Nuestro Dios es inmutable

Ser inmutable es una de sus mayores características porqué en ella reside parte de la confianza qué depositamos en él y en su voluntad. ¿Cómo podríamos estar seguros de una palabra qué cambia cada día?

Dios no cambia de planes o se arrepiente de lo que dice, por ello sabemos qué estamos seguros junto en su presencia. Representa nuestra esperanza y a su vez un gran consuelo.

2. No hay sombra de variación (Santiago 1:17)

¿Imaginas qué Dios editara la Biblia cómo quién edita un post en una red social? Perdería cierta virtuosidad, y estaríamos bastante confundidos. Por esto algunas personas ya no creen en la palabra humana, porque cambia según la conveniencia de las circunstancias. Dios no hace esto.

En el mundo, la mayoría de las cosas qué ocurren están sujetas a nuestra percepción. Es decir, la realidad está manipulada por nuestra subjetividad y muchas veces lo qué pensamos “real” es solo un recorte de algo mas grande.

¿Alguna vez escuchaste una historia, sobre la qué no pudiste ejercer opinión porque estaba incompleta? Probablemente al escuchar las opiniones de otras personas ó trozos desde otra perspectiva, tú opinión ya no sea la misma qué en un comienzo.

Con Dios esto no pasa. Él no cambia de opinión o se modifica a las percepciones humanas. Él ya tiene conocimiento del “todo” y a diferencia nuestra, es inmutable con lo qué ama. Es inmutable con lo qué dice y su “opinión” no pasa por el mismo filtro qué la nuestra.

3. En ello se diferencia (Romanos 12:2)

Es necesario respetar qué ésta característica es de Dios y de nadie mas. Ninguno de sus hijos tiene el poder de ser inmutable y entre todos los atributos del Padre, éste es uno qué debemos agradecer profundamente.

Nosotros sí estamos en constante cambio, pero esto tiene qué ver con el aprendizaje qué experimentamos a través del tiempo. No éramos los mismos qué cuando niños, ni lo seremos en diez años; mientras que Jehová con toda su Gloria no está interpelado por esa situación.

Del Señor debemos imitar su amor, su manera de educar y de recibirnos cómo a sus hijos. Pero también debemos tener temor y respeto, sabiendo qué su naturaleza es distinta a la nuestra y en tanto no debemos querer “hacernos dioses”; sino ir a su camino con humildad.

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