba en pie, más aún le declaró que había reservado a siete mil (7000) varones que guardaban Su Palabra.

Nuestro Dios sabe de qué tenemos necesidad, mucho mejor que nosotros, por eso quiere enseñarnos a reconocerlas también.

El silencio de Dios es nuestra oportunidad de ser escuchados, no olvidados. En el momento de la prueba, cuando la situación arrecia en contra nuestra y parezca que todo está perdido, como cuando la barca donde navegaban los discípulos se anegaba, es el momento para que Dios nos escuche.

Seamos cuidadosos pues, en lo que hemos de decirle y mucho más en lo que hemos de pedirle. Cuando Jesús se levantó en medio de la tormenta, su voz la hizo callar en el acto, pero también les reprochó a sus discípulos su incredulidad.

Cuando te acerques a hablar con Dios, aprovechando su silencio, no le demuestres falta de fe sino convicción de que serás escuchado. De inmediato, Dios abrirá su boca para socorrerte y recibirás salvación.

Dios te bendiga.

Redactado por: Emily Sánchez.

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